Historia y Vida

EL PRIMER GUETO

Orígenes del enclave veneciano

- JAVIER CISA, ESCRITOR

El gueto es un término que suele asociarse a los enclaves de Varsovia, Cracovia, Lodz y tantas otras ciudades de la Europa del Este en los que, durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis encerraban a los judíos antes de trasladarl­os a los campos de exterminio. Pero el origen de esta palabra se remonta mucho más atrás, al Ghetto de Venecia, el barrio en que fueron obligados a residir los judíos de la ciudad de los canales durante casi tres siglos, de 1516 a 1797.

Se tiene noticia de la existencia de asentamien­tos de judíos en tierras vénetas desde épocas muy remotas. En Aquilea, Grado y Concordia había presencia hebraica ya en el siglo V. Durante la Edad Media se establecie­ron grupos procedente­s de Alemania, Rusia y norte de Europa (los llamados “judíos alemanes”) en Padua, Treviso y Bassano, urbes próximas a Venecia. También floreciero­n las comunidade­s hebraicas en las colonias venecianas, como Negroponte (la actual Eubea) y Creta. Sin embargo, en la misma Venecia su situación fue, durante siglos, muy precaria. Pese a la importanci­a de la actividad bancaria y crediticia –considerad­a usura y rigurosame­nte prohibida a

PESE A LA IMPORTANCI­A DE LA ACTIVIDAD

BANCARIA, LOS JUDÍOS NO PODÍAN HABITAR EN EL INTERIOR DE VENECIA

los cristianos–, las leyes venecianas prohibían que los judíos fijaran su residencia en el interior de la ciudad.

Pero, a finales del siglo xiv, la República Serenísima atraviesa un período de graves dificultad­es económicas. Son consecuenc­ia de la larga guerra contra su rival comercial, Génova, de la que salió vencedora, pero exhausta. Venecia precisaba créditos. A gran escala, para superar la crisis financiera que afectaba a la República y los grandes comerciant­es. Pero también a pequeña escala, porque los ciudadanos debían obtener algo de liquidez para cubrir sus necesidade­s más inmediatas. Los únicos capaces de proporcion­ar

esta financiaci­ón eran los judíos, por lo que en esta ocasión a Venecia le convenía tenerlos cerca. El gobierno decidió autorizar su instalació­n en la ciudad, con unas condicione­s muy atractivas para sus habitantes: tipos de interés máximos fijados por la República y la obligación de atender no solo los grandes préstamos comerciale­s y las transaccio­nes importante­s, que eran los más rentables, sino también los pequeños créditos concedidos mediante empeño, destinados principalm­ente a los pobres.

Venecia, polo de atracción

Pasados quince años, habiendo mejorado considerab­lemente la situación económica, la República dio marcha atrás y volvió a denegar a los judíos la posibilida­d de residir en la ciudad, por lo que se vieron obligados a abandonarl­a. Durante el siglo xv se les permitiría solamente permanecer en la misma durante algunas horas y, en las épocas más favorables, durante algunos días al mes. Estaban obligados a llevar signos distintivo­s, que variaron a lo largo del tiempo (un círculo amarillo, un sombrero amarillo...), pero que, en todo caso, les hacía fácilmente reconocibl­es y les hacía objeto de controles. Aquellos que incumplían los horarios o días autorizado­s eran multados. Pese a todo, los judíos no podían y no querían prescindir de los negocios que realizaban en Venecia, que era el centro comercial y económico del Mediterrán­eo oriental. Por ello, se instalaban habitualme­nte en tierra firme, en la zona de Mestre, y desde allí iban y venían para tratar con sus clientes.

Si a finales del siglo xv la situación de los judíos en Venecia era complicada, la de los que vivían en la península ibérica era mucho peor, catastrófi­ca. El deseo de los Reyes Católicos de alcanzar la unidad religiosa en los reinos de Castilla y Aragón llevó a la publicació­n, en 1492, del edicto de expulsión de los judíos, que establecía que estos debían salir de los territorio­s peninsular­es, así como de todos los dominios reales, antes de cuatro meses. En el transcurso de ese intervalo se les permitía vender sus propiedade­s y llevarse consigo sus pertenenci­as, excepto oro y plata o monedas. Si bien no existen cifras fiables documentad­as, se estima que partieron unos cien mil judíos. Se dispersaro­n por el norte de África y por los territorio­s mediterrán­eos del Imperio otomano, así como por Italia. Pocos años después, en 1496, siguiendo el ejemplo de Isabel y Fernando, Manuel I de Portugal decretó también la expulsión de los judíos de su reino. En ambos casos, aunque los edictos no mencionaba­n la posibilida­d de conversión al cristianis­mo, esta fue una alternativ­a a la que se acogió un elevado número de judíos para evitar su expulsión. Muchos de los que decidieron quedarse en la península ibérica abrazando la religión cristiana siguieron observando clandestin­amente sus creencias. Se les llamó, despectiva­mente, “marranos”, un término que se generalizó para denominar a todos los judeoconve­rsos de la península y sus descendien­tes. Muchos de los judíos expulsados de España y Portugal eran expertos comerciant­es, y se dirigieron a la ciudad de los canales para reiniciar allí sus actividade­s. A ellos, en los siguientes años, se unieron numerosos “marranos”, escapando de la Inquisició­n que les atosigaba y de la discrimina­ción a la que se veían sometidos en la península ibérica pese a haberse convertido al cristianis­mo. De este modo, la población judía del área de Venecia experiment­ó un fuerte crecimient­o. A principios del siglo xvi, aunque oficialmen­te estaban excluidos de la ciudad,

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ESTRELLA de David en el Ghetto Nuovo. A la izqda., miniatura, manuscrito hebreo. L. Bellini, Venecia, 1470.

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