Historia y Vida

BRESLAU NO SE RINDE

Fue la última ciudad alemana del Este. Hace 75 años caía ante los soviéticos tras una férrea resistenci­a.

- SERGI VICH SÁEZ

Amediados de 1944, la situación de Breslau (hoy Wroclaw, en Polonia) era mejor que la de otras ciudades alemanas. Las transforma­ciones causadas por la guerra resultaban patentes, pero su ubicación en el interior del Reich la había librado –como a Dresde– de los bombardeos angloameri­canos más destructiv­os.

La región industrial de la Baja Silesia, de la que Breslau era capital, se hallaba bajo el mando del Gauleiter Karl August Hanke. Este, un nacionalso­cialista de primera hora bien visto en Berlín, estuvo a punto de truncar su carrera por una relación con Magda Goebbels, esposa del poderoso ministro de Propaganda. El affaire se saldó con su alejamient­o de la capital del Reich, pero en su nuevo destino pudo consolidar una especie de taifa. Mientras, el Ejército Rojo estaba ya cerca de las fronteras germanas. Como había hecho en otras ocasiones, Hitler decidió convertir algunas ciudades en Festungen (fortalezas) con intención de desgastar a la marea roja. No era poca cosa, porque sus guarnicion­es estaban abocadas a una resistenci­a suicida. El 24 de agosto, Breslau sería una de las “agraciadas”.

Breslau

Hanke y los suyos veían lejos el peligro, y así lo transmitie­ron a la población. A pesar de eso, Breslau fue llenándose de refugiados hasta alcanzar el millón de habitantes. El jefe militar, el general Johannes Krause, mucho más realista, preparó una defensa en profundida­d apoyada en unos viejos fuertes, aunque solo se pudieron terminar las líneas más externas, situadas a unos cuarenta y veinte kilómetros de la ciudad del Oder. Pronto se evidenciar­on las malas relaciones entre ambos dirigentes. Hanke, jefe, además, de la Volkssturm (la milicia po

pular), dilapidaba recursos tomando decisiones sin ton ni son, al tiempo que llamaba a Berlín quejándose de Krause. Mientras, el general movilizaba todo lo movilizabl­e hasta reunir a unos sesenta mil hombres de variopinta procedenci­a (de restos de unidades en retirada a chicos de las Juventudes Hitleriana­s), hacía volcar tranvías para bloquear calles, ordenaba minar puentes, almacenar alimentos... Así estaban las cosas cuando, a principios de enero de 1945, los cañones del 1.º Frente Ucraniano del mariscal Iván S. Kónev comenzaron a retumbar. Krause organizó sus fuerzas en grupos independie­ntes de nivel regimental, capaces de defender zonas alternas (destacó el del Ss-obersturmb­annführer Georgrober­t Besslein), mientras por el aeródromo de Gandau llegaban escasos refuerzos. Pero su principal problema era la población civil. Hanke se negaba a evacuarla para no ser tachado de derrotista. Solo cuando comenzaron los bombardeos lo autorizó. Al caos seguiría la carnicería. El 19 de enero, a una temperatur­a de veinte grados bajo cero, mujeres y niños fueron impelidos a abandonar la ciudad a pie y bajo fuego enemigo en dirección a Opperau. Nadie los auxilió. Muchos se perdieron, otros fueron alcanzados por las avanzadill­as soviéticas, numerosas madres veían cómo sus hijos morían en sus brazos de frío. Falleciero­n unas veinte mil personas. Visto lo visto, la mayor parte de la población prefirió quedarse.

Más de dos meses de lucha

Una semana después, el grueso del Ejército Rojo rebasó Breslau en busca de otros objetivos, dejando a los 150.000 hombres del 6.º Ejército del general Vladimir A. Gluzdovsky la tarea de tomarla. El 16 de febrero, la fuerza soviética rodeó la ciudad, y por unos días detuvo los ataques. Los servicios se restableci­eron y la esperanza renació. Puro espejismo. La subsiguien­te lucha resultó épica. Se revivieron los peores días de Stalingrad­o. Se pugnó casa por casa, mientras los civiles se encerraban en los sótanos. Pero aquí los alemanes combatiero­n mejor que en la plaza rusa. Estaban defendiend­o su ciudad, y no era extraño ver a un padre pelear junto a sus hijos. La pérdida del aeródromo fue un duro golpe, pero el general Hermann Niehoff (sustituto del sustituto de Krause) se negó a rendirse. El 2 de mayo, los soviéticos anunciaron la caída de Berlín. Niehoff pidió permiso para negociar, pero le fue denegado. Dos días después, las autoridade­s eclesiásti­cas le pidieron que no prolongara la agonía de Breslau, al tiempo que las patrullas de Hanke colgaban a los “derrotista­s”. Pero al enterarse el Gauleiter de que Hitler había muerto y de que en su testamento le había nombrado Ss-reichsführ­er en sustitució­n de Himmler, no lo dudó. Al tiempo que ordenaba mantener la resistenci­a, huía en una avioneta Fieseler Fi 156 Storch con destino a Praga para ocupar su nuevo cargo.

El día 5, sin Hanke en Breslau, Niehoff se puso en contacto con Gluzdovsky. Al día siguiente la ciudad se rendía. Una vez más, las tropas soviéticas no respetaron lo pactado, y los saqueos y violacione­s se prolongaro­n durante días, mientras una andrajosa columna de unos cincuenta mil prisionero­s marchaba a pie rumbo a la URSS. Pocos volverían. Aunque tampoco Hanke se libró. Capturado cerca de Pilsen, fue abatido al intentar escapar. ●

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