Historia y Vida

EL HOMBRE QUE CREÓ A TRUMP

Roy Cohn dio al actual presidente estadounid­ense todas las instruccio­nes para triunfar en los negocios pasando por encima de todo y de todos.

- CARLOS HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA, PERIODISTA

Donald Trump no es un hombre dado a sentimenta­lismos. Sin embargo, la noche en la que sorprendió al mundo ganando la presidenci­a de Estados Unidos contra todo pronóstico sí que tuvo un momento de sensibilid­ad con un viejo conocido: “¿No crees que a Roy le encantaría este momento? Cuánto le echamos de menos”. Roy es Roy Cohn. Su abogado, pero mucho más que su abogado. Su mentor, su esbirro, su maestro... Llevaba 32 años muerto, pero sí, seguro que le habría encantado ver a su pupilo camino de la presidenci­a. Sobre todo porque Trump ha triunfado en la política usando cada lección del manual de Roy Cohn. Ahora parece difícil creer que alguien como Trump buscara a un hombre con experienci­a que le guiara, pero eso es

porque ha pasado mucho tiempo desde 1973. Entonces, el presidente era un chaval de 27 años con muchos planes y pocos éxitos. Su padre se había hecho rico construyen­do grandes bloques de viviendas subvencion­adas en los barrios trabajador­es de Nueva York, pero Donald no quería saber nada de Brooklyn y Queens: él quería conquistar la joya de la corona, Manhattan. Y para ello necesitaba a alguien que supiera navegar en las complicada­s aguas de la isla: los políticos corruptos con sus licencias y recalifica­ciones, las mafias que controlaba­n la construcci­ón y, por supuesto, los medios de comunicaci­ón. Roy Cohn, que tenía veinte años más que él, sabía eso y mucho más. “Mándales al infierno” fue la frase con la Cohn conquistó al joven Trump. Se acababan de conocer en el exclusivo Le Club, uno de los templos de la noche neoyorquin­a de los setenta. Y el taxativo consejo vino después de que el rico heredero le contara que el gobierno iba a por él y a por su padre por usar subterfugi­os para no alquilar apartament­os a negros. Los abogados de los Trump aconsejaba­n negociar con las autoridade­s, pero Cohn tenía otra estrategia: “Mándales al infierno, peléalo en un juicio y deja que sean ellos los que prueben que has discrimina­do”. Trump lo contrató poco después, y lo primero que su nuevo abogado hizo por él fue demandar al gobierno por “difamar” el buen nombre de Trump y exigir 100 millones de indemnizac­ión. La cosa acabó en un pacto y Trump lo vendió como una victoria, el primero de tantos engaños. Es precisamen­te esa mezcla de fanfarrone­ría y desvergüen­za la que ha sido el centro de la carrera política y empresaria­l de Trump. Cohn y él conectaron desde el principio, no solo en una fructífera relación de negocios, sino también en lo que parece una genuina amistad. Hablaban por teléfono unas cinco veces al día, y en las noches salvajes del Nueva York de los setenta se juntaban en Le Club o en el mítico Studio 54, del que Cohn también era abogado. Como cliente suyo, Trump entra en una lista tan exclusiva como la de algunas de esas discotecas: Cohn asesora desde a capos de la mafia, como Tony Salerno o John Gotti, hasta al cardenal Spellman, arzobispo de la ciudad. Del millonario Aristótele­s Onassis al propietari­o de los Yankees George Steinbrenn­er. En su conquista de Manhattan, Trump tiene a su lado a un hombre que conoce bien los resortes del poder.

El cazador de brujas

Roy Cohn nació en 1927 en una familia bien conectada políticame­nte: su padre era un juez de la Corte Suprema de Nueva York. Estudió en las mejores universida­des y, al salir de Columbia, se hizo fiscal. A principios de los cincuenta había un excelente mercado para un joven inteligent­e, ambicioso y fervorosam­ente anticomuni­sta. Antes de cumplir los 25 ya se había hecho una reputación al lograr varias condenas a miembros del Partido Comunista de Estados Unidos, y por eso le llamaron para participar en el gran juicio de espionaje de la época. Julius y Ethel Rosenberg se sentaban en el banquillo en 1951 acusados de espiar para la Unión Soviética. Eran militantes comunistas. El hermano de ella, David Greenglass, había trabajado en el laboratori­o de Los Álamos, donde nació la primera bomba atómica, y declaró bajo juramento que ambos le habían convencido para filtrar documentac­ión al espionaje ruso. Con esos papeles, sostenía la acusación, Moscú fue capaz de desarrolla­r una bomba atómica muchos años antes de lo previsto, y dio comienzo la Guerra Fría.

Fue Cohn quien interrogó a Greenglass en el juicio y le convenció para incriminar a su propia hermana, que estaba al corriente de lo que hacía su marido, pero no parece tan claro que también espiara. Cohn se jactó, además, de haber convencido al juez, fuera de la sala de vistas, de que dictara pena de muerte para los dos. Un hecho

COHN Y TRUMP CONECTARON DESDE EL

PRINCIPIO. HABLABAN POR TELÉFONO UNAS CINCO VECES AL DÍA

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COHN (dcha.) con Mccarthy, 1954. En la pág. anterior, Cohn en 1964, por Herman Hiller.

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