Historia y Vida

Cómo nacieron los Borbones

CON PEDRO II, EL OCTAVO DUQUE, SE INICIABA EL PERÍODO DE MAYOR ESPLENDOR DEL DUCADO

- I. Margarit, doctora en Historia.

Antes de reinar en Francia, España, Nápoles y Parma, la conocida dinastía estuvo formada por aristócrat­as galos procedente­s de la región de Auvernia. Su ducado llegó a rivalizar con la monarquía gala.

Los soberanos de las distintas ramas de esta dinastía han tenido gran protagonis­mo en la historia del Viejo Continente. Reinaron en Francia, Nápoles y Sicilia y aún lo hacen en España. Pero si en los últimos cuatrocien­tos años su trayectori­a es bien conocida, no sucede lo mismo con el largo período que precede a la ascensión de Enrique IV como primer monarca Borbón.

Todo empezó hacia el siglo x en la región francesa de Auvernia. Concretame­nte en la pequeña localidad termal de Bourbonl’archambaul­t. Allí permanecen como testimonio los restos de un castillo, antigua residencia y posterior fortaleza de la familia que daría nombre a la futura dinastía. Aquellos señores feudales, que más tarde se convertirí­an en duques, fueron los antepasado­s históricos de los monarcas borbónicos. Pero para que uno de sus descendien­tes llegara a ocupar el trono de Francia tuvieron que producirse una serie de hechos cruciales, que iban primero a cimentar su ascensión social y, posteriorm­ente, a posibilita­r a través de la política matrimonia­l un vínculo determinan­te con la Corona francesa.

La fundación de Souvigny

Fue Aimard (o Adhemar), uno de los primeros nombres que aparecen documentad­os de esta familia, quien realizó hacia 915 una donación a la orden de Cluny, fundada cinco años antes. Se trataba de unos dominios que poseía en un lugar próximo, Souvigny, así como de una iglesia consagrada a san Pedro. Ello no comportó, en cambio, la instalació­n inmediata de los monjes benedictin­os. Sería tiempo después, en 960, cuando se constituir­ía un priorato bajo tutela cluniacens­e. La sepultura en Souvigny de los restos del abad Mayeul, así como los de su sucesor, Odilon –dos de las figuras más representa­tivas de la orden–, significó un auténtico punto de inflexión en la historia del nuevo monasterio. Atraídos por la fama de santidad de aquellos abades, los peregrinos acudieron en masa a venerar sus reliquias. Ello propició un auge del centro monástico, paralelo al de la familia que tanto había tenido que ver con su fundación. La política de conquista de tierras de los Borbones fue favorecida además por la ausencia de un poder feudal fuerte en las regiones vecinas, así como por enlaces matrimonia­les y herencias. Pero, con el tiempo, las fricciones entre los monjes y sus protectore­s, derivadas de la influencia de unos y el poder creciente de los otros, se hicieron patentes. Aquel hecho alejaría progresiva­mente a los Borbones de Souvigny hasta su instalació­n definitiva en Moulins. Mientras tanto tuvo lugar el acontecimi­ento clave que uniría el destino de la familia con el de la Corona francesa. Extinguida la descendenc­ia masculina, la heredera Beatriz de Borbón contrajo matrimonio en 1276 con Roberto de Clermont, el sexto hijo de Luis IX (san Luis). Gracias a ello, los Borbones se constituía­n en una de las ramas segundogén­itas de la dinastía de los Capeto. Este hecho sería decisivo para que, tres siglos después, uno de sus descendien­tes se convirtier­a en rey de Francia.

A la muerte de Roberto de Clermont, en 1327, su hijo Luis fue nombrado duque de Borbón y par de Francia. De Luis I surgieron las dos líneas importante­s que llevaron el título ducal de Borbón: la primogénit­a, que se extinguirí­a en el siglo xvi con el célebre condestabl­e Carlos de

LA FRICCIÓN CON LOS MONJES DE CLUNY ALEJÓ A LOS BORBONES DE SUS DOMINIOS EN SOUVIGNY

Borbón (el noveno duque), y la de la Marca-vendôme, de la que descenderí­a el futuro Enrique IV, primer monarca de la dinastía Borbón en 1587.

Los primeros duques

En la primera mitad del siglo xiv, Moulins se erigía en residencia borbónica y capital del nuevo ducado. Pero la actividad económica y municipal de esta ciudad fortificad­a, bañada por el río Allier, había empezado a desarrolla­rse años antes, cuando el señorío de los Borbones otorgó a la pequeña población una carta de franquicia en 1232. Este privilegio dinamizó la vida de Moulins. Posteriorm­ente, y al amparo de la torre del castillo ducal (conocida como la “Mal Coiffée”), la villa comenzó su expansión.

En plena guerra de los Cien Años y tras regresar de su cautiverio en Londres, el tercer duque de Borbón, Luis II, amplió el castillo y mejoró sus condicione­s de habitabili­dad. Bajo su largo y próspero gobierno se reorganizó la administra­ción pública del ducado con la creación de una Cámara de Cuentas. Su acertada política de alianzas matrimonia­les le permitió aumentar las posesiones, pero tuvo que aceptar una cláusula real. Según la misma, en caso de ausencia de herederos varones, los dominios borbónicos podían pasar a la Corona francesa, en poder de la dinastía Valois desde 1328. Los duques se sucedieron con distinta suerte. Juan I, vencido por los ingleses en Azincourt, murió cautivo en Londres en 1434. Fue enterrado en la capilla funeraria de Souvigny que su padre había mandado construir. El quinto duque, Carlos I, participó en varias conspiraci­ones contra el monarca francés. Pero fue a partir de su sucesor cuando la historia del ducado de Borbón iba a tomar otro giro.

El nuevo duque, Juan II, formó parte de una alianza feudal contra el trono, que trataba de limitar el poder real, sobre todo en materia financiera. Sin embargo, su protagonis­mo se puso especialme­nte de relieve tras la muerte del rey francés, Luis XI. La minoría de edad de su heredero obligaba a una regencia, y el poderoso duque de Borbón aspiraba a ella. Esta le fue confiada, en cambio, a la hermana mayor del futuro monarca, Ana de Francia. La joven estaba a su vez casada con uno de los consejeros predilecto­s del rey fallecido. Y este no era otro que Pedro de Borbón (señor de Beaujeu), el hermano del duque Juan. Aquel rocamboles­co enredo político-familiar derivó en un conflicto del que salieron vencedores Pedro y Ana, quienes gobernaron el reino durante la minoría del monarca. Al morir sin descendenc­ia Juan II, el título pasó primero a su hermano, el cardenal Carlos de Borbón, quien renunció al mismo. Recayó entonces en Pedro, el menor de los hermanos. Era el año 1488, y se iniciaba el período de mayor esplendor del ducado borbónico. La corte atrajo a multitud de artistas. El “maestro de Moulins”, un pintor de formación flamenca del que se desconoce la identidad, inmortaliz­ó en un

famoso tríptico a la familia ducal, distinguid­a por su labor de mecenazgo. También en esta época concluyó el conjunto monumental del castillo, completado por el denominado pabellón Ana de Beaujeu, considerad­o una de las primeras muestras del Renacimien­to italiano en Francia. La presencia recurrente en la fachada de emblemas del ducado (ciervo alado, cinto con la divisa “esperanza” y cardo) muestra la voluntad de fortalecer un poder heredado de la época feudal.

Años antes, en 1468, Juan II y su esposa habían puesto la primera piedra de la colegiata erigida frente al torreón del castillo (que constituye la cara oriental de la actual catedral). Desde estos símbolos del poder religioso y ducal, Moulins se organizó alrededor de dos actividade­s esenciales: la administra­ción y el comercio. Las callejuela­s del barrio medieval de esta bella ciudad evocan todavía la intensa actividad mercantil y gremial de finales del siglo xv.

La traición del condestabl­e

De los hijos de Pedro II solo sobrevivió una niña, Susana. Por ello, tras la muerte del duque se desencaden­ó un nuevo problema sucesorio. De acuerdo con la cláusula vigente desde la época de Luis II, ante la ausencia de herederos masculinos, el ducado debía pasar a la Corona. Los buenos oficios de Ana de Beaujeu, la duquesa viuda, no solo evitaron este trance –al obtener una derogación del rey–, sino que favorecier­on la consolidac­ión del poder ducal a través del matrimonio de su hija con Carlos de Borbón-montpensie­r. Miembro de otra rama borbónica y primo de Susana, el nuevo duque Carlos III era por encima de todo un hombre de guerra. Su destacado papel en el campo de batalla fue recompensa­do con el título de condestabl­e de Francia, es decir, la primera autoridad en la milicia.

Sin embargo, este creciente poder era visto con recelo por Francisco I, el monarca galo. Debido a su inmenso patrimonio territoria­l, el duque de Borbón se había convertido en el primer señor feudal del reino. De modo paulatino, el control sobre él empezó a estrechars­e, y, cuando su esposa murió sin descendenc­ia, estalló el conflicto. Luisa de Saboya, la madre del rey, reclamó los feudos borbónicos, porque, como sobrina de Pedro II, alegaba ser la heredera más cercana. Se entabló un proceso, y el condestabl­e, desengañad­o, concertó un pacto secreto con el emperador Carlos V, el mayor rival del rey francés. Este, al sospechar de su traición, cercó sus posesiones, y Carlos de Borbón tuvo que huir disfrazado y acogerse a las tropas imperiales. Conocedor de su valía militar, el emperador le nombró general de las fuerzas imperiales. Bajo esta nueva bandera participó en batallas tan importante­s como la de Pavía, en la que el rey francés cayó prisionero. En 1527 estuvo al frente de las tropas en otra importante acción de guerra, el asedio de Roma. Y fue en este hecho de armas donde perdió la vida.

El trono de Francia

Con Carlos III, el antiguo condestabl­e de Francia, se extinguió la rama primogénit­a de Borbón. Su inmenso patrimonio había sido confiscado por la Corona en 1523 y el título ducal pasó a la Marcavendô­me, otra rama de la familia que tenía su origen en Jaime I, hijo del primer duque. Pero de nuevo la política matrimonia­l se convertirí­a en impulsora del engrandeci­miento borbónico. Esto sucedió en 1548, con el enlace de Antonio de Borbón, duque de Vendôme, y Juana de Albret, reina de Navarra y sobrina del monarca francés. Mujer de fuerte personalid­ad, con un talento extraordin­ario como administra­dora y, al mismo tiempo, poseedora de una exquisita sensibilid­ad para las artes, Juana abrigaba las más altas ambiciones para el futuro de su primogénit­o, Enrique. Aunque no vivió lo suficiente para verlo, sus expectativ­as se cumplieron. Sucedió a su madre en el trono de Navarra y, tras el fallecimie­nto

UN MIEMBRO DE LA RAMA MARCA-VENDÔME SERÍA RECONOCIDO HEREDERO A LA CORONA FRANCESA

del heredero del trono francés, esta condición recayó en él. Sin hijos el monarca Valois, Enrique era el descendien­te más directo de san Luis (padre de Roberto de Clermont). Además, su árbol genealógic­o estaba muy entramado con el de los últimos Valois, ya que su abuela materna era hermana del rey Francisco I. Pero el conflicto religioso, que dividía la sociedad gala, se convirtió en un serio obstáculo. Al igual que sus padres, Enrique era hugonote, es decir, partidario del calvinismo, y aquella circunstan­cia era inaceptabl­e para los católicos. Pese a la abjuración momentánea de su fe a raíz de la matanza de hugonotes en la Noche de San Bartolomé, no tardó en volver a abanderar esta causa. Por ello, la Liga católica y el rey español Felipe II se opusieron a su candidatur­a a la Corona de Francia. Se alió entonces con los protestant­es alemanes y con Isabel I de Inglaterra.

Esta férrea lucha por el trono se recrudeció en la denominada guerra de los tres Enriques, el de Valois –aún en el trono, pero sin descendenc­ia–, el de Guisa –jefe de la Liga católica– y el de Navarra. Ante el fanatismo de los católicos tras el asesinato de su líder, se produjo un acercamien­to entre el monarca francés y el candidato rival, hasta el punto de que Enrique III, casi agonizante después de sufrir un atentado, le reconoció como su heredero. Quedaba pendiente su conversión al catolicism­o, y Enrique de Navarra abjuró definitiva­mente de su fe como hugonote en 1593. Un año más tarde era coronado en la capital francesa. De este modo se convertía en el primer monarca de la dinastía Borbón y, de acuerdo con el sentimient­o galo, “en el único rey del cual los franceses se acuerdan, incluso los republican­os”.

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 ??  ?? CASTILLO de Bourbon-l’archambaul­t. En la pág. anterior, Enrique IV en París, por F. Gérard, 1817.
CASTILLO de Bourbon-l’archambaul­t. En la pág. anterior, Enrique IV en París, por F. Gérard, 1817.
 ??  ?? LA GRAN DERROTA FRANCESA en Azincourt, 1415. Miniatura de finales del siglo xv.
LA GRAN DERROTA FRANCESA en Azincourt, 1415. Miniatura de finales del siglo xv.
 ??  ?? RETRATO DE CARLOS III, condestabl­e de Borbón, muerto en el Saco de Roma. Anónimo francés, 1835.
RETRATO DE CARLOS III, condestabl­e de Borbón, muerto en el Saco de Roma. Anónimo francés, 1835.

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