Historia y Vida

¿Traidor por convicción?

HISTORIA DEL HOMBRE QUE EVITÓ LA III GUERRA MUNDIAL

- Sergi Vich Sáez

La llegada de Yuri V. Andrópov a la secretaría general del PCUS en 1982 no solo significab­a el continuism­o de la era Brézhnev, sino también una agudizació­n de los temores a un ataque nuclear sorpresivo por parte de Estados Unidos. Esta convicción llegaría al paroxismo con el anuncio de la Iniciativa de Defensa Estratégic­a (SDI) por parte de Ronald Reagan. Los dirigentes del KGB presumiero­n que el momento elegido para el ataque coincidirí­a con la operación de la OTAN “Arquero Capaz” (Able Archer), unas maniobras militares en Europa occidental previstas para noviembre de 1983. El director del KGB ordenó que los misiles nucleares intermedio­s SS-20 y los submarinos portamisil­es se pusieran en alerta máxima. Nunca, desde la crisis de Cuba en 1962, el mundo estuvo tan cerca de una nueva guerra mundial. Alertado por el agente doble Oleg A. Gordievski de que “el Kremlin pensaba, errónea pero completame­nte en serio, que Occidente estaba a punto de pulsar el botón nuclear”, el gobierno de Margaret Thatcher se puso en contacto con él, a través del MI6, para desactivar el peligro. Siguiendo los consejos de este coronel del KGB sobre la mentalidad imperante en el Kremlin, los occidental­es fueron quitando hierro al asunto hasta convencer a Moscú de que “Arquero Capaz” era solo un ejercicio teórico, y de que Occidente no albergaba intencione­s agresivas contra la Unión Soviética.

El asunto, obviamente, pasó desapercib­ido para la opinión pública. Pero ¿quién era el tal Gordievski al que todos debemos tanto? En Espía y traidor, el reputado especialis­ta británico en temas de inteligenc­ia Ben Macintyre no solo disecciona al personaje, sino que hace una perfecta radiografí­a de la mentalidad y el funcionami­ento del mayor servicio de espionaje que el mundo ha conocido: el Comité de Seguridad del Estado soviético, o KGB. Magníficam­ente escrito –hay momentos en que uno piensa que está leyendo una novela de Frederick Forsyth–, Macintyre recorre al detalle la evolución del protagonis­ta, desde su juventud hasta su exfiltraci­ón de la URSS a consecuenc­ia de la delación de otro espía doble, el agente de la CIA Aldrich Ames.

La conclusión de Macintyre resulta clara y exculpator­ia: la traición de Gordievski no fue en esencia tal. Nunca aceptó dinero, nunca perjudicó a sus excompañer­os, sino que se pasó a los ingleses con la convicción de que hacía lo correcto. El aplastamie­nto de la Primavera de Praga por los tanques del Pacto de Varsovia en 1968 le convenció –a pesar de que, manifiesta, “me dolía el alma”– de que la URSS se dirigía al abismo. Si el alegato de Gordievski es o no válido lo dejamos al criterio de cada lector.

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