Un hilo directo
Hace dos decenios, el estreno de Gladiator, la oscarizada película de Ridley Scott, propició un resurgimiento del interés popular por la antigua Roma. Esta tendencia no ha cesado en el ámbito de la cultura de masas, y hoy se hace extensiva a series, cómics y videojuegos. Un ejemplo del hilo directo que mantenemos con aquella civilización. Pero ¿por qué miramos a Roma? Como afirma la historiadora británica Mary Beard, “después de 2.000 años sigue siendo la base de la cultura y la política occidentales, de lo que escribimos y de cómo vemos el mundo y nuestro lugar en él”. Así, más allá del enorme legado arquitectónico, de las obras de ingeniería, de sus leyes y de su idioma, los ecos de los romanos resuenan en aspectos de nuestra cotidianeidad. Fenómenos como el cambio climático, la inmigración, las prácticas populistas o los nuevos imperios encuentran reflejos en aquel pasado. Este diálogo constante con la antigua Roma se sustenta desde el Renacimiento. En pleno siglo xx, Mussolini se apropió de los símbolos romanos como un vehículo de reafirmación, y Bill Clinton confesaba su admiración por Marco Aurelio y sus Meditaciones. Pero ¿somos tan iguales? Lo cierto es que las circunstancias de la antigua Roma eran profundamente distintas de las nuestras. La propia Mary Beard advierte del peligro de establecer paralelismos sin contextualizar. En el “idílico” mundo romano existían la esclavitud generalizada, enfermedades incontrolables y una tasa muy alta de mortalidad infantil, la mayor parte de mujeres gozaban de escasos derechos y los combates de gladiadores poco tenían que ver con nuestros espectáculos deportivos.
Dos milenios después, Roma está aquí, presente en nuestras vidas, como referente y espejo. Tan lejos, tan cerca. ●