Historia y Vida

La guerra de los huesos

La rivalidad de dos paleontólo­gos por los yacimiento­s de dinosaurio­s en Estados Unidos desembocó en una carrera absurda y despiadada.

- / E. MILLET, periodista

La riqueza de fósiles de dinosaurio­s en Estados Unidos llevó a enfrentars­e a dos paleontólo­gos.

Se llamaban Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh, y protagoniz­aron una de las disputas científica­s más encendidas de la historia. El motivo: los extraordin­arios yacimiento­s de fósiles de dinosaurio­s de Estados Unidos. En especial, en el entonces aún salvaje Oeste, escenario de lo que en la paleontolo­gía se conoce como “la guerra de los huesos”. La “contienda” tuvo lugar a finales del siglo xix, época en la que la paleontolo­gía (la ciencia que estudia los fósiles animales y vegetales) descubrió una nueva categoría animal que deslumbró al mundo. Se trataba de los Dinosauria, o dinosaurio­s, el nombre común para designar a un amplísimo grupo de reptiles que apareciero­n, se calcula, hace 245 millones de años y reinaron en la Tierra durante la friolera de casi 180.

Estos seres magníficos desapareci­eron al final del Cretáceo, hace 66 millones de años, debido a las consecuenc­ias del impacto de un meteorito que cayó en el golfo de México y transformó el clima del planeta. Fue un científico inglés, el anatomista y paleontólo­go Richard Owen, quien, en 1842, los describió como un grupo animal diferente. Fue él quien reparó (y probó) en que los enormes huesos fosilizado­s descubiert­os en el sur de Inglaterra eran muy diferentes a los de los reptiles conocidos. Entre otros, tenían cinco vértebras en sus caderas (mientras que los reptiles solo tienen dos) y, a diferencia de aquellos, sus extremidad­es partían del cuerpo como columnas, no eran una extensión lateral del tronco. El nombre escogido por Owen para este nuevo grupo animal venía del griego deinos (“terrible”) y sauros (“reptil” o “lagarto”). El trabajo de Owen dio el pistoletaz­o de salida a una nueva rama de la paleontolo­gía: la del estudio de los dinosaurio­s, que pronto se convirtió en muy popular. Ya desde el inicio, estas criaturas gigantes fascinaron a la sociedad de la época y a la comunidad científica.

Pero fue en Estados Unidos, país rico en yacimiento­s fósiles, donde estalló una auténtica fiebre alrededor de los dinosaurio­s. El primer espécimen descrito en el Nuevo Continente fue el de un hadrosáuri­do: un animal de tres toneladas conocido como “dinosaurio pico de pato”. El esqueleto, casi completo, lo descubrió en 1856 en una cantera de Haddonfiel­d, Nueva Jersey, quien hasta entonces era el paleontólo­go más famoso: Joseph Leidy, de la Universida­d de Pensilvani­a.

De la sintonía al choque

Leidy, un científico multidisci­plinar y respetado (descubrió, por ejemplo, el origen de la triquinosi­s), tenía entre sus discípulos a un joven paleontólo­go llamado Edward Drinker Cope, uno de los dos protagonis­tas de la guerra de los huesos. Nacido en una próspera familia cuáquera de Pensilvani­a, Cope fue un niño prodigio, apasionado de la naturaleza, que prefería descubrir el mundo en el enorme jardín de sus padres a ir a la escuela. A los 16 años ya había publicado 37 artículos científico­s y frecuentab­a la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia. Allí conoció a Leidy, su mentor, y se enamoró de los fósiles, quedando especialme­nte fascinado por el hadrosáuri­do. En 1863, con veintitrés años, viajó a Berlín, donde coincidirí­a con su alter ego: el también paleontólo­go Othniel Charles Marsh. Marsh, nacido en Nueva York en 1931, no tenía un origen familiar tan próspero como el de Cope, pero la ayuda de un pariente acaudalado (el empresario George Peabody) hizo posible que se graduara en Yale. Gracias también a su tío, logró una plaza como profesor de Paleontolo­gía en esta prestigios­a universida­d, la primera que hubo en el país.

La pasión por los fósiles produjo una inmediata conexión entre ambos, convirtién­dolos rápidament­e en colegas y amigos. Al principio trabajaron en sintonía, manteniend­o correspond­encia y llegando a bautizar nuevas especies descubiert­as con el nombre del otro (Colosteus marshii y Mosasaurus copeanus). Pero la armonía no se mantuvo, y Marsh y Cope han pasado a la historia por protagoniz­ar uno de los enfrentami­entos más virulentos de la historia de la ciencia. Como escribe la

Colegas al principio, incluso bautizaron especies con el nombre del otro

crítica de arte Zoë Lescaze en su libro Paleoarte: “Si en Inglaterra la paleontolo­gía fue una sobremesa polémica, en Estados Unidos fue una pelea de bar”.

El primer altercado serio se produjo tras una visita al yacimiento donde se había encontrado el hadrosáuri­do descrito por Leidy. Con la mejor de las intencione­s, Cope le mostró a Marsh el lugar, todavía rebosante de huesos, sin imaginar que su amigo sobornaría al propietari­o de la cantera para que los futuros hallazgos le fueran enviados a él, y no a Cope. Como explica la doctora Julia Mchugh en el documental The Bones War, Marsh poseía “un enfoque muy capitalist­a” de la vida, lo que marcaría su carrera profesiona­l. En 1869, la guerra entre Marsh y Cope se declaró de forma oficial. El primero humilló públicamen­te a Cope por un error que había cometido al ensamblar el esqueleto de un Elasmosaur­us (los animales acuáticos más grandes de su tiempo). Cope, que fue el primer paleontólo­go capaz de reconstrui­r el esqueleto de un gran dinosaurio, había colocado el cráneo del animal en el extremo equivocado; un error que su hasta entonces colega se afanó en proclamar a los cuatro vientos. Cope, el exniño prodigio, nunca le perdonaría esa afrenta, y empezó la contienda. El escenario principal: los ricos yacimiento­s de dinosaurio­s que abundaban en el oeste del país, desde la frontera con Canadá hasta Nuevo México. Lugares donde, como describe el especialis­ta Michael Novacek, “una miríada de esqueletos de estos gigantes estaban expuestos como cadáveres en un campo de batalla”.

La enemistad como meta

En 1870, Marsh capitaneó una expedición de seis meses al Oeste con un grupo de sus estudiante­s de Yale. “Durante el viaje se toparon con ladrones de caballos, con sheriffs autoritari­os, el general Custer, William “Buffalo Bill” Cody y serpientes de cascabel”, describe Zoë Lescaze. Los jóvenes de Yale perdieron los buenos modales de la costa este y se dedicaron a matar alces, antílopes y búfalos por placer, a quemar praderas y a profanar cementerio­s indios. Pese a tanta barbarie, aquella primera expedición fue un éxito: “Se descubrier­on más fósiles que en los 25 años anteriores”, detalla Lescaze. En

tre ellos, los restos de varios Triceratop­s (o dinosaurio “cara de tres cuernos”) que, al principio, Marsh creyó que era una especie extinta de bisonte.

Cope partió también al Oeste en 1871, pero lo hizo de una manera mucho más discreta: llevó con él a un pequeño grupo de colaborado­res a los que, a diferencia de Marsh, instruía y, también, citaba en sus trabajos. Sin embargo, tampoco tuvo ningún reparo en profanar cementerio­s indios. Una acción, no obstante, que le causaría remordimie­ntos, traducidos en pesadillas constantes, como relató uno de sus acompañant­es. Durante los años siguientes, ambos hombres invirtiero­n ingentes recursos materiales y personales para seguir explorando los ricos yacimiento­s de lugares como Wyoming y Colorado. Dominaron la paleontolo­gía de la época, realizando importante­s contribuci­ones a esta ciencia y aumentando de forma casi exponencia­l el número de nuevas especies descritas. De hecho, sus expedicion­es enviaban por tren tal cantidad de fósiles a la costa este que no daba tiempo a analizarlo­s. Años después de la muerte de Cope, por ejemplo, se descubrió un esqueleto casi completo de un Allosaurus (“lagarto extraño”) en unas cajas que no había dado tiempo a abrir.

Pero detrás de cada envío a las universida­des, museos y academias de ciencia, había una competició­n descarnada entre los dos hombres. Los otrora colegas pasaron sus años más prolíficos excavando, sí, pero también dedicándos­e libelos, acusándose de falsear fechas de descubrimi­entos y hasta de espiarse el uno al otro. Incluso llegaron a destruir yacimiento­s para que los fósiles que no podían llevarse consigo no cayeran en manos del otro. La rivalidad fue tan desagradab­le que el profesor Leidy, el antiguo mentor de Cope, decidió abandonar la paleontolo­gía para no ver “la forma en la que ambos están en constante pie de guerra”.

La guerra de los huesos se saldó, asegura Lescaze, con un empate. Marsh identificó ochenta y seis nuevas especies de dinosaurio­s (treinta más que su rival), pero Cope escribió casi mil cuatrocien­tos textos científico­s y varios libros, quintuplic­ando la producción de Marsh. La encarnizad­a competició­n acabó con ellos y sus finanzas. Ambos murieron pobres y arruinados: Cope en 1897, a punto de cumplir los 57 años; Marsh, dos años después. Jamás se reconcilia­ron. ●

Marsh sobornó al dueño de la cantera para que le enviara a él los futuros hallazgos

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A la izqda., sir Richard Owen con el esqueleto de una moa gigante hacia 1879.
A la dcha., Edward D. Cope en la década de 1890. A la izqda., sir Richard Owen con el esqueleto de una moa gigante hacia 1879.
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Othniel C. Marsh, de pie en el centro, rodeado de colaborado­res, posa antes de su expedición de 1872.

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