BRESLAU NO SE RINDE
Fue la última ciudad alemana del Este. Hace 75 años caía ante los soviéticos tras una férrea resistencia.
Amediados de 1944, la situación de Breslau (hoy Wroclaw, en Polonia) era mejor que la de otras ciudades alemanas. Las transformaciones causadas por la guerra resultaban patentes, pero su ubicación en el interior del Reich la había librado –como a Dresde– de los bombardeos angloamericanos más destructivos.
La región industrial de la Baja Silesia, de la que Breslau era capital, se hallaba bajo el mando del Gauleiter Karl August Hanke. Este, un nacionalsocialista de primera hora bien visto en Berlín, estuvo a punto de truncar su carrera por una relación con Magda Goebbels, esposa del poderoso ministro de Propaganda. El affaire se saldó con su alejamiento de la capital del Reich, pero en su nuevo destino pudo consolidar una especie de taifa. Mientras, el Ejército Rojo estaba ya cerca de las fronteras germanas. Como había hecho en otras ocasiones, Hitler decidió convertir algunas ciudades en Festungen (fortalezas) con intención de desgastar a la marea roja. No era poca cosa, porque sus guarniciones estaban abocadas a una resistencia suicida. El 24 de agosto, Breslau sería una de las “agraciadas”.
Breslau
Hanke y los suyos veían lejos el peligro, y así lo transmitieron a la población. A pesar de eso, Breslau fue llenándose de refugiados hasta alcanzar el millón de habitantes. El jefe militar, el general Johannes Krause, mucho más realista, preparó una defensa en profundidad apoyada en unos viejos fuertes, aunque solo se pudieron terminar las líneas más externas, situadas a unos cuarenta y veinte kilómetros de la ciudad del Oder. Pronto se evidenciaron las malas relaciones entre ambos dirigentes. Hanke, jefe, además, de la Volkssturm (la milicia po
pular), dilapidaba recursos tomando decisiones sin ton ni son, al tiempo que llamaba a Berlín quejándose de Krause. Mientras, el general movilizaba todo lo movilizable hasta reunir a unos sesenta mil hombres de variopinta procedencia (de restos de unidades en retirada a chicos de las Juventudes Hitlerianas), hacía volcar tranvías para bloquear calles, ordenaba minar puentes, almacenar alimentos... Así estaban las cosas cuando, a principios de enero de 1945, los cañones del 1.º Frente Ucraniano del mariscal Iván S. Kónev comenzaron a retumbar. Krause organizó sus fuerzas en grupos independientes de nivel regimental, capaces de defender zonas alternas (destacó el del Ss-obersturmbannführer Georgrobert Besslein), mientras por el aeródromo de Gandau llegaban escasos refuerzos. Pero su principal problema era la población civil. Hanke se negaba a evacuarla para no ser tachado de derrotista. Solo cuando comenzaron los bombardeos lo autorizó. Al caos seguiría la carnicería. El 19 de enero, a una temperatura de veinte grados bajo cero, mujeres y niños fueron impelidos a abandonar la ciudad a pie y bajo fuego enemigo en dirección a Opperau. Nadie los auxilió. Muchos se perdieron, otros fueron alcanzados por las avanzadillas soviéticas, numerosas madres veían cómo sus hijos morían en sus brazos de frío. Fallecieron unas veinte mil personas. Visto lo visto, la mayor parte de la población prefirió quedarse.
Más de dos meses de lucha
Una semana después, el grueso del Ejército Rojo rebasó Breslau en busca de otros objetivos, dejando a los 150.000 hombres del 6.º Ejército del general Vladimir A. Gluzdovsky la tarea de tomarla. El 16 de febrero, la fuerza soviética rodeó la ciudad, y por unos días detuvo los ataques. Los servicios se restablecieron y la esperanza renació. Puro espejismo. La subsiguiente lucha resultó épica. Se revivieron los peores días de Stalingrado. Se pugnó casa por casa, mientras los civiles se encerraban en los sótanos. Pero aquí los alemanes combatieron mejor que en la plaza rusa. Estaban defendiendo su ciudad, y no era extraño ver a un padre pelear junto a sus hijos. La pérdida del aeródromo fue un duro golpe, pero el general Hermann Niehoff (sustituto del sustituto de Krause) se negó a rendirse. El 2 de mayo, los soviéticos anunciaron la caída de Berlín. Niehoff pidió permiso para negociar, pero le fue denegado. Dos días después, las autoridades eclesiásticas le pidieron que no prolongara la agonía de Breslau, al tiempo que las patrullas de Hanke colgaban a los “derrotistas”. Pero al enterarse el Gauleiter de que Hitler había muerto y de que en su testamento le había nombrado Ss-reichsführer en sustitución de Himmler, no lo dudó. Al tiempo que ordenaba mantener la resistencia, huía en una avioneta Fieseler Fi 156 Storch con destino a Praga para ocupar su nuevo cargo.
El día 5, sin Hanke en Breslau, Niehoff se puso en contacto con Gluzdovsky. Al día siguiente la ciudad se rendía. Una vez más, las tropas soviéticas no respetaron lo pactado, y los saqueos y violaciones se prolongaron durante días, mientras una andrajosa columna de unos cincuenta mil prisioneros marchaba a pie rumbo a la URSS. Pocos volverían. Aunque tampoco Hanke se libró. Capturado cerca de Pilsen, fue abatido al intentar escapar. ●