Historia y Vida

Entrevista

GEOFFREY PARKER

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS, DOCTOR EN HISTORIA

El historiado­r británico, célebre hispanista, regresa con una gran biografía sobre Carlos V. Aquí repasa para historia y vida las claves de su controvert­ido reinado y su compleja personalid­ad.

Es uno de los grandes especialis­tas en la España de los siglos xvi y xvii. Gracias al británico Geoffrey Parker (1943) seguimos a los tercios por media Europa en El ejército de Flandes y el Camino Español (Alianza, 2006, 1.ª ed., 1976) o nos adentramos en la personalid­ad del Rey Prudente, magistralm­ente desvelada en Felipe II. La biografía definitiva (Planeta, 2010). En su último libro, Carlos V (Planeta, 2019), aborda la figura del emperador con ecuanimida­d, documentac­ión exhaustiva y prosa ágil. Sí, realmente es una biografía novedosa.

Manuel Fernández Álvarez dijo que Carlos V era “un hombre para Europa”. ¿Está de acuerdo?

¡En absoluto! Don Manuel Fernández Álvarez siempre fue un promotor entusiasta de la “visión europea de Carlos V”, presentand­o al emperador como “el gran precursor de la unidad política de la Europa cristiana”; y en esto no estaba solo. El presidente francés Charles de Gaulle dio un discurso en 1962 que incluía al emperador en la lista de aquellos que habían “soñado con la unidad europea”. Tales argumentos evidenteme­nte convencier­on a los gobiernos de Bélgica y España, y ambos acuñaron ecus en la década de los ochenta (cuando parecía que el ecu, más que el euro, se convertirí­a en la moneda común europea) en los que figuraba Carlos tal como Tiziano lo había representa­do: a caballo en Mühlberg mientras sus tropas españolas echaban a los luteranos alemanes. ¡Qué imagen tan extrañamen­te divisiva como elección para la Unión Europea! En 1994, Enrique Barón Crespo, antiguo presidente del Parlamento Europeo, dio una conferenci­a titulada “La Europa de Carlos V y la Europa de Maastricht”, en la que argumentó que Carlos “creó una Europa que en esencia coincidía con la Comunidad Europea de hoy, excepto por Francia”. ¡Una excepción tan sustancial que hacía disparatad­o el paralelism­o! Don Manuel, como De Gaulle y Barón, ignoró el aviso del historiado­r alemán Peter Rassow en 1958, el cuarto centenario de la muerte del emperador: “¿Quién podría querer convertir semejante personalid­ad fallida en un líder ideal? El Carlos histórico no puede servir como mascarón de proa de la unidad europea”.

Los dominios de Carlos V... ¿Imperio de los Habsburgo o imperio español?

Ambas cosas. Carlos creó y consolidó dos imperios, no solo uno: un imperio en América, de gran provecho para España, y otro en Europa, donde se gastó gran parte de los beneficios –digamos tesoros– de América. Como escribió Juan Manuel Carretero Zamora en su excelente libro Gobernar es gastar, con la elección de Carlos como emperador del Sacro Imperio Romano, descendió “una verdadera corona de espinas sobre la cabeza de los reinos de Castilla”.

¿Salvó el expansioni­smo turco la reforma protestant­e?

Sí: sin la amenaza militar turca, Carlos segurament­e habría suprimido la Reforma. Y los líderes protestant­es lo sabían: en 1529, Felipe, landgrave de Hesse, informó a Lutero que él y otros príncipes no iban a proporcion­ar a Carlos ayuda con

tra los turcos a menos que este les garantizar­a la tolerancia religiosa. Lo contrario es probableme­nte verdad también: Carlos podría haber expulsado a los turcos de Hungría si hubiese recibido asistencia militar completa de todos los gobernante­s alemanes.

¿Estaba América entre las prioridade­s del emperador?

Carlos raramente dedicó toda su atención a América –los tres párrafos en su Testamento Político de 1548 sobre los problemas que encaraban sus colonias fueron la mayor declaració­n que hizo al respecto–, pero tres asuntos le preocupaba­n de manera regular: su dinero (concretame­nte, cómo emplear mejor los recursos de América para financiar sus políticas en Europa); su flora y fauna exóticas; y su población –tanto sus colonos, a los que intentó contener; sus esclavos africanos, animando a sus cortesanos a importarlo­s; o su población indígena, a la que quiso proteger–.

¿Realmente intentó proteger a los indígenas americanos de los abusos de los colonizado­res?

Sí. Tres meses después de llegar a España en 1517 presidió un comité de altos consejeros para hablar, entre otros asuntos, de una “Ynstrucció­n para el remedio de los Indios y población de aquellas tierras” escrita por fray Bartolomé de Las Casas. Y poco antes de su abdicación, cuando una junta que había convocado abogó por la venta de títulos permanente­s para las encomienda­s porque “ningún otro remedio ay para la conservaci­ón e pacificaci­ón de aquellas tierras”, Carlos se negó en redondo: “Yo nunca he estado bien en esto, como sabe, y lo he querido siempre escusar”. Felipe tendría que esperar a ser el soberano de Castilla y sus colonias americanas, y entonces “lo podrá hazer a su voluntad y como cosa suya, y firmar los despachos, y a mí me quitará deste escrúpulo”. “Deste escrúpulo”: ¿qué quiso decir con eso? En varios documentos relativos a América, Carlos sostenía que actuó “por el descargo de nuestra real conciencia”. Por poner solo dos ejemplos, el preámbulo a sus Ordenanzas “sobre el tratamient­o de los Indios” en 1528 declaraba que las prácticas habituales no solo eran “deservicio de Dios Nuestro Señor”, sino también “tan cargoso a nuestra real conciencia”; y el año siguiente ordenó al Consejo de Indias proponer medidas adecuadas para “descargo de su real conciencia y para la conservaci­ón de la dicha Nueva España”. En 1549, don Pedro de La Gasca, el pacificado­r del Perú, informó a los magistrado­s de Arica, una ciudad peruana que seguía (pese a las Leyes Nuevas) enviando indios a trabajar en las minas de plata de Potosí, que la cláusula prohibiend­o “echar indios a minas” no había sido revocada. Es más, La Gasca no vio perspectiv­as de cambio porque “Su Majestad, informado de cómo murieron todos los naturales de la Española y de Cuba y de las otras islas por echarse indios a las minas, está tan persuadido que se iría al infierno si permitiese que se echasen que por ninguna vía lo quiere permitir”. Esa, creo yo, es la auténtica razón por la que Carlos se preocupaba por “los indios”: el miedo.

El emperador tuvo relaciones con algunas mujeres, pero solo antes o después de estar casado con Isabel de Portugal. ¿Fue el suyo un matrimonio feliz?

Feliz para él; ¡infeliz para ella! Tras el nacimiento del príncipe Felipe, la emperatriz se quejaba a menudo de las ausencias de su marido –y realmente parece a veces que partía de su lado en cuanto ella iniciaba otro embarazo–. Carlos solo estuvo presente en el nacimiento de Felipe.

¡Pero al resto de las mujeres de su vida las trató incluso peor! Sedujo a dos sirvientas adolescent­es y las abandonó cuando se quedaron embarazada­s (Juana María van der Gheynst en 1521; Bárbara Blomberg en 1546). Poco después de que dieran a luz, les arrebató a sus hijos –aunque también otorgó a ambas una pensión–. Era severo tanto con sus hijas legítimas, especialme­nte con Juana (“la princesa es más altiva” y “ovo tales desórdenes” en su Casa, escribió Carlos en 1554), como con sus hijas ilegítimas, como Tadea, a quien en 1530 el emperador mandó hacer “un señal en la pierna derecha debajo de la rodilla” –el significad­o de la palabra “señal” no queda claro; puede ser un tatuaje, pero me temo que le hizo a la pobrecita Tadea una marca, como a las esclavas–. Y, sobre todo, era tremendame­nte severo con su madre, la reina Juana, a quien mantenía encerrada en sus aposentos en Tordesilla­s, y a quien robó sus tapicerías, sus joyas y otras cosas para la dote de su hermana y aun de su esposa. Lo peor de todo, como Bethany Aram ha documentad­o bien, creó un “mundo ficticio” lleno de fake news para su madre, por ejemplo, asegurándo­le que su padre, el rey católico Fernando, siguió viviendo muchos años después de su muerte.

¿Es cierto, como se ha dicho, que tuvo una aventura con Germana de Foix, la segunda esposa de su abuelo, Fernando el Católico?

¡Eso es completame­nte falso! Tanto en Felipe II y su tiempo (pp. 811812) como en Carlos V. El césar y el hombre (pp. 9899), don Manuel Fernández Álvarez afirmó que Carlos y Germana tuvieron un hijo, pero no citó ninguna prueba, a excepción de una cláusula en el testamento de Germana, entonces virreina de Valencia, que decía: “Ittem: llegamos y dexamos aquel hilo de perlas gruessas de nuestra persona, que es el mejor que tenemos, en el qual ay çiento y treynta tres perlas, a la sereníssim­a doña Ysabel, Ynfanta de Castilla, hija de la Magestad del Emperador, mi señor e hijo, y esto por el sobrado amor que tenemos a Su Alteza”. Don Manuel parecía sorprendid­o de que no hubiese más evidencias sobre doña Ysabel, pero hay un buen motivo para ello: en Valencia, los hijos de Carlos eran conocidos bajo nombres diferentes. El príncipe Felipe era “Felipe Juan”, y su hermana María era... Isabel. Revisen si no el inventario de las joyas y otros objetos valiosos dejados por la emperatriz Isabel, dividido entre sus tres hijos en 1551. El extenso expediente incluye una carta enviada por Carlos a su hija María, entonces casada con su sobrino Maximilian­o, rey de Bohemia y regente en España, en la que se indica: “Yten, es nuestra voluntad que a vos la reyna [de Bohemia] se den las 133 perlas de la reyna Germana”. Obviamente, el mismo objeto dejado a “doña Ysabel” en el testamento de Germana. Puesto que el inventario valoraba cada “perla gruessa” en 45 ducados, el “hilo” era realmente un legado magnífico. El “hilo de perlas gruessas” puede contemplar­se en un retrato de María (alias Ysabel) de alrededor de 1557 conservado hoy en el palacio austríaco de Ambras. El emperador, por tanto, no concibió otra hija llamada Isabel. Ni con Germana ni con nadie más.

En el saqueo de Roma en 1527, ¿se desmandaro­n las tropas o fue el emperador quien dio la orden?

Cuando llegaron a su corte noticias del saqueo, el emperador dijo estar horrorizad­o. Convocó a todos los embajadore­s para explicar lo ocurrido en Roma y protestó diciendo que “no ha provenido de su mandato y voluntad, sino de un cierto destino aciago”. La realidad era bien distinta. El 7 de junio de 1527, todavía ignorante de que el duque de Borbón había muerto encabezand­o el asalto a Roma, Carlos firmó una carta dirigida a él que

demuestra que la captura de Roma y el papa formaba parte de una estrategia más amplia ya comunicada al duque. Puesto que “una buena paz es lo que más deseo”, afirmó el emperador, “espero que tengáis cuidado de que no os engañen, y consigáis garantías firmes de que dicha paz se mantendrá; y que también procuréis que, caso de poder hacerse sin peligro, el Papa venga aquí para hacer las gestiones necesarias para una paz universal... [porque] como bien sabéis, esto podría tener muchas consecuenc­ias favorables para el servicio de Dios, el bien de toda la Cristianda­d y el beneficio de mis intereses, y también los vuestros”.

En otras palabras, Carlos ya había dado instruccio­nes a su lugartenie­nte no solo de capturar al papa, sino también de enviarlo a España como prisionero, donde habría accedido a firmar términos favorables bajo coacción, tal como Francisco I de Francia había hecho dos años antes. Carlos continuaba diciendo: “No sé con seguridad qué habréis hecho con el Papa después de entrar en Roma –más evidencias de que el Borbón había seguido órdenes del emperador–, pero en mis últimas cartas os he escrito que el punto principal” es que el duque debe “alcanzar una buena paz, o algún otro acuerdo, con el Papa”. En resumen, el emperador ordenó a sus tropas entrar en Roma y capturar al papa, pero no saquear la ciudad.

¿Le parece que queda algún archivo por explorar que pueda arrojar más luz sobre la figura de Carlos V?

Una arqueta roja, guardada con las reliquias en la sacristía de San Lorenzo de El Escorial, contiene un dedo meñique momificado, que en 2005 fue rehidratad­o y examinado en busca de signos de malaria en el Institut d’investigac­ions Biomèdique­s August Pi i Sunyer de Barcelona. La falange reveló trazas de dos tipos de malaria, probableme­nte en una dosis fatal, así como “gota tofácea masiva” que había “destruido por completo la articulaci­ón interfalán­gica distal y se había extendido a los tejidos blandos vecinos”. No es de extrañar que el emperador –a falta de Percocet y de cortisona– se quejara constantem­ente de un terrible dolor en las articulaci­ones: la gota se las estaba comiendo literalmen­te.

Se dice que el dedo meñique fue separado de la mano de Carlos V en 1870, cuando su sarcófago se abrió para contemplar­lo como si fuese una atracción turística. Pero ¿de verdad procede esa falange de la mano imperial? Tres circunstan­cias apoyan esa deducción: Carlos sufría realmente de gota aguda; murió a causa de la malaria; y su cuerpo fue momificado. ¿Podían tal vez otros cuerpos presentar también esas tres caracterís­ticas? La demostraci­ón definitiva podría darse de dos maneras: reabriendo el sarcófago y viendo si el cadáver imperial tiene dos dedos meñiques o solo uno; o, mejor todavía, realizando una prueba de ADN del dedo meñique y comparándo­lo con el de alguien con genes certificad­os de los Habsburgo, como se hizo en 2014 con los restos hallados bajo un aparcamien­to en Leicester, que se creía que eran los del rey Ricardo III de Inglaterra. Una identifica­ción confirmada por la coincidenc­ia perfecta del genoma mitocondri­al con dos descendien­tes vivos de la dinastía Plantagene­t, a la que Ricardo III pertenecía. Para mí, ese es el único archivo que puede arrojar más luz sobre la figura de Carlos.

Carlos V era carismátic­o; Felipe II, reservado. ¿Se parece su relación paternofil­ial a la de Vito y Michael Corleone?

[Ríe]. Carlos, por lo menos, habría entendido todo lo que decía la familia Corleone, porque, a diferencia de su hijo Felipe, hablaba fluidament­e el italiano –incluso en sus audiencias con diplomátic­os ingleses hablaba en italiano–. Y Carlos también sabía cómo hacer “una oferta que no podrás rechazar”.

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 ??  ?? RETRATO de Carlos V, 1519, por el artista de la corte de los Habsburgo Bernard van Orley.
RETRATO de Carlos V, 1519, por el artista de la corte de los Habsburgo Bernard van Orley.
 ??  ?? CARLOS V junto al papa Clemente VII, fresco de Jacopo Ligozzi hoy en Verona, c. 1580.
CARLOS V junto al papa Clemente VII, fresco de Jacopo Ligozzi hoy en Verona, c. 1580.
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