ALEJANDRO VI, EL DURO
El inmanejable español que compró sin escrúpulos su camino al pontificado
Sobre Alejandro VI se ha escrito mucho, y casi nada bueno. La misma unanimidad con la que la posteridad le condenó estuvo presente en su elección como pontífice. Rodrigo Borja salió escogido en la cuarta ronda con dos tercios de los votos, pero en la ceremonia posterior, el último rival, Giuliano della Rovere (el futuro Julio II), decidió cambiar su voto y el de sus partidarios como apoyo, más simbólico que real, al nuevo pontificado. Borja sí había obtenido, a última hora, el favor de los cardenales Orsini, Colonna y Savelli, entre otros. Según las malas lenguas, a base de oro y prebendas. “Alejandro vende las llaves, los altares y a Cristo. Tiene derecho a venderlos, puesto que antes los ha comprado”, escribió una mano anónima en las calles.
Juego de tiaras
Si estos grandes clanes creyeron que podrían manejar como a un títere a Rodrigo Borja, oscuro personaje de raíces extranjeras, se equivocaron. Esto explica la leyenda negra que rodea a este papa en mayor medida que sus actos. En el Renacimiento hubo otros papas mundanos, guerreros, ambiciosos, corruptos o con parientes pendencieros. Bien es cierto que Alejandro VI se esforzó poco en disimular sus miras terrenales o la pasión que sentía por sus hijos. Político experimentado, pragmático, brillante, persuasivo y socarrón, el papa Borgia eclipsó rápidamente a su tío y antecesor, Calixto III. Su oscilante política exterior, la gestión de las almas del Nuevo Mundo y las tragedias familiares mantuvieron al pontífice más que ocupado. Aun así, se las apañó para patrocinar maravillosas obras de arte, que revelan mucho sobre el espíritu de su pontificado. La lujosa decoración de los Apartamentos Borgia, encargada a Pinturicchio y su taller, está tan repleta de mensajes políticos, para mayor gloria del clan, que su sucesor y archienemigo, Julio II, decidió clausurarlos y mudarse al piso de arriba. En ellos se describe, por ejemplo, la muerte y resurrección del dios egipcio Osiris. Por sorprendente que hoy pueda resultar, entonces se creía que los sacerdotes egipcios habían trasladado su sabiduría espiritual a Moisés. La historia de Osiris, que revive convertido en el apacible buey Apis, prefigura la de Cristo, pero hay más: un toro es, justamente, el emblema principal del escudo de armas de los Borgia. Alejandro VI se proclama, así, digno heredero de Cristo y de la Antigüedad. En el fresco La
disputa de Santa Catalina, que se ubicaba justo detrás del trono papal, el rostro de la santa tiene los rasgos de Lucrecia, y el del gobernador Maximinus Daia, los de César, hijos ambos del pontífice. Un personaje con turbante podría aludir al príncipe Djem, hermano del sultán Bayaceto II y rehén del papa. El arco de triunfo de Constantino, que preside la escena, rodeaba la cabeza de Alejandro VI cuando recibía a dignatarios sentado en el trono. Un recordatorio más de cómo el poder imperial, traspasado a la Iglesia católica, recae sobre los hombros del pontífice.
¿Un intento de consuelo?
En las antípodas, la Piedad, probablemente la escultura más conmovedora surgida del cincel de Miguel Ángel. La encargó el cardenal Saint Denis un año después del asesinato no resuelto de Juan de Gandía, hijo del papa con Vannozza Cattanei. Según algunos expertos, se trataría de un obsequio para aliviar el dolor del pontífice. Los rostros de Jesús y la Virgen podrían estar inspirados en los de Juan y su madre.
EN SUS APARTAMENTOS HAY TANTOS MENSAJES DEL CLAN QUE JULIO II SE MUDÓ A OTRO PISO