LA AGONÍA DE LA FLOTA REPUBLICANA
Perdido el control del Estrecho, la flota republicana queda confinada en el Mediterráneo. Mientras, la armada franquista es cada día más agresiva.
Debería ser un cazador al acecho, pero es una presa fácil. Con uno de sus motores averiados, sin electricidad suficiente para sumergirse, el submarino republicano C3 no puede cumplir su misión: proteger Málaga de un ataque de la flota de Franco. No hay barcos enemigos a la vista. El peligro está sumergido. A través del periscopio, el capitán Harald Grosse distingue la silueta del C3 y da la orden de fuego. Desde la torreta del submarino republicano, el timonel Asensio Lidón contempla cómo el torpedo se aproxima hacia él, pero cuando comprende qué va a pasar la explosión ahoga su grito de alarma. Lidón, el marinero Isidoro de la Orden y el oficial Agustín García Viñas, que está de guardia, son los únicos supervivientes de los 40 tripulantes. Pasan horas en las frías aguas del mar de Alborán antes de ser rescatados.
“A las 14:19, hundido un submarino de la clase C ante Málaga”, telegrafía el capitán del U34 al cuartel general de la Kriegsmarine ese 12 de diciembre de 1936. Durante años, la causa real del hundimiento del C3 será una incógnita, hasta que el profesor estadounidense Willard C. Frank descubra este mensaje en los archivos de la marina alemana. La Operación Úrsula, la intervención ultrasecreta de los submarinos de Hitler en la Guerra Civil española, acaba de cobrarse su primera víctima.
Los submarinos de Mussolini
Oficialmente, la flota de Franco no tiene submarinos. La docena que posee la marina española en julio de 1936 –seis de la clase B y otros seis de la más avanzada serie C– han quedado en poder del gobierno, aunque varios de sus mandos simpatizan con los golpistas. Sin embargo, a finales de año, Franco cuenta con los dos submarinos alemanes de la Operación Úrsula –el U33 y el U34– y cuatro sumergibles de la marina italiana con oficiales españoles a bordo: el Naiade, el Topazio, el Antonio Sciesa y el Torricelli. Mussolini los envía a España para hundir los mercantes que llegan a Cartagena con la vital ayuda militar soviética.
El 22 de noviembre, el Torricelli torpedea al Miguel de Cervantes. Anclado fuera del puerto de Cartagena para evitar los bombardeos nocturnos de la Legión Cón
EL MEDITERRÁNEO, VÍA DE ENTRADA DE LOS CARGUEROS DE LA URSS, QUEDA BAJO CONTROL DE ITALIA Y ALEMANIA
dor, es un blanco extremadamente fácil. El Torricelli no hunde al crucero republicano, pero lo deja fuera de combate durante un año y medio. Junto a los submarinos, ocho cruceros y tres flotillas de destructores italianos vigilan el tráfico mercante a lo largo del Mediterráneo hasta mediados de febrero de 1937. El ataque al Miguel de Cervantes es el mayor éxito de los submarinos italianos. Un pobre resultado que incita a los mandos de la marina franquista a conseguir que Mussolini les venda algunos sumergibles. Pese a las reticencias del almirante Cavagnari, el Torricelli y el Archimede se convierten en los dos primeros submarinos de la armada rebelde a cambio de 68 millones de liras. Llegan a Palma el 13 de abril de 1937. El 30 de mayo, el Archimede –rebautizado primero como C5 para ocultar su verdadero origen, y después, cuando el engaño ya no se puede mantener, como General Mola– hunde al Ciudad de Barcelona, matando a cientos de voluntarios de las Brigadas Internacionales.
Es el comienzo de una campaña de éxitos que provocará que dejen de operar cuando, en enero de 1938, el Mola hunda al mercante holandés Hannah y el General Sanjurjo –el antiguo Torricelli– mande al fondo del mar al carguero británico Endymion. “Este segundo hundimiento –escribe José María Blanco Núñez– estuvo a punto de costarle la vida por fusilamiento al comandante, el capitán de corbeta Pablo Suances Jáudenes, pues tenía orden expresa de no atacar buques de bandera inglesa. Le salvó la decidida mediación del almirante Juan Cervera ante Franco, diciendo que, si se le fusilaba, “¿Quién podría negar la evidencia?”.
La primera campaña italiana termina ante la inminencia de la entrada en vigor del Plan de Control Naval del Comité de No Intervención, aprobado el 18 de marzo de 1937. Se despliegan 556 observadores para certificar que los mercantes de los 27 países del acuerdo no llevan armas a España. Además, medio centenar de navíos de guerra del Reino Unido, Francia, Alemania e Italia patrullan las costas españolas. “El control no era un bloqueo –escribe Michael Alpert–. Incluso los italianos y los alemanes, que no tenían interés en dejar deslizarse un transporte de armas rumbo a un puerto republicano [...] no lograron detectar ninguno”. El litoral mediterráneo, vía de entrada de los cargueros soviéticos, queda bajo el control de Italia y Alemania. Una situación demasiado peligrosa. El 26 de mayo, una bomba de 100 kilos lanzada desde un bombardero Tupolev SB Katiuska, tripulado por aviadores soviéticos, alcanza en el puerto de Palma al mercante italiano Barletta y mata a seis oficiales. Tres días más tarde, los Katiuskas bombardean al acorazado alemán Deutschland. Mueren 31
tripulantes y 70 quedan heridos. Encolerizado, Hitler ordena atacar Valencia o Cartagena. Como los dos puertos están bien defendidos, lo convencen para descargar su ira en Almería. Con total impunidad, la noche del 30 de mayo, el acorazado de bolsillo Admiral Scheer y cuatro destructores disparan 275 proyectiles, 94 desde los poderosos cañones de 280 mm del acorazado. Matan a 19 civiles, hieren a 55 y destruyen 35 casas. Furioso, Prieto quiere que la aviación y la flota republicanas hundan los buques alemanes. Los ministros comunistas, que saben que Stalin no quiere provocar a Alemania, lo impiden. Para justificar su agresión, los alemanes sostienen que Almería estaba protegida por el Jaime I. En realidad, ha sido remolcado a Cartagena para reparar los daños causados por bombarderos italianos. Allí, el 17 de junio, una enorme explosión lo desgarra. Bruno Alonso, el comisario general de la flota, escucha la explosión en su camarote en el crucero Libertad, a apenas doscientos metros. “Me apresuré a salir a cubierta, y desde allí presencié la
HITLER ORDENA ATACAR VALENCIA O CARTAGENA; LE CONVENCEN DE DESCARGAR SU IRA EN ALMERÍA
repetición de unas cuarenta explosiones de pólvora y proyectiles que arrojaban al aire trozos de hierro y cuerpos humanos”. Fallecen 300 tripulantes. La República pierde su único acorazado solo unas semanas después de que su gemelo, en el otro bando, se hunda en el Cantábrico.
La campaña del Cantábrico
Aunque el España está en peores condiciones que el Jaime I cuando estalla el golpe, los sublevados le sacan mucho más partido. El 30 de abril de 1937, mientras bloquea Santander, el Abuelo, como se lo apodaba, choca con una mina de su propia marina y se hunde. Durante las primeras semanas del conflicto bélico, el España, el crucero Almirante Cervera y el destructor Velasco son los tres grandes buques de la flota franquista. Consciente de su debilidad, Francisco More no se concentra en bloquear los puertos republicanos del Cantábrico.
Para el otoño de 1936, Moreno ha organizado una pequeña flota de bous, pesqueros de altura armados. Desde Ferrol, Ribadeo y Pasajes, los 19 bous atacan el tráfico republicano y apoyan el avance de Mola sobre San Sebastián e Irún. Para enfrentarse a la pequeña marina franquista, el gobierno despliega cinco submarinos: el C3, el C4, el C5, el C6 y el B6. Solo el C5 tiene un papel activo, aunque sin éxito. Su capitán, Remigio Verdía, llega a lanzar un torpedo al España... que no explota. Las dudas sobre un posible sabotaje crecerán ante la inacción de los otros submarinos. Y no son infundadas.
El 19 de septiembre, el Velasco hunde el B6. El capitán del submarino, Óscar Scharfhausen –cuyo hermano Guillermo, también marino, ha sido fusilado por los republicanos–, dirá a sus captores que dejó entrar agua durante la inmersión y que no evitó el ataque del destructor. Su purgatorio durará un año, pero Scharfhausen entrará en la marina franquista. Ante la ineficacia de los submarinos, el gobierno vasco crea en octubre de 1936 la Euzko itsas Gudarostea. La Marina de Guerra Auxiliar de Euskadi está formada por cuatro bacaladeros de altura, artillados con cañones cedidos por la flota republicana. Son buques de unos cincuenta metros de eslora, que apenas superan los once nudos de velocidad, sin blindaje y, en el mejor de los casos, con un cañón a proa y otro a popa. Aun así, los “gudaris del mar” no dudan en enfrentarse a los navíos de guerra franquistas y apresan dos cargueros alemanes. El 15 de noviembre de 1936, los bous Mistral y EuzkalErria ahuyentan al destructor Velasco, tras un intercambio de cañonazos que deja heridos en ambos bandos.
El 5 de marzo de 1937, tres bous vascos combaten sucesivamente con el Canarias. Su comportamiento es tan heroico que
raya en la locura. Los navíos vascos protegen junto a un cuarto bou al Galdames, que transporta un cargamento de moneda acuñada en Francia. El mal tiempo separa el convoy durante la noche. Al amanecer, el Canarias localiza al Gipuzkoa, uno de los escoltas. Es el primer acto de la batalla del cabo Machichaco. Pese a su inferioridad, el bou no huye, y llega a alcanzar al Canarias con un cañonazo. La intervención de las baterías costeras ahuyenta al crucero y permite al Gipuzkoa escapar malherido. Aprovechando el duelo, el Bizkaia rescata un carguero con armas para los republicanos apresado por el Canarias. Antes de que el crucero se dé cuenta, los dos barcos se refugian en el puerto de Bermeo. El último acto de la batalla es un combate de David contra Goliat... que gana Goliat. El Nabarra, capitaneado por Enrique Moreno Plaza, se enfrenta al crucero que manda el capitán Salvador Moreno. Tras una hora y media de lucha, el Nabarra acaba en el fondo del mar, con su capitán y 28 de sus 48 marineros. Su heroica lucha no impide la captura del Galdames. Tres días más tarde, el Canarias captura al Mar Cantábrico y su precioso cargamento: 11 aviones, 32 cocinas de campaña, alimentos y ropa. Desesperado, el lehendakari Aguirre telegrafía a Valencia el 12 de marzo: “Necesidad imprescindible venga escuadra romper bloqueo [...] Último caso, envíen cuatro destructores, tres submarinos, obligándose Gobierno vasco poner tripulación dispuesta enfrentarse enemigo”. En realidad, ya hay un destructor republicano desplegado, pero el comportamiento del José Luis Díez deja mucho que desear.
El 31 de marzo, mientras Mola lanza la ofensiva para conquistar el País Vasco, la flota franquista inicia el bloqueo de Bilbao. Su actitud agresiva está a punto de forzar un enfrentamiento con la Royal Navy. El 11 de abril, tras una reunión de urgencia en pleno domingo, Londres comunica que no puede garantizar la seguridad de sus mercantes. La prensa no se lo cree. “Todo parece indicar –publica el
Manchester Guardian en su editorial del 13 de abril– que el gobierno [británico] está utilizando la amenaza de minas y bombardeos para evitar la incómoda
ITALIA VENDE A FRANCO CUATRO BUQUES QUE EL ESTADO MAYOR DE LA ARMADA ESTIMA CHATARRA
necesidad de hacer frente a las atenciones de los buques de Franco”.
El 19 de abril, el Seven Seas Spray entra en Bilbao cargado de víveres, demostrando que el bloqueo no es tan efectivo como el gobierno británico dice. Tres días más tarde, otros tres mercantes británicos suben por la ría aclamados por los bilbaínos, después de que el acorazado Hood evite su apresamiento por el Almirante Cervera. La presión de la opinión pública también obliga al premier Chamberlain a permitir la evacuación de casi cuatro mil niños vascos. Bajo la cobertura del Basque Children’s Committee, que preside la duquesa de Atholl, el vapor Habana sale de Bilbao el 20 de mayo con 3.836 niños y 215 maestras, protegido por navíos de guerra británicos.
El gobierno central no envía a Aguirre los refuerzos que pide, pero sí otros dos submarinos, el C4 y el C6, y un destructor recién terminado, el Císcar. El comportamiento de sus desmoralizadas tripulaciones indigna a Aguirre, que el 2 de junio ordena detener a los marineros de los dos destructores y los sustituye por tripulaciones vascas. El 15 de junio, los dos buques dejan Bilbao y se refugian en Francia. Perdido Bilbao, el Císcar parte primero a Santander y, el 22 de agosto, cuando la caída de la ciudad es inminente, a Gijón. Allí permanece hasta el 19 de octubre, cuando es hundido por un ataque aéreo.
Italia bloquea el Mediterráneo
“He cortado la resistencia legalista de nuestros marinos con una reprimenda a Cavagnari –anota en su diario el conde Ciano, yerno y ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini–. El Duce la ha aprobado. Esta empresa de España encuentra la constante oposición de la Marina, que hace resis tencia pasiva”. El almirante Cavagnari se resiste a vender buques a Franco y, lo más importante, a emplear sus naves en una nueva campaña contra los mercantes soviéticos y republicanos. Franco pide a su embajador en Roma que convenza al Duce. “Los destructores –telegrafía Franco a Pedro García Conde– podrían atacar abiertamente bajo la bandera italiana teniendo a bordo a un oficial español y varios marineros, e izando la bandera nacional española durante la captura”. Nicolás Franco, hermano mayor del dictador, llega a Roma el 5 de agosto de 1937 con la misión expresa de conseguir que la armada italiana corte el tráfico soviético y, de paso, obtener los destructores que tanto necesitan. Cavagnari se desprende de cuatro viejos buques: dos destructores –rebautizados como Velascoceuta y Velascomelilla– y dos contratorpederos. Están tan deteriorados que el Estado Mayor de la Armada los califica de “chatarra”. La intervención de la flota italiana, en cambio, sí será decisiva. Los submarinos italianos inician una segunda campaña de ataques, y esta vez no solo se despliegan ante las costas españolas, sino también en el litoral turco. Los barcos “Y” soviéticos empiezan a estar en peligro nada más cruzar los Dardanelos. Los submarinos desplegados en el Egeo hunden dos cargueros en 18 misiones y dañan un tercer buque. Los mercantes que burlan sus ataques se enfrentan al desplie
LA FLOTA REPUBLICANA NO APROVECHA SU SUPERIORIDAD PARA ENFRENTARSE A LOS CRUCEROS FRANQUISTAS
gue de la flota italiana en el canal de Sicilia. Los sumergibles no hunden ningún mercante, pero los destructores italianos –tal y como ha pedido Franco– mandan al fondo del mar al Campeador, el mayor petrolero que tiene la República, y a dos cargueros. Por último, en el litoral español los mercantes son atacados por los bombarderos italianos con base en Palma y por una tercera flotilla de submarinos. En 24 misiones, los sumergibles dañan al destructor Churruca y hunden al petrolero Woodford, que no tiene ningún tripulante británico, pero luce la Union Jack. Entre el 6 de agosto y el 2 de septiembre, la flota italiana ataca una treintena de mercantes desde el Egeo hasta la costa española. Mussolini ordena el final de los ataques en vísperas de la conferencia contra la piratería que se celebra en la ciudad suiza de Nyon... ¡y en la que participa Italia! “¡Qué monumento de mentira e hiprocresía!”, anota un funcionario del británico Foreign Office sobre un recorte de la prensa italiana que atribuye los ataques a submarinos republicanos. El Acuerdo de Nyon, firmado el 14 de septiembre de 1937, pone fin a los ataques de los destructores italianos, pero no de sus bombarderos. El día siguiente, tras reunirse en Ginebra con el presidente republicano Juan Negrín, el británico Anthony Eden anota en su diario: “El jefe del gobierno español me informa que desde el inicio de la campaña de los submarinos su gobierno ha dejado de recibir prácticamente todo suministro del exterior”. El Mediterráneo ha quedado vedado para los barcos soviéticos. A partir de ahora, saldrán desde el puerto ártico de Múrmansk y descargarán las armas que tanto necesita la República en los puertos franceses. Negrín es tajante: “Alemania, Italia y Portugal seguirán ayudando descaradamente a Franco y la República durará lo que quieran los rusos que duremos”.
Triunfo pírrico y huida final
“Nyon –apunta Alpert– fue un impedimento grave para el bloqueo [de la flota franquista]. El almirante Moreno consideraba que sería imposible atacar a un barco neutral a menos que este se hallara en un puerto republicano”. Pese a todo, cuando acaba el año, la flota franquista y sus aliados han hundido 28 barcos republicanos, apresado 106 mercantes y recuperado otros 70. Perdido el control del Estrecho primero, y Málaga y la costa cantábrica después, la flota republicana queda encerrada en su base de Cartagena, sometida a incansables bombardeos nocturnos de la aviación alemana y franquista, que obligan a que los barcos salgan cada noche del puerto para no ser un blanco fácil. Agotada en proteger los cargueros que traen las armas soviéticas –y los mercantes que llevan a puertos franceses el oro para pagarlas–, la flota republicana no aprovecha su superioridad para enfrentarse a los cruceros franquistas. “Pegaban a los fascistas, no con un puño cerrado, sino con los dedos extendidos”, escribe Kuznetsov. El asesor soviético regresa a la Unión Soviética a mediados de agosto de 1937 sin presenciar la mayor victoria de la flota republicana. A principios de marzo de 1938, la flota republicana planea un ataque relámpago con lanchas torpederas –única aportación soviética a la marina gubernamental– con
tra los tres cruceros franquistas, atracados en Palma. La noche del 5 al 6 de marzo, la flotilla de destructores parte a Formentera para repostar a las lanchas, pero el mal tiempo impide que estas zarpen. En realidad, los cruceros franquistas acaban de salir del puerto mallorquín. Las dos flotas se encuentran pasadas las dos de la mañana cerca del cabo de Palos. “Nuestros barcos carecían de proyectiles iluminantes –escribe el comisario político Manuel Benavides–. El enemigo utilizó los suyos, alumbró el día sobre la escuadra republicana, y se descubrió a sí mismo en medio de aquella claridad que él fabricaba”. El Canarias, el Baleares y el Almirante Cervera se enfrentan a dos cruceros y a cinco destructores, que manda personalmente el jefe de la flota republicana: Luis González de Ubieta. Cuando vislumbran la silueta del Baleares, los destructores lanzan una docena de torpedos. Dos de ellos, probablemente del Lepanto, impactan en el crucero. La explosión vuela el puente de mando y mata al capitán Manuel de Vierna y a sus oficiales. A las 5 de la mañana, el Ba leares se va al fondo del mar con 788 de sus tripulantes. El Canarias y el Almirante Cervera huyen, sin que Ubieta les persiga, tal y como pide Bruno Alonso. El hundimiento del Baleares es una victoria pírrica. Al día siguiente, las tropas franquistas inician su ofensiva en Aragón, que culminan cuando, el 19 de abril, llegan al Mediterráneo. Cataluña queda aislada. La batalla del Ebro solo alarga una derrota inevitable. El 25 de diciembre, la flota republicana pierde su último submarino, el C4. Unos días más tarde, el destructor José Luis Díez queda varado en Gibraltar, incapaz de burlar la emboscada franquista en el Estrecho. A la flota republicana solo le queda una misión: evacuar a los mandos militares y líderes políticos más significados, cuya muerte es segura si caen prisioneros. Tampoco la cumplirá. El 4 de marzo estalla una sublevación en Cartagena. Atacada por bombarderos italianos y amenazada por las baterías costeras que debían protegerla, la flota republicana parte hacia Argelia y queda internada en el puerto de Bizerta. Cuando llegan los transportes con las tropas franquistas para apoyar a los sublevados, la rebelión ya ha sido aplastada. Sin radio que le informe, el Castillo de Olite arriba a Cartagena y vuela por los aires tras recibir el impacto de una batería de costa. Mueren casi mil quinientos hombres. Aún quedan tres semanas para el último y célebre parte de guerra, pero la lucha en el mar ya ha terminado.