LEÓN X, EL SUAVE
El afable y culto papa Medici que dejó la Santa Sede plagada de deudas
EL TREN DE VIDA DE SU CORTE DIO ALAS A LAS QUEJAS PROTESTANTES, CUYA IMPORTANCIA EL PAPA INFRAVALORÓ
Sixto IV se habría revuelto en su tumba de conocer la elección de León X, hijo de Lorenzo el Magnífico y primer papa del clan de los Medici, a los que tanto odió en vida. Sin embargo, Giovanni di Lorenzo de’ Medici, pese a cosechar críticas, como todos los papas renacentistas, despertó pocas antipatías entre sus contemporáneos. A diferencia del iracundo Julio II, León X era un hombre afable, generoso y risueño, hasta el punto de que el mismo Martín Lutero, que publicó sus Noventa y cinco tesis durante su papado y constituyó, con su reforma protestante, el principal quebradero de cabeza del pontífice, lo elogió en una carta: “No soy tan estúpido como para atacar a alguien a quien todo el mundo alaba”. Esto no significa que no se granjeara enemigos. En el cuarto año de su papado, desbarató una conspiración para envenenarlo que le permitió hacer limpieza de cardenales. Ejecutó al instigador, encarceló al resto y nombró a treinta y un nuevos purpurados, no sin antes hacerles pasar por caja para pagar por sus cargos. Su educación en la corte de Florencia lo convirtió en uno de los papas más cultos de la historia. Hacía gala de exquisitos modales, redactaba sus cartas con elegancia, componía versos en latín, tenía buen oído y buena voz. Contrató compositores, instrumentistas y cantantes tanto para su disfrute personal como para realzar la liturgia. Les pagaba casi tanto como a los orfebres, los artesanos mejor remunerados de la época. Reformó la Universidad de Roma y la dotó de presupuesto para contratar a buenos docentes. Todo ello implicaba gastar a manos llenas. En sus dos primeros años de pontificado, León X liquidó el tesoro pacientemente reunido por su antecesor y se vio obligado a vender indulgencias para mantener el tren de vida de su corte. Esa actitud dio alas a las quejas del movimiento protestante, cuya importancia infravaloró. Al morir repentinamente de neumonía en 1521, dejó deudas tan astronómicas que hubo que empeñar las joyas de la tiara papal. “No pudo recibir los sacramentos, pues hacía tiempo que los había vendido”, comentó, sarcástico, el escritor Pietro Aretino. El hedonismo del pontífice queda reflejado en una frase que probablemente nunca pronunció, pero que se le sigue atribuyendo, porque le encaja como anillo al dedo: “Ya que Dios nos ha concedido el papado, disfrutémoslo”.
El papa rafaelita
Si Julio II fue el papa de Miguel Ángel, con quien compartía el gusto por lo enérgico y lo viril, León X fue el mayor fan y promotor de un Rafael en estado de gracia, que dio lo mejor de sí durante su pontificado. Le nombró responsable de la gestión de antigüedades en Roma y lo puso al frente de las obras de la basílica de San Pedro, con la colaboración del arquitecto Antonio da Sangallo. En las estancias vaticanas, le encargó la sala de Constantino, que se usaría durante todo el siglo xvi para audiencias papales y otros eventos, desde misas y sermones hasta bodas y banquetes. Ocho papas de la Antigüedad y la Alta Edad Media decoran las esquinas, de san Pedro a Gregorio Magno. Unas cariátides pintadas sostienen el lema “Suave”, con el que León X definía su estilo de gobierno. En las paredes, falsos tapices pintados al fresco por Rafael y sus discípulos relatan la vida de Constantino, un recordatorio perenne de la supremacía de la Iglesia frente al Imperio y del indisoluble vínculo entre ambos. Uno de ellos, La batalla del puen
te Milvio, que fue ejecutado por Giulio Romano tras la muerte temprana de su maestro Rafael, describe la contienda en la que el emperador decidió convertirse al cristianismo, tras experimentar una visión en el campo de batalla y atribuir a Dios su victoria. La escena, que refleja la confusión de la batalla y el apoyo celestial de ángeles y arcángeles, no deja de tener su guiño contemporáneo: a la izquierda aparece la villa Madama, entonces todavía en construcción. Se trataba de un palacio de recreo diseñado por Rafael para el cardenal Giulio de’ Medici, primo del papa y futuro Clemente VII.