EL HOMBRE QUE CREÓ A TRUMP
Roy Cohn dio al actual presidente estadounidense todas las instrucciones para triunfar en los negocios pasando por encima de todo y de todos.
Donald Trump no es un hombre dado a sentimentalismos. Sin embargo, la noche en la que sorprendió al mundo ganando la presidencia de Estados Unidos contra todo pronóstico sí que tuvo un momento de sensibilidad con un viejo conocido: “¿No crees que a Roy le encantaría este momento? Cuánto le echamos de menos”. Roy es Roy Cohn. Su abogado, pero mucho más que su abogado. Su mentor, su esbirro, su maestro... Llevaba 32 años muerto, pero sí, seguro que le habría encantado ver a su pupilo camino de la presidencia. Sobre todo porque Trump ha triunfado en la política usando cada lección del manual de Roy Cohn. Ahora parece difícil creer que alguien como Trump buscara a un hombre con experiencia que le guiara, pero eso es
porque ha pasado mucho tiempo desde 1973. Entonces, el presidente era un chaval de 27 años con muchos planes y pocos éxitos. Su padre se había hecho rico construyendo grandes bloques de viviendas subvencionadas en los barrios trabajadores de Nueva York, pero Donald no quería saber nada de Brooklyn y Queens: él quería conquistar la joya de la corona, Manhattan. Y para ello necesitaba a alguien que supiera navegar en las complicadas aguas de la isla: los políticos corruptos con sus licencias y recalificaciones, las mafias que controlaban la construcción y, por supuesto, los medios de comunicación. Roy Cohn, que tenía veinte años más que él, sabía eso y mucho más. “Mándales al infierno” fue la frase con la Cohn conquistó al joven Trump. Se acababan de conocer en el exclusivo Le Club, uno de los templos de la noche neoyorquina de los setenta. Y el taxativo consejo vino después de que el rico heredero le contara que el gobierno iba a por él y a por su padre por usar subterfugios para no alquilar apartamentos a negros. Los abogados de los Trump aconsejaban negociar con las autoridades, pero Cohn tenía otra estrategia: “Mándales al infierno, peléalo en un juicio y deja que sean ellos los que prueben que has discriminado”. Trump lo contrató poco después, y lo primero que su nuevo abogado hizo por él fue demandar al gobierno por “difamar” el buen nombre de Trump y exigir 100 millones de indemnización. La cosa acabó en un pacto y Trump lo vendió como una victoria, el primero de tantos engaños. Es precisamente esa mezcla de fanfarronería y desvergüenza la que ha sido el centro de la carrera política y empresarial de Trump. Cohn y él conectaron desde el principio, no solo en una fructífera relación de negocios, sino también en lo que parece una genuina amistad. Hablaban por teléfono unas cinco veces al día, y en las noches salvajes del Nueva York de los setenta se juntaban en Le Club o en el mítico Studio 54, del que Cohn también era abogado. Como cliente suyo, Trump entra en una lista tan exclusiva como la de algunas de esas discotecas: Cohn asesora desde a capos de la mafia, como Tony Salerno o John Gotti, hasta al cardenal Spellman, arzobispo de la ciudad. Del millonario Aristóteles Onassis al propietario de los Yankees George Steinbrenner. En su conquista de Manhattan, Trump tiene a su lado a un hombre que conoce bien los resortes del poder.
El cazador de brujas
Roy Cohn nació en 1927 en una familia bien conectada políticamente: su padre era un juez de la Corte Suprema de Nueva York. Estudió en las mejores universidades y, al salir de Columbia, se hizo fiscal. A principios de los cincuenta había un excelente mercado para un joven inteligente, ambicioso y fervorosamente anticomunista. Antes de cumplir los 25 ya se había hecho una reputación al lograr varias condenas a miembros del Partido Comunista de Estados Unidos, y por eso le llamaron para participar en el gran juicio de espionaje de la época. Julius y Ethel Rosenberg se sentaban en el banquillo en 1951 acusados de espiar para la Unión Soviética. Eran militantes comunistas. El hermano de ella, David Greenglass, había trabajado en el laboratorio de Los Álamos, donde nació la primera bomba atómica, y declaró bajo juramento que ambos le habían convencido para filtrar documentación al espionaje ruso. Con esos papeles, sostenía la acusación, Moscú fue capaz de desarrollar una bomba atómica muchos años antes de lo previsto, y dio comienzo la Guerra Fría.
Fue Cohn quien interrogó a Greenglass en el juicio y le convenció para incriminar a su propia hermana, que estaba al corriente de lo que hacía su marido, pero no parece tan claro que también espiara. Cohn se jactó, además, de haber convencido al juez, fuera de la sala de vistas, de que dictara pena de muerte para los dos. Un hecho
COHN Y TRUMP CONECTARON DESDE EL
PRINCIPIO. HABLABAN POR TELÉFONO UNAS CINCO VECES AL DÍA