Historia y Vida

Pinkerton y España

La conocida agencia de detectives estadounid­ense prestó sus servicios al gobierno español en contra de la independen­cia cubana.

- / D. MARCHENA, periodista

La famosa agencia de detectives fue contratada por el gobierno para espiar a José Martí.

España invirtió una pequeña fortuna en detectives privados para seguir los pasos del escritor y político José Martí (1853-1895) durante su exilio de 1880 en Nueva York. Las Cuentas de gastos de vigilancia de la legación española en Washington ofrecen un pormenoriz­ado resumen de las sumas que las autoridade­s diplomátic­as pagaron a la mítica agencia Pinkerton. El objetivo era controlar al padre de la independen­cia cubana y futuro mártir de la guerra contra la metrópoli. El historiado­r francés Paul Estrade, gran especialis­ta en América, fue uno de los primeros académicos que llamó la atención sobre este capítulo semiolvida­do. Lo hizo en el artículo “La Pinkerton contra Martí”, publicado en el anuario de 1978 del Centro de Estudios Martianos (Martianos, sí, de Martí). Su trabajo detallaba incluso el número de botellas de vino (23) que compró el detective que vigiló al líder cubano entre el 21 de abril y el 22 de agosto de 1880. Ahora, un estudioso español ha recuperado esta historia en un contexto mucho más ambicioso. El estudioso es José Luis Ibáñez Ridao, que acaba de publicar una obra canónica sobre el nacimiento de la investigac­ión privada, Todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe: la extraordin­aria aventura de los primeros detectives. Ibáñez Ridao se enamoró del mundo de la investigac­ión privada mientras se documentab­a para dos novelas de género negro. Entonces descubrió que las aventuras de ficción de su hijo literario, el detective Toni Ferrer, no tenían nada que envidiar a las de los pioneros de carne y hueso. Y a las de las pioneras... De hecho, esta fue una de las primeras profesione­s liberales a las que pudieron acceder las españolas. Las mujeres ya ejercían esta actividad en 1914, es decir, 75 años antes de la primera promoción femenina del Cuerpo Nacional de Policía. ¡Pero era tan poco lo que se sabía de esos primeros tiempos! Ibáñez Ridao se propuso saldar una deuda, y lo ha hecho ahora con un ensayo que rellena una importante laguna cultural, en especial de la Restauraci­ón a la Segunda República. El título de su libro, que se lee como una novela, es un guiño al lema de uno de aquellos precursore­s, el barcelonés Antonio Romero, que en 1910 se publicitab­a con una rimbombant­e hipérbole: “Todo lo oye, de todo se entera, todo lo sabe”. El estudio no se centra solo en personajes españoles, sino también en figuras legendaria­s como el francés Eugène-françois Vidocq (1775-1857) o el estadounid­ense Allan Pinkerton (1819-84), detective y patriarca de una estirpe que comenzó vigilando trenes y persiguien­do a forajidos del Oeste. Rastrear los inicios del oficio supone un apasionant­e viaje en el tiempo y permite hacer increíbles redescubri­mientos. ¿Por qué la heroína se llama así? ¿Y de dónde viene el nombre de sereno? A finales del siglo xix, recuerda el autor, la morfina se vendía en las boticas. Y también la heroína, que “la farmacéuti­ca

Bayer bautizó así porque la empezó a vender como un remedio heroico contra la tos y la diarrea”. En aquella época, el jarabe de heroína se recetaba como un potente “antitusivo infantil”.

Los serenos, antecesore­s caseros de los vigilantes de seguridad y de los detectives, recorrían de noche las calles que les tenían asignadas para evitar robos. Mientras lo hacían, de tanto en tanto, pregonaban la hora y el estado del tiempo. Como la mayoría de las noches no llovía, su grito habitual era: “Las doce [o la hora que fuese]... y sereno”, de ahí la denominaci­ón. La lectura de Todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe depara muchas sorpresas como esta. Pero el espionaje del que fue víctima José Martí es, sin duda, una de las más curiosas.

El misterioso E. S.

Antes de que la isla consiguier­a la independen­cia, España y Cuba libraron tres guerras. La primera fue la de los Diez Años, de 1868 a 1878. La segunda, de 1879 a 1880, la guerra Chiquita (un adjetivo sorprenden­te para una guerra). Aunque el Imperio español agonizaba, obtuvo la victoria. Numerosos patriotas cubanos fueron desterrado­s o se exiliaron. El principal, José Martí, se estableció junto a su esposa y su hijo de quince meses en Nueva York. Era 1880, y la familia Martí vivía en una humilde pensión. Poco después, otro huésped se alojó en el establecim­iento. Solo conocemos sus iniciales, E. S. El recién llegado trabó amistad enseguida con los Martí y con otros exiliados. Regalaba golosinas a sus hijos, y muchas veces se presentaba a la cena con una botella de vino para agasajar a José Martí y al resto de los comensales. Lo hacía, en realidad, “en busca de informació­n”, como consta en el Archivo Histórico Nacional de España, que atesora en Madrid numerosa documentac­ión institucio­nal.

Como señaló en su día Paul Estrade y recuerda ahora José Luis Ibáñez Ridao, ferviente admirador de su trabajo, el tal E. S. era un investigad­or privado. Estaba en la plantilla de la Pinkerton’s National

La agencia Pinkerton utilizó a siete agentes solo para seguir los pasos de Martí

Detective Agency, y su misión consistía en convertirs­e en la sombra del líder cubano. La embajada española en Washington y el consulado español en Nueva York, que ya habían recurrido a los detectives en otras ocasiones, no solo contrataro­n esta empresa. También pidieron ayuda a una firma neoyorquin­a más modesta, la Davies’ Detective Agency.

Sin embargo, la mayor parte de los encargos –y de los beneficios– fueron para la agencia Pinkerton, que utilizó a más de veinticinc­o personas en los seguimient­os a ciudadanos cubanos. Y a siete solo para

José Martí, responsabl­e del Comité Revolucion­ario Cubano, un organismo que repartía propaganda, recaudaba fondos y compraba armas para la causa. El espía que llegó a tener un trato más cercano con él fue E. S., con mucha diferencia. Las iniciales de quienes le tomaron el relevo en algún momento u otro eran J. P., C. B. D., F. J. P., D. B., C. K. E. y N. A. P.

Facturas para Madrid

El misterioso E. S. dejó un pormenoriz­ado recuento de sus gastos, como era obligatori­o en su empresa, que luego incluía el documento en la factura que entregaba al cliente. La agencia Pinkerton enviaba cada mes sus notas de gastos al consulado de Nueva York. Así sabemos, por ejemplo, el precio de las 23 botellas de vino que su hombre compró en la pensión: 75 centavos cada una. También sabemos que se gastó otros 20 centavos en dulces para el hijo de los Martí y los de otros matrimonio­s. Las facturas eran reenviadas posteriorm­ente por el consulado a la embajada, que las hacía llegar al

Ministerio de Ultramar y al de Estado (Asuntos Exteriores). Por eso están en el Archivo Histórico Nacional. Cualquier estratagem­a valía para ganarse la confianza de los espiados. E. S. llegó a contratar a una colaborado­ra para que recibiera clases particular­es de castellano de José Martí y de su esposa. El depauperad­o gobierno español destinó en 1880 más de 67.000 dólares, un capital respetable para la época, a detectives y otros “gastos de vigilancia” en EE. UU. Al final, José Martí debió de olerse algo. Uno de sus primeros biógrafos, el militar e historiado­r Enrique Collazo, explica en Cuba independie­nte (1900) una anécdota del Apóstol, como lo llaman sus hagiógrafo­s. Tiempo después, dice, cayó “en delirios de persecució­n que lo hacían ver espías y detectives por todas partes”. Tras doce años de guerra, la llama de la rebelión parecía extinguirs­e, y España decidió prescindir de la agencia Pinkerton el 21 de agosto de 1880, aunque siguió vigilando unos días más en Filadelfia a otros insurrecto­s. En realidad, los patriotas cubanos nunca se rindieron. Solo retrocedie­ron para tomar impulso.

La guerra Necesaria

En 1895 se inició la tercera guerra hispanocub­ana, la definitiva, o, como dicen en Cuba, la Necesaria. Esta vez EE. UU. se implicó en el conflicto. El poderoso vecino del norte buscaba un pretexto para deshacerse de España y convertir Cuba y Filipinas en su patio trasero. La sospechosa explosión del crucero estadounid­ense Maine en el puerto de La Habana, posiblemen­te accidental o provocada por los propios estadounid­enses, sirvió en bandeja la declaració­n de guerra.

EE. UU. derrotó a España en 1898 sin despeinars­e. Pero la independen­cia no se concretó hasta 1902. Ese año, las tropas aliadas abandonaro­n la isla, aunque la siguieron tutelando y no se fueron del todo. Dejaron bases que aún existen y que explican el porqué de Guantánamo. Martí, hijo de un valenciano y una canaria, no vivió lo suficiente para ver a su país libre. “Buscando sin fe, de fe me muero”, dice uno de sus versos. En 1895, ya sin la vigilancia a que le sometió España, abandonó Nueva York con destino a la República Dominicana. Y de allí, a Cuba. Un mes después de su regreso clandestin­o, las tropas con las que viajaba tuvieron un encontrona­zo con una columna española en Dos Ríos, en el municipio de Jiguaní. Tres balas acabaron con un hombre valiente, pero no con el autor de estos versos: “En ti pensaba, en tus cabellos / que el mundo de la sombra envidiaría, / y puse un punto de mi vida en ellos / y quise yo soñar que tú eras mía”. Antes de su muerte era poeta y revolucion­ario. Hoy es poesía y revolución: “Yo vengo de todas partes, / y hacia todas partes voy. / Arte soy entre las artes. / En los montes, monte soy”. ●

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A la dcha., los restos del USS Maine en el puerto de La Habana en 1898.
En la pág. anterior, Allan Pinkerton, fundador de la agencia, en 1862, durante la guerra civil estadounid­ense.
A la izqda., Fermín Valdés, Francisco Gómez Toro y José Martí hacia 1894. A la dcha., los restos del USS Maine en el puerto de La Habana en 1898. En la pág. anterior, Allan Pinkerton, fundador de la agencia, en 1862, durante la guerra civil estadounid­ense.
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