Autoritarios y populistas
Vivimos en una época de crisis políticas en la que se ciernen amenazas sobre las estructuras de repúblicas tan distintas como Estados Unidos, Venezuela, Francia o Turquía. Muchas de ellas son descendientes constitucionales de Roma y, como tales, han heredado tanto las enormes fortalezas estructurales que permitieron que la República romana perdurase como varias de las debilidades que, al final, contribuyeron a su desaparición”. Son palabras del historiador Edward J. Watts en la introducción a su libro República mortal, en el que no oculta sus temores a que el autoritarismo acabe imperando en determinados países democráticos. Según Watts, Roma es “una lección que puede ser útil” para evitar que los ciudadanos, deseosos de ciertas seguridades como las que la plebe reclamaba a Augusto, acaben como aquellos romanos que prefirieron un emperador a una república. La dictadura de Augusto empezó con Julio César vadeando el Rubicón, imagen clásica de la pérdida de las libertades. Tom Holland sostiene que, a partir del Renacimiento, “se ha intentado muchas veces vadear de nuevo el Rubicón, regresar a su orilla, dejar atrás la autocracia”. Para el británico, y para otros antes que él, revoluciones como la francesa o la norteamericana “se inspiraron conscientemente en el ejemplo de la república romana”. Pero hoy Holland cree que estamos en un punto en el que, como el pueblo romano, podemos cansarnos de las virtudes republicanas. “Como los propios romanos comprendieron –sostiene Holland–, la libertad de la que disfrutaban contenía las semillas de su propia destrucción, una reflexión que ya inspiró mucho sombrío moralismo bajo Nerón o Domiciano. Y esa reflexión, en los siglos que han transcurrido desde entonces, no ha perdido un ápice de su capacidad turbadora”.
El populismo
Antes de que llegaran los autoritarios emperadores, los romanos inventaron un concepto que también está muy presente en los debates políticos actuales: el populismo. Una corriente nacida en una época de desigualdad entre ricos y pobres y que, en origen, surgía con la pretensión de ayudar a los más desfavorecidos. Sin embargo, aquella política acabó degenerando, convirtiéndose en una cosa muy diferente que aún sufrimos hoy. El historiador Mike Duncan ha relacionado en su obra la época de los grandes populismos romanos con la actualidad. Para él, la caída de la República romana “hoy resulta especialmente atrayente porque, ante la sospecha de fragilidad de nuestras instituciones republicanas, contemplamos el auge de los césares como un relato admonitorio”.
Duncan sostiene que resulta “difícil ver las noticias o navegar por las redes sociales sin preocuparse de que estemos entrando en una era de violentos populismos”. Y eso conduce necesariamente al autoritarismo, “si nos fijamos en la política en Estados Unidos, Gran Bretaña, Hungría, Polonia, Francia y Brasil”. En estos lugares, el fracaso de los líderes a la hora de abordar los problemas económicos y sociales ha favorecido la aparición de elementos nacionalistas, autoritarios y de extrema derecha. Para Duncan, “al igual que ocurrió en el caso de la república romana”, las élites no se han centrado en el ciudadano corriente, sino en proteger sus privilegios. Y eso, como en la antigua Roma, “ha dejado a los ciudadanos en una situación de vulnerabilidad ante la demagogia fascista que se está extendiendo por el mundo atlántico”.
¿Acabaremos como los romanos, que prefirieron un emperador a una república?
¿Cómo acabaron los romanos, tan defensores en otro tiempo de sus instituciones, bajo el mando absoluto de la antiguamente despreciada figura de un monarca? Edward J. Watts culpa a todos esos grandes hombres que utilizaron la política para lograr sus fines, “dirigentes cínicos” que emplearon las herramientas legislativas republicanas creadas para negociar con el objetivo de ejercer un poder absoluto o bloquear a sus adversarios. Para Watts, cada vez que Catón hacía mal uso de un procedimiento político o un ciudadano aceptaba un soborno, la república quedaba herida. Y esa herida se emponzoñaba cuando los hombres responsables no solo no eran condenados, sino que eran seguidos hasta el fin, como ocurrió en el caso de Sila, Mario o César. Pero la muerte de aquella república se debió también “a las innumerables pequeñas heridas causadas por romanos que no se imaginaban” que la república pudiera perecer. Esos que, en poco tiempo, a cambio de estabilidad, salarios seguros, ausencia de conflictos civiles y diversión, renunciaron a su libertad para ponerse al servicio de Augusto.
Todo esto nos deja, nuevamente según Watts, una enseñanza. “Cuando los ciudadanos dan por descontada la salud y la durabilidad de su república, esta corre peligro. Esto era así en 133 a. C., en 82 a. C. y en 44 a. C., y sigue siéndolo hoy. En la antigua Roma y en el mundo moderno una república es algo que hay que valorar, proteger y respetar. Si desaparece, lo que aguarda al otro lado es un futuro incierto, peligroso y destructivo”. ●