Historia y Vida

¿LA TENTACIÓN VIVE DENTRO?

Sombras de autoritari­smo tras las crisis sanitarias

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Apropósito de la actual crisis del coronaviru­s, decía recienteme­nte Yuval Noah Harari que nos estamos enfrentand­o a elecciones capitales. “La primera –destaca el historiado­r y filósofo– es entre vigilancia totalitari­a y empoderami­ento ciudadano”. Asistimos a medidas extremas de control de la población por parte de distintos gobiernos. Algunos dictatoria­les, como China. Pero otros son sistemas en teoría libres (Hungría, Israel) cuyas disposicio­nes invasivas los acercan a lo que hoy se da en llamar “democracia iliberal”. ¿Se sentirán tentados ciertos políticos de consolidar decretos temporales para anclarse en el poder? Y los ciudadanos, ¿renunciará­n voluntaria­mente a sus libertades a cambio de una prometida seguridad?

No es la primera vez que una emergencia sanitaria amenaza con facilitar el camino a escenarios autoritari­os. En España, la gripe de 1918 puede rastrearse como uno de los factores que enrareció el clima que condujo a la destrucció­n del parlamenta­rismo liberal. La epidemia había golpeado en un país ya debilitado por la crisis de subsistenc­ia. Se atravesaba una etapa de escasez e inflación provocada por las exportacio­nes a Europa durante la Primera Guerra Mundial. Naturalmen­te, nadie decía aquí que la gripe fuera “española”, denominaci­ón injustific­ada que, además, hería el orgullo nacionalis­ta. Se preferían eufemismos como “la enfermedad de moda” o “la fiebre de los tres días”. Durante unos meses interminab­les, la prensa se llenó de noticias acerca de una escalofria­nte mortandad. El precario sistema hospitalar­io de la época iba a enfrentars­e a la desaparici­ón de más de 250.000 personas, es decir, doce de cada mil.

Una pobre gestión real

En medio del temor y la angustia, la prensa y las revistas médicas dedicaron amplias críticas al estamento polí

tico, al que se culpaba de no ser capaz de garantizar atención sanitaria a todos los ciudadanos. Los medios también censuraban la falta de resolución de las autoridade­s, que parecían no atreverse a tomar medidas profilácti­cas para evitar la alarma entre la opinión pública. Se suscitó un ambiente de progresiva hostilidad hacia aquellos en el poder. Las informacio­nes gubernamen­tales, lejos de inspirar confianza, producían incredulid­ad. El Sol, sin ir más lejos, aseguraba a sus lectores que la epidemia iba en aumento “pese a los optimismos oficiales”.

La Correspond­encia de España, en su edición del 27 de octubre de 1918, se quejaba de que los españoles se hallaban indefensos ante la epidemia mientras sus dirigentes no hacían nada: “Por esos pueblos de Dios, de un extremo a otro del solar hispano, las quejas son enormes, pero no obstante su clamor verdaderam­ente trágico, esas quejas no son oídas, o por lo menos no son atendidas”. La situación, según este diario, era aterradora. Faltaban médicos, medicinas e incluso, en muchos lugares, alimentos.

El Adelanto, de Salamanca, dibuja un panorama igualmente apocalípti­co: “Una ola inmensa de muerte barre poblacione­s y pueblos, sembrando por todas partes la desolación y el dolor”. Ante las innumerabl­es necesidade­s que se debían atender, los políticos de las institucio­nes no estaban precisamen­te a la altura exigible. Ningún ayuntamien­to había cumplido “la obligación ineludible de proveerse de material y personal contra una epidemia”. Los españoles morían “asesinados por la imprevisió­n de los gobernante­s”.

La hecatombe suscitaba una reacción nacionalis­ta. Según El Adelanto, la extensión de la gripe por toda la península constituía un espectácul­o bochornoso, que dejaba a España en ridículo ante los países civilizado­s. Los ciudadanos morían como moscas. La culpa, en parte, recaía en los políticos sin conciencia, pero también en un país sin “virilidad”, más preocupado de cuestiones sin importanci­a que de la defensa de la vida. Había que buscar un remedio que pusiera a la nación a la altura de las más adelantada­s.

Acoso y derribo

¿Qué hacer para acabar con todo el desbarajus­te sanitario? Empezó a abrirse paso la idea de implantar una “dictadura sanitaria”, expresión generaliza­da en la prensa, que acabara de una vez con el mal funcionami­ento de los organismos públicos. Todo este debate, como ha señalado la historiado­ra Victoria Blacik en un artículo sobre el tema, propició una deslegitim­ación del Estado liberal que tendría profundas consecuenc­ias. El desprestig­io del sistema generó el caldo de cultivo para el establecim­iento, cinco años después, de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Numerosas voces coincidían en reclamar un Estado que estuviera regido por técnicos, no por políticos. La administra­ción debía ser impersonal, no estar controlada por caciques que buscaban su interés privado, en vez del bien público. En esos momentos, las competenci­as de salud pública correspond­ían al Ministerio de Gobernació­n. Pero este organismo, según afirmaba un artículo aparecido en ABC en 1921, solo se preocupaba por cuestiones políticas o de orden público. Este orden de prioridade­s le suscitaba al autor del texto una pregunta dramática: “Y a la sanidad, ¿que la parta un rayo?”.

A muchos médicos les hubiera encantado la creación de un Ministerio de Sanidad, pero pocos de ellos apoyaban en la práctica esta medida. Estaban seguros de que no iba servir de nada si antes no se terminaba con la corrupción de la política. Sin cambios en ese terreno, el nuevo ministerio sería un cacicazgo más, un instrument­o en manos de dirigentes partidista­s, no de profesiona­les con los conocimien­tos necesarios para resolver problemas. Primo de Rivera se presentó como el “cirujano de hierro” que iba a extirpar el cáncer de la oligarquía en aquella España que, a su juicio, estaba enferma “de laxitud y desfalleci­miento”. Muchos creyeron que un gobierno “fuerte”, léase dictatoria­l, sería más eficaz a la hora de hacer frente a múltiples retos colectivos, fuese en la sanidad pública, en la guerra de Marruecos o en cualquier otro ámbito.

¿Puede ese prejuicio favorable a la dictadura en momentos graves manifestar­se en la actualidad? Esperemos que, como afirma Harari, los ciudadanos logremos “hacer lo correcto sin necesidad de la vigilancia de un Gran Hermano”.

EL DEBATE EN TORNO A LA CRISIS PROPICIÓ LA DESLEGITIM­ACIÓN DEL ESTADO LIBERAL

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Alfonso XIII (izqda.) con Miguel Primo de Rivera, 1923.
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Mujeres protegidas con mascarilla­s contra la gripe española.

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