Historia y Vida

La misión de Isabel de Braganza

Pese a su efímero paso por el trono, marcó la historia de España gracias a la creación del Museo del Prado.

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Cuando Isabel de Braganza llegó a Madrid en 1816 para contraer matrimonio con Fernando VII, recibió una desagradab­le sorpresa: un pasquín pendía de la reja de palacio con la inscripció­n “Fea, pobre y portuguesa, ¡chúpate esa!”. Ciertament­e, no era una mujer hermosa –un contemporá­neo la describió como “entrada en carnes, mofletuda, cara de pálido color, ojos saltones, y boca algo torcida”–, su dote era escasa y había nacido en Portugal. Sin embargo, su agradable personalid­ad y su delicadeza acabaron por conquistar al mismo pueblo que tan mal la recibió. María Isabel Francisca de Asís de Braganza había nacido en el palacio lisboeta de Queluz en 1797. Era hija del rey Juan VI de Portugal y de su esposa, la infanta española Carlota Joaquina, primogénit­a de Carlos IV de España. Por lo tanto, era sobrina carnal del que iba a ser su esposo. Contaba solo diez años de edad cuando la invasión napoleónic­a obligó a la familia real portuguesa a trasladars­e a Brasil. Allí creció y se desarrolló su amor por el arte y su destreza para la pintura.

Al igual que en el caso de su antecesora, Bárbara de Braganza, su matrimonio obedeció a una alianza entre las Coronas española y portuguesa para reforzar la unión de ambos reinos tras las dificultad­es sufridas por las guerras napoleónic­as. Así, al tiempo que ella contraía matrimonio con Fernando VII, su hermana María Francisca lo hacía con el infante Carlos María Isidro, hermano del monarca.

El proyecto que no vio acabar

El matrimonio representó un auténtico suplicio para la joven soberana. Las visitas de su esposo a los burdeles más populares de Madrid centraban el chismorreo de una corte que disculpaba la conducta del rey e ignoraba la callada labor de la reina en el ámbito del arte. Por su iniciativa, las mujeres fueron admitidas por vez primera en las clases de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y retomó la idea, ya propiciada por José I Bonaparte, de exponer al público la colección real de pintura. La iniciativa tomó forma en la creación de la pinacoteca del Prado. Se eligió para ello el edificio construido por Juan de Villanueva en 1785 y destinado a Gabinete de Ciencias Naturales por Carlos III. No obstante, la reina no pudo ver inaugurada su obra. Con 311 pinturas procedente­s de la colección privada de los monarcas, el Museo del Prado abrió sus puertas el 19 de noviembre de 1819, día de la onomástica de su impulsora, solo que Isabel de Braganza había fallecido un año antes. Tras dar a luz a una niña en 1817, que murió con solo cuatro meses, un nuevo embarazo plagado de dificultad­es y una cesárea improvisad­a acabaron con su vida el 26 de diciembre de 1818 en la que fue su residencia favorita, el Palacio Real de Aranjuez. ●

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