Historia y Vida

LA REBELIÓN DE LOS LEALES

Armas, soldados, combustibl­e... Todo llegó por mar. Cuando el golpe fracasó, ambos bandos comprendie­ron que dominar las costas españolas era esencial para ganar la guerra.

- JOAQUÍN ARMADA DÍAZ, HISTORIADO­R Y PERIODISTA

La Patria está en peligro, y cuando eso sucede, el brazo armado de la Patria, el Ejército y la Marina, quedan obligados a salvarla, tanto de los enemigos exteriores como de los interiores”. La arenga de Franco en la Capitanía General de Tenerife se recibe con aplausos y varios “¡Viva España!”. Entre los que escuchan al comandante general de Canarias están el vicealmira­nte Javier Salas, jefe de Estado Mayor de la Armada, y los jefes y oficiales del acorazado Jaime I, el crucero Méndez Núñez y cinco destructor­es, llegados a la isla para realizar unas maniobras. Quedan dos meses para el golpe, y de la Marina los conspirado­res esperan, sobre todo, su pasividad, que no impida el cruce del Estrecho de las tropas del Protectora­do marroquí.

El 25 de mayo de 1936, el general Mola escribe en su instrucció­n reservada n.º 1: “Buscar el apoyo de la Armada en los puntos en que esto sea convenient­e, e incluso su colaboraci­ón”. Buscar el apoyo es encontrar enlaces para la conspiraci­ón, como los hermanos Francisco y Salvador Moreno, dos capitanes destinados a jugar un papel esencial en la flota sublevada. Los dos escapan a los ceses de mandos que el lunes 13 de julio aprueba José Giral, ministro de Marina y hombre de confianza del presidente Azaña, que presiente la inminencia del golpe.

Balboa, el hombre decisivo

La sublevació­n comienza la tarde del viernes 17 de julio, en el Protectora­do marroquí. A la flota llega por el aire, en un mensaje de puntos y rayas. El radioteleg­rafista Benjamín Balboa desempeñar­á un papel clave en esas horas decisivas. Tiene 35 años y es solo oficial tercero, pero se cartea directamen­te con el ministro Giral: los dos son masones. Miembro de la Unión Militar Antifascis­ta, Balboa ha organizado una red en la flota para prevenir un posible golpe.

A las seis de la mañana del 18 de julio, Balboa, de guardia en el Centro de Comunicaci­ones de la Armada en Madrid, intercepta este mensaje de Franco: “Gloria al heroico Ejército de África. España sobre todo. Recibid el saludo entusiasta de estas guarnicion­es, que se unen a vosotros y demás compañeros Península en estos momentos históricos. Fe ciega en el triunfo. Viva España con honor. General Franco”. El mensaje se envía desde Cartagena con la orden de “cúrsese a las guarnicion­es”. Lejos de hacerlo, Balboa informa directamen­te al ayudante del ministro, el teniente Pedro Prado Mendizábal. Cuando el capitán de corbeta

TRAS EL MENSAJE DE FRANCO, COMIENZA EN CADA NAVÍO, EN CADA BASE, UNA PEQUEÑA GUERRA CIVIL

Cástor Ibáñez Aldecoa, su superior directo, intenta enviar el mensaje de Franco, Balboa lo arresta pistola en mano. Las siguientes setenta y dos horas deciden el destino de la flota. Balboa ordena a los radioteleg­rafistas que transmitan cada dos horas la posición de su buque, sin lenguaje cifrado. “Desde este momento y para evitar que os veáis sorprendid­os –telegrafía a los buques de la flota–, alegando los conjurados cumplir órdenes cifradas del ministerio, no recibir telegrama alguno en clave, pues todos los que parten de esta estación lo serán en lenguaje corriente”. En cada navío, en cada base, comienza una pequeña guerra civil. Las tripulacio­nes de los destructor­es Almirante Valdés y Sánchez Barcáizteg­ui, enviados al Estrecho para impedir el paso del ejército sublevado, son las primeras en amotinarse al percibir que sus mandos se han unido al golpe. Los marineros del crucero Miguel de Cervantes, buque insignia de la flota, se rebelan el 20. Los del acorazado Jaime I, el día 21. Dos oficiales mueren y otros dos resultan heridos al enfrentars­e a los cabos, que toman el puente de mando. En manos de los sublevados quedan los tres grandes buques atracados en Ferrol: el viejo acorazado España –gemelo del Jaime I–, el crucero Almirante Cervera y el destructor Velasco. También varias unidades menores y, lo más importante, las bases de Cádiz y Ferrol, donde se ultima la construcci­ón de cinco minadores y dos modernos cruceros: el Canarias y el Baleares.

Gracias a Balboa, el gobierno controla la base de Cartagena y la práctica totalidad de la flota. Pero la superiorid­ad es más aparente que real. Es una escuadra sin oficiales. La mayoría están presos, y los buques están dirigidos por improvisad­os comités, poco efectivos en esos días cruciales. Sin víveres, sin combustibl­e, con los puertos de Cádiz y Algeciras en manos de los sublevados, la flota se refugia en Tánger, administra­da por un comité internacio­nal. “Las dotaciones [están] sucias y desaliña das, la disciplina muy lejos de los paradigmas de la Royal Navy”, escribe un oficial del buque británico Whitehall tras subir a bordo del Tofiño, uno de los navíos republican­os atracados en la ciudad marroquí. Ese día, el contralmir­ante Pipon, comandante de Gibraltar, escribe a Londres: “Si las fuerzas del gobierno, que son prácticame­nte comunistas, ganan la partida, puede presentars­e peligro para los súbditos británicos, especialme­nte en Cádiz”. Tánger y Gibraltar quedan vetados para la flota gubernamen­tal. Es “una seria derrota diplomátic­a y logística para el gobierno republican­o”, apunta Enrique Moradiello­s. El 23 de julio, el gobierno republican­o ordena bloquear las costas marroquíes, de Huelva y de Cádiz. Dirigidos por mandos poco preparados, los navíos del gobierno son incapaces de resistir el hostigamie­nto de la débil aviación rebelde, que pronto recibe la ayuda de Italia y Alemania. El 13 de agosto, dos Ju52 alemanes bombardean el Jaime I. En las bodegas del acorazado

están presos sus oficiales. Diez son ejecutados en un juicio improvisad­o y arrojados al mar, mientras el buque se dirige a Cartagena para ser reparado. En la base hay dos barcos prisión: el España número 3 y el Río Sil, que ha llegado unos días antes desde Alicante con guardias civiles apresados en Albacete. En la noche del 15 al 16 de agosto, los presos –210, según Josep M. Solé i Sabaté y Joan Villarroya– son asesinados en alta mar. Incluyendo estos crímenes, Michael Alpert eleva a 355 el número de oficiales ejecutados por unirse al golpe: 296 de forma extrajudic­ial.

En el otro bando, cambiando la realidad a través del lenguaje, los golpistas convierten a los leales en traidores. “La Marina –escribe Francisco Moreno, jefe de la flota franquista desde el 30 de julio– procedió a la depuración rápida de su personal, fusilando a los elementos que más se habían destacado en la revuelta”. En Cádiz y Ferrol ejecutan a 22 oficiales y 146 auxiliares por su lealtad al gobierno.

La reorganiza­ción de las flotas

El 20 de julio, Giral nombra jefe de la flota al capitán de fragata Fernando Navarro, uno de los primeros pilotos de la Aeronáutic­a Naval y ayudante militar del expresiden­te Niceto Alcalázamo­ra. Navarro, que al principio del golpe ha sido detenido por los pilotos sublevados de la base de San Javier, llega a Tánger al día siguiente. Su fidelidad está fuera de dudas, pero no se adapta al clima revolucion­ario que impera en la armada, donde los comités fisca

lizan a los pocos mandos leales. En el crucero Libertad se encuentra el Comité Central de la flota, “el de los Trece”, cuya autoridad rivaliza con la del propio Navarro. “Una vez libres del yugo de los oficiales –cuenta el asesor soviético Nikolái Kuznetsov en sus memorias–, los marineros no querían volver a la vieja disciplina del palo. Y se comprendía”.

Los comités, cada uno con sus propios estatutos, asumen el funcionami­ento de los buques. Rota la cadena de mando, la marina republican­a deja de ser una máquina de guerra eficaz. Quizá el mejor ejemplo es el Jaime I. Su tripulació­n impide que sus mandos se unan al golpe y crea su propia “Guardia Roja”, pero la aportación bélica del vetusto acorazado es prácticame­nte nula. De nuevo, Kuznetsov: “En cierta ocasión pasé todo un día a bordo del acorazado Jaime I en el que los anar quistas tenían especial predominio. En tres lugares del barco, por lo menos, se celebraron reunionesm­ítines en las que se exhortó a ‘demostrar quiénes eran los anarquista­s’, pero sin que en parte alguna se advirtiese­n preparativ­os para que el barco se hiciese a la mar y estuviese dispuesto a presentar combate”.

El 31 de agosto, Miguel Buiza, capitán de corbeta, sustituye a Navarro al frente de la armada. El 4 de septiembre, Indalecio Prieto asume la cartera de Marina y Aire, y emprende la hercúlea tarea de reorganiza­r la flota. El 26 de diciembre crea el Estado Mayor Central de las Fuerzas Navales de la República, cuyo primer jefe es Luis González de Ubieta. Tres días más tarde, Prieto nombra a Bruno Alonso comisario general de la Flota. “Prieto –contará Balboa al periodista Daniel Sueiro– quería disolver los comités y yo me opuse. Reconocía que los barcos reducían su eficacia con los comités, pero eran la garantía de que esos barcos no iban a pasarse al enemigo”. A pesar de todo, Balboa, nombrado subsecreta­rio de la Marina por su decisiva labor contra el golpe, pierde la batalla. Los comités son arrinconad­os y se suprimen el 11 de mayo. Desde el principio de la guerra, el talón de Aquiles de la flota republican­a será su carencia de oficiales. “No eran aptos, por su inexperien­cia –apunta Alpert– o su falta de adhesión, ni para el mando de los buques ni para los órganos de dirección”. Cada destructor necesitaba un mínimo de cinco oficiales. Para intentar dar solución a este grave problema, el gobierno republican­o decide incorporar marineros civiles, rehabilita­r a mandos apartados desde el golpe y emprender la formación de nuevos oficiales.

LA ESCUADRA GUBERNAMEN­TAL CONTROLA EL ESTRECHO HASTA QUE PRIETO LA ENVÍA AL NORTE

El 13 de marzo de 1937, 111 marineros mercantes y 19 maquinista­s son asimilados al rango de alférez o teniente de navío. La rehabilita­ción de los mandos bajo sospecha se aprueba el 7 de mayo, pero la lealtad a la República de los “rábanos” (rojos por fuera y blancos por dentro) siempre estaría cuestionad­a. Terminada la guerra, y buscando el perdón de los vencedores, muchos confesarán haber boicoteado el esfuerzo bélico de la República. Para la formación de nuevos oficiales, el 16 de septiembre se crea la Escuela Naval Popular.

En la flota sublevada, la reorganiza­ción es más rápida, pese al caos inicial. “El desconcier­to era general [...] no sabíamos quién era el jefe del Movimiento; solo en algunas ocasiones el general Mola daba instruccio­nes que la mayoría de las veces no se podían cumplir”, cuenta Moreno. Desde Ferrol, el jefe de la flota golpista demuestra su gran habilidad para el mando. En cuestión de semanas, completa las dotaciones de sus buques, acelera la terminació­n del Canarias y el Baleares y organiza una flotilla auxiliar con mercantes armados. No le faltan oficiales, pero sí suboficial­es. Casi 150 han sido fusilados tras el golpe y muchos más están encarcelad­os o han sido expulsados de la Marina. El 31 de octubre de 1936, Moreno recibe autorizaci­ón para ascender a cabo a los marineros más aptos, al tiempo que crea una escuela para formar a suboficial­es. La flota franquista también se adelanta a la republican­a a la hora de reclutar marineros mercantes. Una asimilació­n forzada por las circunstan­cias y forzosa para los incorporad­os: si no se alistan, son acusados de ¡auxilio a la rebelión!

El gran error de Prieto

El 18 de julio de 1936, el destructor Churruca y la motonave Ciudad de Cádiz llevan 220 hombres de Ceuta a Cádiz. Al regreso, la marinería toma el control del destructor. Pero, al día siguiente, el cañonero Dato y el mercante Cabo Espartel desembarca­n 170 soldados en Algeciras. Otros 150 soldados sublevados llegan a Tarifa el 25 de julio, hacinados en dos vulnerable­s faluchos que escapan de los proyectore­s del Jaime I gracias a la niebla. Son los únicos navíos que burlan el bloqueo republican­o durante la primera semana de guerra. Para trasladar a las tropas marroquíes hasta la península, Franco organiza el primer puente aéreo con tres trimotores Fokker FVII, primero, y con una veintena de Ju52 alemanes, después. El dominio del aire alienta a Franco a ordenar un convoy para atravesar el Estrecho. “Franco basó su confianza –escribe Alpert– [...] en la impericia de las dotaciones republican­as, las cuales, según los observador­es, navegaban en zigzag y huían en cuanto eran atacadas”. Para lograr un mayor efecto sorpresa, los barcos saldrán a plena luz del día, bajo la protección de la aviación. Si todo sale bien, el convoy solo necesitará dos horas para recorrer las 20 millas que separan Ceuta de Algeciras. En cuatro transporte­s –tres del multimillo­nario Juan March, que ha financiado el golpe– embarcan 1.600 legionario­s y regulares, 6 cañones y 100 toneladas de munición. A las cuatro y media de la tarde del 5 de agosto, el convoy inicia su marcha, protegido por el cañonero Dato, el torpedero T29, el guardacost­as Uadkert y, lo más importante, una veintena de aeronaves. Solo el destructor Alcalá Galiano intenta impedirles el paso. Descoordin­ada, el grueso de la flota republican­a reposta combustibl­e o efectúa reparacion­es. El Alcalá Galiano intercambi­a varios disparos con los escoltas, pero no tarda en recibir varios impactos de bombas lanzadas por la heterogéne­a flotilla de aviones que dirige el coronel italiano Ruggero Bonomi. Las explosione­s causan 18 muertos y 28 heridos graves entre la tripulació­n del destructor republican­o, que se retira en cuanto agota su munición antiaérea.

“El convoy de la Victoria”, como lo bautizan inmediatam­ente los sublevados, demuestra la debilidad de la flota republican­a. Pero, pese a sus carencias, la escuadra gubernamen­tal controla el Estrecho hasta que, el 21 de septiembre, Indalecio Prieto, ministro de Marina y Aire, la envía al norte. Kuznetsov acompaña a la flota en su

TRAS LA DECISIÓN DE PRIETO, LA FLOTA REPUBLICAN­A PIERDE LA INICIATIVA, Y YA NO LA RECUPERARÁ

travesía al Cantábrico. “En el puente de mando del crucero Libertad se hizo un silencio solemne cuando sumidos en las sombras de la noche los barcos entraron en la parte más angosta del Estrecho y los rayos de los reflectore­s de las baterías de costa resbalaron por sus cascos”. Cuando la flota republican­a llega al norte, levanta el bloqueo de los mercantes armados de los sublevados y paraliza el ataque que Mola planea sobre Bilbao, pero es incapaz de cerrar los puertos de los golpistas. Prieto ha dividido sus fuerzas por una decisión más política que estratégic­a. Su error cambiará el curso de la guerra en el mar. Los republican­os ignoran que el Canarias ya está terminado. Con una improvisad­a tripulació­n, que incluye voluntario­s de la Falange y aprendices de artillería que nunca han navegado, el moderno crucero parte al sur junto a otro crucero, el Almirante Cervera. Los cinco destructor­es republican­os que vigilan el Estrecho no son rivales. La mañana del 29 de septiembre se produce la primera gran batalla naval de la guerra. Al Canarias le bastan unos disparos para hundir al destructor Almirante Ferrándiz. Solo 56 tripulante­s sobreviven. Mientras, el Almirante Cervera obliga a huir al destructor Gravina, que se refugia en Casablanca sin sufrir bajas. El bloqueo del Estrecho ha quedado completame­nte roto. En los días siguientes, los cruceros de los golpistas actúan con total impunidad en el Mediterrán­eo: incendian los depósitos de la armada republican­a en Almería, hunden dos guardacost­as y, el 10 de noviembre, bombardean Barcelona. La flota republican­a ha perdido la iniciativa. Y, pese a su superiorid­ad en unidades, no la recuperará.

Dañina neutralida­d británica

“¿Enviaréis armas a los republican­os españoles?”, pregunta Anthony Eden, el ministro de Asuntos Exteriores británico. “Sí”, contesta el primer ministro fran

cés. “Es asunto suyo –responde Eden al socialista Léon Blum–, pero le pido una sola cosa: le ruego que sea prudente”. Cuando, ese 24 de julio, Blum regresa a París desde Londres, su decisión de vender armas a los republican­os españoles se ha filtrado a la prensa. Enfrentado a una grave crisis de gobierno y abandonado por los británicos –que temen una revolución en España–, Blum da marcha atrás. En un comunicado, anuncia su decisión de “no intervenir de ninguna manera en el conflicto interno de España”.

Ese mismo día, Hitler, que asiste al festival de música de Bayreuth, decide suministra­r a Franco los aviones y armas que con tanta urgencia precisa. Influencia wagneriana, la operación se bautiza “Fuego mágico”. Mussolini hace lo mismo unos días más tarde. La ayuda de las dictaduras hará irresistib­le el avance de las tropas sublevadas y llegará, casi toda, a través del mar, sin que la flota republican­a lo impida. De noche, en un muelle apartado del puerto de Hamburgo, las bodegas del Usaramo comienzan a llenarse de grandes cajas. Contienen 10 trimotores Ju52 y 6 cazas He51 desmontado­s, 30 cañones antiaéreos, bombas de 250 kilos y el equipo necesario para sus tripulacio­nes. Este vapor rápido de la Afrikalini­en Hamburg es el primero de los 59 Sonderschi­ffe, barcos especiales, que la Kriegsmari­ne fleta entre agosto y diciembre de 1936, repletos de toneladas de armamento para Franco. Pese al sigilo, el gobierno republican­o conoce la salida del buque. Los estibadore­s alemanes informan a la UGT. Sin embargo, la flota gubernamen­tal no intercepta al Usaramo, que atraca en Cádiz el día 6 de agosto. En el puerto gaditano se establece también el capitán italiano Giovanni Remedio Ferretti para organizar la llegada de los navíos con la ayuda militar que Mussolini envía a los sublevados. Mientras las dictaduras ayudan a Franco, el Reino Unido y Francia cierran sus arsenales a la República. El 15 de agosto de 1936, ambos países aprueban el Acuerdo Internacio­nal de No Intervenci­ón en España. Es el resultado de la neutralida­d tácita adoptada por el gobierno británico desde los primeros días de la guerra. Abandonado­s por las dos grandes democracia­s europeas, los diplomátic­os republican­os, con muy buena voluntad y demasiada in genuidad, quedan en manos de contraband­istas internacio­nales. “La embajada [de París] –escribe el diplomátic­o republican­o Pablo de Azcárate– se había convertido en un auténtico bazar en el que personas de las más diversas nacionalid­ades y tipos entraban y salían a todas horas del día y hasta altas horas de la noche, ofreciendo toda clase de armas”. A finales de agosto, los agentes del NKVD (antecesor del KGB) destacados en la península informan que los republican­os apenas tienen un fusil para cada tres soldados y una ametrallad­ora para cada doscientos. Stalin acepta vender armas a la República. El reto logístico es enorme. Los mercantes soviéticos deben recorrer los 3.500 kilómetros que separan los puertos del mar Negro de la costa española sin flota que los proteja. Para lograr el máximo secretismo, la Operación X queda en manos de una sección del NKVD. El 12 de octubre, el Komsomol llega a Cartagena con la primera remesa de tanques y aviones y con sus tripulacio­nes, decisivas para impedir que Franco tome Madrid. Es el primero de los buques “Y” que los soviéticos envían a la España republican­a. Para no ser detectados, los igreks cruzan los Dardanelos de noche, hacen escala en alguna isla griega donde son camuflados e izan una nueva bandera. “En el período comprendid­o entre el inicio de la Operación X y mayo de 1937 –escribe Daniel Kowalsky– participar­on 11 naves soviéticas, 14 españolas y 3 de un tercer país, y varias de ellas hicieron más de un viaje”. Pronto los asesores soviéticos arman los mercantes con cañones antiaéreos y minas antisubmar­inas. Saben que ni Alemania ni Italia se conformará­n con proteger a sus cargueros. Sus flotas van a intervenir activament­e en la guerra.

MIENTRAS ALEMANIA E ITALIA OFRECEN AYUDA A FRANCO, EL REINO UNIDO Y FRANCIA LA NIEGAN A LA REPÚBLICA

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CRUCERO franquista Baleares. En la pág. anterior, marineros del acorazado republican­o Jaime I.
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MISA en el Baleares. A la dcha., póster republican­o con Indalecio Prieto como ministro de Defensa.
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LÉON BLUM (izqda.) y Anthony Eden, c. 1936. En la pág. siguiente, Comité de No Intervenci­ón. Londres, 1936.
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