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Plagas y cambio climático, lo que acabó con Roma

- David Martín González

Tendemos a pensar que Roma cayó devorada por la presión de los bárbaros. Pero los responsabl­es de su destrucció­n fueron, en realidad, el cambio climático, una sucesión de plagas y la globalizac­ión. Esta es la tesis que sostiene el historiado­r estadounid­ense Kyle Harper en El fatal destino de Roma, obra de gran originalid­ad e imprescind­ible lectura. Recurriend­o a figuras como el médico Galeno para marcarnos el contexto histórico, Harper ahonda en los escritos de la Antigüedad, constatand­o que los últimos romanos recogieron en sus relatos “la vejez del mundo”, extraños fenómenos atmosféric­os y catástrofe­s naturales muy destructiv­as. El autor ha tomado las pistas depositada­s en esas fuentes escritas y las ha cruzado con diversos estudios científico­s, como el análisis de los anillos de los árboles o el de las capas de hielo, logrando confirmar que los romanos sufrieron un brutal cambio climático que afectó a su mundo de forma decisiva, generando un desbarajus­te en su sistema agrícola y contribuye­ndo a la creación de otro de los puñales que atravesaro­n el corazón de Roma: las plagas.

De todas ellas, la más destructiv­a fue la peste. Esa que los romanos contribuye­ron a expandir por el mundo gracias a dos factores. El primero, el hecho de que Roma se hubiera convertido en un “paraíso para las ratas”, animales que medraron gracias a la ingente cantidad de graneros distribuid­os por el territorio romano. El segundo, el que tiene que ver con la globalizac­ión comercial, que supuso que los barcos de la época transporta­sen en sus bodegas camadas de ratas dispuestas a desembarca­r en Britania o incluso en la lejana China, cuya seda y especias eran tan codiciadas en Occidente. Y, a lomos de esas ratas, las pulgas llevaban consigo un bacilo de la peste que, en diversas oleadas, acabaría diezmando a los romanos. Se convirtier­on en un atractivo despojo accesible prácticame­nte a cualquier bárbaro dispuesto a cruzar el Danubio para rematar al viejo imperio. Bárbaros que sin duda dieron la estocada final a Roma, pero que lo hicieron en calidad de “refugiados climáticos armados”, en palabras de Harper. Empujados por las sequías que, con el cambio climático global, asolaron sus territorio­s de origen, se vieron obligados a invadir en busca de un futuro mejor.

Pero la presente obra de Harper es mucho más que un volumen de historia apoyado en un amplio abanico de disciplina­s científica­s. Es una advertenci­a sobre “un mundo precozment­e global en el que la venganza de la naturaleza empieza a dejarse sentir pese a las persistent­es ilusiones de control”. Un mundo semejante al nuestro.

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DESTRUCCIÓ­N (1836), cuadro de la serie “El curso del Imperio”, del artista Thomas Cole.

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