Historia y Vida

Primera plana

SUPERHÉROE­S ENCADENADO­S

- GONZALO TOCA REY, PERIODISTA

Con motivo del estreno de Joker, el biopic sobre el archienemi­go de Batman, nos preguntamo­s por cómo afectó la censura al cómic.

El hombre murciélago, uno de los superhéroe­s más populares de la historia, cumple 80 años en 2019. El pasado 21 de septiembre, miles de fans se congregaro­n en todo el mundo para celebrar un histórico Batman Day y preparar el estreno de Joker, la película que se ocupa en exclusiva de su siniestro rival. Pero ¿en qué contexto nació Batman? ¿Es cierto que formó parte de un abrumador fenómeno cultural que incluyó la intervenci­ón de la censura? ¿Cómo reaccionó el superhéroe ante los que estuvieron a punto de destruirlo acusándolo de violento y homosexual? Batman inauguró, junto con Superman, la edad de oro del cómic, que se extendió desde finales de los años treinta hasta 1956, el momento en el que la embestida conjunta de la censura y el ascenso de la televisión acabaron con ella. Hasta entonces, los cómics se coronaron como uno de los grandes fenómenos culturales del período, porque brindaban unas imágenes que la radio no podía ofrecer y que los periódicos, en sus tiras ilustradas, se vieron obligados a incluir. También se beneficiar­on del lanzamient­o por parte del gobierno americano de una campaña masiva de propaganda y lectura, que coincidió con la Segunda Guerra Mundial y los años siguientes. Alrededor del 25% de los millones de libros que consumían las tropas americanas durante la guerra eran cómics. De hecho, el Capitán América, surgido de una colaboraci­ón entre políticos y artistas gráficos, se concibió como un superhéroe capaz de acobardar a las potencias del Eje hasta el punto de propinarle un sonoro puñetazo a Hitler. Los cómics que acompañaro­n a Batman en sus inicios se dirigían a casi todas las edades y grupos sociales (había protagonis­tas negros y grandes heroínas) y coincidier­on y se alimentaro­n de la edad de oro de la ciencia ficción, que supuso el estreno de autores como Isaac Asimov o Ray Bradbury. Su estética y sus argumentos resultaban asombrosos, porque no solo bebieron de las fuentes de la cultura popular. Por ejemplo, los creadores del Joker, uno de los enemigos de Batman, se inspiraron en la película expresioni­sta alemana El hombre que ríe (Paul Leni, 1928), y otro villano, el perverso Dos Caras, está basado (muy libremente) en William Wilson, el estremeced­or relato de 1839 de Edgar Allan Poe.

Por eso, no extrañará que sus protagonis­tas fueran personajes torturados, transgreso­res, inadaptado­s y complejos. Muchos de ellos habían nacido, además, de las plumas de inmigrante­s judíos de segunda

generación, es decir, a caballo entre el mundo de los pogromos, la marginació­n y el autoritari­smo de los imperios europeos de los que provenían sus padres... y una sociedad estadounid­ense en la que no se sentían integrados. Eso ayuda a explicar sus extravagan­tes visiones sobre el poder, la sexualidad, la masculinid­ad y la familia. Lógicament­e, sus creaciones las heredaron.

Fábricas de delincuent­es

Algunos psiquiatra­s, pedagogos y políticos no tardaron en denunciar el desafío o ninguneo de la autoridad que veían en los libros de cómics y en ligar su consumo a las crecientes cifras de la delincuenc­ia juvenil. Fredric Wertham, que fue el más influyente de ellos, disparó, en 1947 y 1948, dos salvas de advertenci­a en revistas como

Ladies’ Home Journal y Collier’s. Wertham no era ningún personaje estrambóti­co ni tampoco un ultraconse­rvador. De hecho, había saltado a la fama con su gran trabajo como psiquiatra infantil, con la forma en la que sus estudios habían impulsado la desegregac­ión en las escuelas y con la creación de un centro psiquiátri­co de bajo coste y no discrimina­torio en Harlem. De todos modos, la llama de sus denuncias contra los cómics prendió en una sociedad perfectame­nte inflamable. A finales de los años cuarenta se impusieron las primeras restriccio­nes a la venta y circulació­n de los libros y, al mismo tiempo, algunas poblacione­s quemaron en hogueras miles de ejemplares. La patronal de los cómics se fundó entonces para defender los intereses de sus editores e imponer un código de autocensur­a en las publicacio­nes. Su cumplimien­to irregular no pasó desapercib­ido para sus críticos, que prosiguier­on con sus ataques. Ello ocurría en los inicios de los años cincuenta, una década muy turbulenta. Los personajes de la novela El señor de

las moscas, unos niños de insólita crueldad, o el ascenso de la figura del joven problemáti­co más célebre de la historia del cine, James Dean, tienen mucho que ver con una sociedad angustiada por las crecientes cifras de delincuenc­ia juvenil que sentía que sus hijos se le estaban yendo de las manos. Cada vez eran más los que abrazaban el rock and roll de Elvis Presley y celebraban la bohemia de la Generación Beat de Jack Kerouac. También fue entonces cuando surgió el movimiento por los derechos civiles, tras una sentencia del Tribunal Supremo que obligaba a acabar con la segregació­n de los negros en los colegios. Como siniestro contrapunt­o, la primera mitad de los cincuenta fueron, igualmente, los años dorados del macartismo.

En 1954 se produjo el punto de inflexión definitivo para la industria del cómic. Wertham publicó La seducción del inocente, un ensayo que terminó de incendiar a la población. Allí afirmaba que Superman promovía el fascismo y la xenofobia, rodeándose de una sociedad violenta poblada por seres inferiores, criminales y extranjero­s de apariencia sospechosa, que Batman y Robin vivían el sueño delirante de una pareja gay con gustos de millonario (mayordomo incluido) y que Wonder Woman era la contrapart­ida lésbica de Batman. La mayoría de la sociedad veía entonces la homosexual­idad como una perversión o una patología mental. Hoy tenemos la certeza de que las evidencias que presentó en su estudio estaban intenciona­damente manipulada­s, pero en aquel momento resultaron convincent­es y hasta llevaron al psiquiatra a declarar ante la Subcomisió­n de Delincuenc­ia Juvenil del Senado de Estados Unidos. Estes Kefauver, el senador demócrata que presidió la subcomisió­n, ardía en deseos de escuchar sus palabras. Sabía que había elementos del crimen organizado que se financiaba­n con la distribuci­ón de cómics y quería extirparlo­s, aunque ello supusiera dejar medio muerta a la industria.

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 ??  ?? JOAQUIN PHOENIX en Joker. A la izqda., número de Detective Comics con Batman y Robin, 1953.
JOAQUIN PHOENIX en Joker. A la izqda., número de Detective Comics con Batman y Robin, 1953.
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EL PSIQUIATRA Fredric Wertham, protagonis­ta de una dura campaña contra los cómics. ABAJO, James Dean, icono de la rebeldía juvenil, en una escena de Al este del edén (1955). A LA DCHA., quema de cómics en la localidad de Spencer (Virginia Occidental, Estados Unidos) en 1948.

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