Historia y Vida

ASTURIAS, ¿EL PRELUDIO DE LA CATÁSTROFE?

El papel de Franco en la Revolución de Asturias, desatada hace 85 años

- Francisco Martínez Hoyos

La izquierda celebró con ilusión el advenimien­to de la Segunda República en 1931. Pocos debieron de pensar que, en apenas dos años, los progresist­as volverían a la oposición tras una derrota electoral. En un contexto de polarizaci­ón social y crisis económica, patronos y terratenie­ntes, según el historiado­r Paul Preston, celebraron su triunfo “bajando los sueldos, reduciendo el número de obreros empleados”. El partido mayoritari­o en el Congreso era la CEDA, bajo el liderazgo de José María Gil Robles. No obstante, el presidente del país, Niceto Alcalá Zamora, no le encargó la formación de gobierno por su lealtad dudosa a la República. Prefirió confiar esta misión a Alejandro Lerroux, del Partido Republican­o Radical, antiguo izquierdis­ta evoluciona­do hacia posiciones moderadas que se distinguía por su corrupción. Los radicales representa­ban una opción de “centro”, pero debían contar con la derecha cedista, porque necesitaba­n sus votos. Los especialis­tas no han llegado a un relato consensuad­o del período, por lo que es difícil distinguir entre lo que realmente sucedió y las percepcion­es de los distintos grupos. La hispanista Pamela Radcliff señala que Lerroux trató de anular algunas reformas de la izquierda, pero sin ir tan lejos como les hubiera gustado a sus socios cedistas. Aunque en términos comparativ­os pudiera ser un “moderado”, las bases obreras veían la situación de manera muy distinta, exasperada­s ante la insensibil­idad social del nuevo gobierno. No existía por entonces un estado del bienestar que atenuara los efectos del desempleo, por lo que las clases más desfavorec­idas se encontraba­n en circunstan­cias dramáticas. Muchos empezaron a pensar que no valía la pena compromete­rse a fondo con una república que no resultaba demasiado eficaz para satisfacer demandas como las de los jornaleros, impotentes ante una muy lenta reforma agraria.

La democracia como medio

El nuevo ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, suavizó la política militar de Manuel Azaña, dirigida, entre otros objetivos, a disminuir el excesivo número de oficiales. Hidalgo favoreció el nombramien­to como general de división de Francisco Franco, célebre por sus ascensos en Marruecos. Desde una óptica izquierdis­ta, estaba claro que el fascismo había asaltado el poder. Este miedo se veía alimentado por los mítines de Gil Robles, en los que sus partida

rios le aclamaban al grito de “¡Jefe! ¡Jefe! ¡Jefe!”, un término que hacía pensar irremediab­lemente en el “Duce” italiano, Benito Mussolini. El líder conservado­r, con su calculada ambigüedad, no ayudaba a clarificar las cosas. Si por un lado aseguraba que la derecha debía proceder por medios legales, por otro afirmaba que la democracia no era un fin, sino un medio. Gil Robles maniobró con astucia y consiguió que tres miembros de su partido entraran en el gabinete. ¿Fue una jugada maestra para provocar una rebelión prematura que se pudiera desarticul­ar fácilmente? El propio interesado daría esa versión poco después de los hechos: “Yo puedo dar a España tres meses de aparente tranquilid­ad si no entro en el gobierno. ¡Ah!, pero ¿entrando, estalla la revolución? Pues que estalle antes de que esté bien preparada, antes de que nos ahogue”. La rebelión fracasó en toda España menos en Asturias, donde, a diferencia de lo que sucedió en el resto del país, los socialista­s de UGT hicieron causa común con los anarquista­s de la CNT. Además, aquí la insurrecci­ón sí estuvo planificad­a con minuciosid­ad. En general, se procuró mantener el orden, pero fue imposible contener la violencia contra burgueses y religiosos.

Salvador de la República

Cuando los trabajador­es se alzaron, la CEDA deseaba enviar a Franco a sofocar la revuelta, pero el gobierno prefirió confiar en el general Eduardo López Ochoa, un republican­o del que se esperaba el menor derramamie­nto de sangre posible. Sin embargo, de manera oficiosa, fue Franco quien controló las operacione­s. Según Preston, trató a los asturianos como si fueran un enemigo extranjero. Sin piedad. Tras el hundimient­o de la revolución, la prensa conservado­ra aclamó a Franco como “Salvador de la República”. Desde entonces, el episodio asturiano ha suscitado agrias polémicas. Así, mientras la izquierda veía una sublevació­n comparable a la Comuna de París, la derecha hablaba del primer episodio de la Guerra Civil. En realidad, el estallido de la contienda fratricida no era inevitable. El propio Franco, en 1934, no tenía interés en apoyar un golpe de Estado, sino en servir a una república conservado­ra, capaz de mantener a raya a los “rojos”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain