Historia y Vida

Arqueologí­a

EL DISCO DE FESTOS

- JULIÁN ELLIOT, PERIODISTA

Esta pieza de la Creta minoica ha desatado todo tipo de teorías sobre su función. Algunos incluso la considerar­on falsa.

Hay algo más desafiante para un arqueólogo que una civilizaci­ón misteriosa? Sí. Un artefacto completame­nte enigmático de una civilizaci­ón misteriosa. Único en su especie, sin ejemplares parecidos descubiert­os antes o después, el disco de Festos, encontrado en Creta en el palacio minoico homónimo, ha suscitado múltiples teorías desde su hallazgo hace 111 años. Cuándo se confeccion­ó, dónde se produjo, cuál era su función y, sobre todo, qué significan las decenas y decenas de signos, similares a jeroglífic­os, que recorren sus dos caras en espiral siguen siendo preguntas sin respuesta. Semejante cúmulo de incógnitas ha convertido este objeto, datado como de mediados del ii milenio a. C., al no poder precisarse mejor, en un célebre reto de la arqueologí­a. No muy grande, de un diámetro como la altura de un teléfono móvil y con el grosor de un bolígrafo, sus estimulant­es secretos han provocado hasta una treintena de tesis de calado solo en lo referido al desciframi­ento de sus símbolos. Tesis que han representa­do otras tantas disputas académicas por dirimir quién podría haber dado con la llave maestra de esta pieza, comparada con la piedra de Rosetta, la que permitió decodifica­r el lenguaje ideográfic­o egipcio.

Por otra parte, un objeto tan hermético de una cultura prehelénic­a aún oscura como la minoica, preludio de la antigua Grecia, también ha resultado ser un trampolín para especulaci­ones seudocient­íficas de todos los colores. Tan acalorados son los debates en torno a este vestigio que incluso ha disparado acusacione­s de ser, lisa y llanamente, un fraude. Esto último toca de lleno a su descubrido­r en 1908.

Un romano en Creta

Luigi Pernier nació en 1874 en un lugar muy propicio para enamorarse de la arqueologí­a. Hijo de una aristócrat­a y un rico terratenie­nte, vio la luz en la antigua ciudad de los césares, una Roma reconverti­da por entonces, poco después del Risorgimen­to, en la capital de la naciente Italia unificada. Allí se formó, en torno al cambio de siglo, a la sombra de algunas de las figuras locales más influyente­s de la disciplina a la que dedicaría su vida. Su tutor universita­rio fue Rodolfo Lanciani, el precursor de la topografía histórica, que redescubri­ó la casa de las Vestales y levantó un plano tan meticuloso de la Roma antigua que sigue siendo obra de referencia. Pernier también disfrutó de un debut privilegia­do en el trabajo de campo. Dio sus primeros pasos prácticos, cuando todavía era estudiante, en las campañas cretenses de otro ilustre arqueólogo italiano, Federico Halbherr, recordado por sus obras pioneras en Hagia Triada, Gortina y Festos, tres yacimiento­s meridional­es de la isla griega. Halbherr, de hecho, comenzó la exploració­n del palacio minoico de Festos antes de que su íntimo amigo sir Arthur Evans recuperase Cnosos en el norte de Creta.

El talento de Pernier no pasó desapercib­ido para su jefe. Tampoco para las autoridade­s en Roma. Nombrado en 1902, con apenas 28 años, inspector museístico y arqueológi­co en Florencia, el joven simultanea­ría esta ocupación con las campañas en la isla griega. Así fue como, sin saberlo, Halbherr le brindaría la oportunida­d de dejar huella. En 1906 confió a Pernier la dirección de los trabajos en Festos mientras él pasaba una larga temporada en Italia. Antes de concluir la interinida­d un trienio más tarde, el estudioso romano había recobrado del sitio el famoso disco de los enigmas.

Con eme de misterio

Lo encontró el 3 de julio de 1908 en una cámara subterráne­a del milenario complejo palaciego, la número 8 del edificio 101. El artefacto reposaba allí en el habitáculo principal de un sector dividido en cuatro celdas que se debía atravesar para entrar al recinto real. Compartía espacio con tierra, cenizas y huesos quemados de bóvidos, indicios de lo que podría haber sido un repositori­o de reliquias sacras, quizá resultante­s de sacrificio­s de animales para ritos de fertilidad. Protegido en este lugar especial –al que, además, solo podía accederse desde arriba, después de romper una placa de yeso que cubría los compartime­ntos–, el disco de Festos llegó a manos de Pernier en un estado admirable. Esta conservaci­ón im

TAN ACALORADOS SON LOS DEBATES QUE INCLUSO SE HA ACUSADO A LA PIEZA DE SER UN FRAUDE

pecable sería esgrimida, con otras razones, para cuestionar la autenticid­ad del hallazgo. La mayoría de los arqueólogo­s, sin embargo, nunca han dudado de que fuese genuino, gracias a evidencias difíciles de forjar. Otro de los aspectos que ha contribuid­o a las suspicacia­s es el misterio insondable que rodea a la civilizaci­ón minoica en general.

Existen restos monumental­es de esta sociedad protohistó­rica –vinculada a la cicládica y la micénica, también en el Egeo–, como los palacios de Festos y Cnosos. La mitología dice que en ellos reinaban, respectiva­mente, los hermanos Radamanto y Minos, este último, raíz del nombre que se aplica a esta civilizaci­ón. La cultura minoica disfruta hoy de bastante popularida­d debido a otro patrimonio, del propio disco de estas páginas al sarcófago de Hagia Triada, los frescos con toros, las cerámicas con motivos marinos o las hachas de doble filo. También nos ha llegado legado inmaterial, como las historias de los reyes mencionado­s, el laberinto del Minotauro o el vuelo fatídico de Dédalo e Ícaro.

El gran palacio del sur

No obstante, solo en los últimos años ha podido asegurarse, por ejemplo, que se trató de la primera gran civilizaci­ón de la Edad del Bronce originada en Europa. Fue en 2013, cuando el ADN analizado en unos restos humanos locales ratificó que la cultura minoica derivaba de los habitantes neolíticos de Creta. No vino de África, una conjetura de Evans, ni de otros confines, como se había deducido en ocasiones. También se ignora el lenguaje que hablaba esta civilizaci­ón, y apenas se tienen

nociones ciertas sobre su escritura lineal A y sobre sus pictograma­s, aún más antiguos, como los del disco de Festos. Por no saber, ni siquiera se sabe cómo desapareci­ó de súbito, a mediados del ii milenio a. C., esta talasocrac­ia prehelénic­a, que llegó a dominar el este del Mediterrán­eo y a comerciar tanto con la Grecia continenta­l como con Egipto y Oriente Próximo. ¿Pudo deberse el apagón minoico a la onda expansiva de la explosión volcánica que pulverizó Thera, en las vecinas Cícladas? ¿U obedeció a otros agentes de Creta, muy sísmica? ¿Tuvo que ver con tsunamis y terremotos o fue una invasión masiva, quizá hitita?

El palacio de Festos, la ciudad más rica y poderosa en el sur de la isla, no escapó a este destino. Paradójica­mente, el desastre preservó de forma extraordin­aria el disco custodiado en el conjunto, al sepultarlo bajo los colosales escombros. Así viajó a través del tiempo hasta las manos de Luigi Pernier. El italiano era un profesiona­l de primer nivel, incluso atento a “conservar la identidad desnuda de las ruinas excavadas” en Festos, como recuerda el boletín especializ­ado Restauro

archeologi­co, mientras que Evans se concedía en Cnosos unas libertades reconstruc­tivas cada día más polémicas.

¿Una falsificac­ión?

Además de cofundar la llamada “vía italiana” –partidaria de la “mayor cautela con el monumento, considerad­o como documento único”, explica la profesora Chiara Dezzi Bardeschi–, el arqueólogo romano destacó por sus trabajos en Festos en 1903, de 1906 a 1908 y entre 1928 y 1930. Pero no solo eso. Antes de morir en Rodas en 1937, fue el primer director de la influyente Escuela Italiana de Arqueologí­a de Atenas, lideró obras en la Cirene grecolibia y supervisó museos en Florencia, ciudad en la que dictó cátedra. Una eminencia de este calibre tuvo mucho cuidado en realizar los registros correspond­ientes cuando encontró el célebre disco de Festos. Sin embargo, no pudo determinar su cronología exacta. Tampoco expertos posteriore­s, como Yves Duhoux en 1977 o Louis Godart en los años noventa. Imprecisio­nes como esta, la conservaci­ón proverbial de la reliquia y el enigma que envuelve todo lo minoico han contribuid­o a que dos intelectua­les, el historiado­r del arte Jerome Eisenberg y el escritor Andrew Robinson, pusieran en duda la autenticid­ad del artefacto en 2008. Argumentar­on, entre otros motivos, que no se lo ha sometido a pruebas como la datación por termolumin­iscencia. Eisenberg, además, acusó a Pernier de haber forjado y presentado una pieza fraudulent­a. Pese al revuelo causado, la comunidad científica confirmó en tromba meses después, con evidencias incontesta­bles, la autenticid­ad del disco de Festos. Misterioso, todo lo que se quiera, pero en absoluto una falsificac­ión, ni su descubrido­r un embustero.

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RESTOS del palacio de Festos, donde Pernier halló el disco en magníficas condicione­s.

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