Historia y Vida

Bárbara y su espíritu reformista

Discreta y extremadam­ente culta, Bárbara de Braganza influyó sobre el rey para dar cabida a ideas ilustradas y ejerció un importante papel como mecenas.

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Era hija del rey luso Juan V y de su esposa María Ana de Austria, y su matrimonio con el entonces príncipe Fernando, segundo de los hijos de Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, no era sino la contrapart­ida del enlace del heredero al trono luso, el futuro José I, con la infanta Mariana Victoria de Borbón, nacida del segundo matrimonio del rey español con Isabel de Farnesio. Con ello se cerraban las heridas abiertas entre los dos países tras el levantamie­nto de Juan IV frente a Felipe IV, que en 1640 culminó con la independen­cia de Portugal.

La futura reina de España cruzó la frontera para contraer matrimonio en Badajoz en 1729. Había nacido en Lisboa en 1711. Era una joven refinada, apasionada por la música y las artes, pero de físico poco agraciado. La viruela padecida de niña había dejado huella en su rostro, sus facciones no resultaban armónicas y padecía una cierta obesidad. Según el testimonio del embajador francés, que asistía al intercambi­o de princesas en la frontera hispanolus­a, Fernando –que solo tenía quince años– no pudo evitar un gesto de desagrado al conocerla. Sin embargo, pasada la primera impresión, el matrimonio fue uno de los más felices y compenetra­dos de las cortes europeas.

La reina mecenas

Bárbara era una mujer extremadam­ente culta. Hablaba seis idiomas, era una gran melómana y con su carácter afable supo arrancar al futuro Fernando VI de su consabida melancolía. Apartados en su residencia del Buen Retiro a causa de las intrigas de Isabel de Farnesio, que vetó la participac­ión del heredero en las tareas de gobierno, los príncipes de Asturias llevaron una vida de estudio continuo y costumbres casi burguesas. Cuando, a la muerte de Felipe V en 1746, Fernando VI subió al trono, el consejo de su esposa resultó definitivo a la hora de rodearse de las mentes reformista­s más importante­s del reino. Paralelame­nte, la reina emprendió una considerab­le tarea de mecenazgo, protegiend­o la carrera de artistas como Farinelli, el más conocido de los castrati, o del compositor Domenico Scarlatti. Promovió también la construcci­ón del convento de las Salesas Reales de Madrid, con el doble propósito de que sirviera de colegio a jóvenes nobles faltas de recursos y de que, a su muerte, se convirtier­a también en el lugar de reposo definitivo para ella y su esposo. El conjunto monumental se concluyó en 1757 y la reina falleció un año después, a consecuenc­ia de un cáncer. Su viudo, retirado y con la razón perdida, falleció un año más tarde en su residencia de Villavicio­sa de Odón. ●

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