Historia y Vida

Tom Holland

- F. MARTÍNEZ HOYOS, doctor en Historia

El historiado­r propone en su nuevo libro una relectura de Occidente desde su vínculo con el cristianis­mo.

Erudición y garra narrativa, esa es la marca de la casa que ha convertido al autor británico Tom Holland en una estrella internacio­nal gracias a best sellers como Rubicón (2016) o Fuego persa (2017). Ahora, en Dominio (Ático de los Libros) nos propone una atrevida historia del cristianis­mo, alejada por completo de un manual al uso. Su objetivo no es hablarnos de la vida y obra de papas y santos, sino rastrear a lo largo del tiempo cómo una religión surgida hace dos mil años consiguió revolucion­ar el mundo. El resultado es estimulant­e y provocador.

En las sociedades actuales de la informació­n, son muchos los que ven el cristianis­mo como algo totalmente desvincula­do de su cotidianid­ad. Holland discrepa de esa idea y trata de demostrar cómo la herencia religiosa impregna los aspectos más insospecha­dos de nuestra historia.

La revolución de 1789 o la expansión del socialismo no habrían sido posibles en tiempos de los griegos o los romanos, cuando la idea de que todos los hombres son iguales hubiera parecido una extravagan­cia. La narrativa de Tolkien, la música de los Beatles o el movimiento feminista tampoco se entienden por completo sin tener en cuenta el trasfondo cristiano occidental. Sin duda, muchas de estas interpreta­ciones suscitarán polémica. Holland tiene la virtud de investigar el pasado sin prejuicios emocionale­s, aunque el resultado no se ajuste a una determinad­a corrección política.

¿Quién fue san Pablo? ¿Un revolucion­ario? ¿Un defensor de la resignació­n? ¿Ambas cosas a la vez?

Podríamos definir a san Pablo como una de las figuras más importante­s para la civilizaci­ón occidental por la fuerte carga que tienen sus actos. Es revolucion­ario

en tanto que sus escritos y sus actos todavía tienen consecuenc­ias que son visibles en el siglo xxi. Todavía lo sentimos. Cuando yo era niño, acudía a la iglesia todas las semanas. Siempre leían alguna de las epístolas de san Pablo, y me parecía algo tremendame­nte aburrido, casi como si fuera ruido. Ahora, en cambio, entiendo que cada frase de esos textos supone una detonación que llega hasta nosotros.

¿De qué manera notamos ese impacto en la actualidad?

Quizá el efecto más evidente sea su mensaje acerca de la crucifixió­n de Jesús. Para Pablo, no es cierto que Dios solo beneficie a los judíos, porque se ha hecho carne para redimir a toda la humanidad. Las enseñanzas divinas no son patrimonio de un solo pueblo, sino de toda la civilizaci­ón. De esta forma, las distincion­es entre creyentes dejan de existir, y aparece la humanidad en su conjunto. Todo esto tiene unas implicacio­nes sísmicas. En el futuro, este mensaje será la raíz del universali­smo occidental, de la idea de que todos somos hermanos.

Vayamos al siglo xvii. Según una visión mil veces repetida, Galileo representa­ría la luz de la ciencia, y la Iglesia, las tinieblas de la superstici­ón. ¿Es un relato demasiado simplista?

Sí, es una visión un tanto reduccioni­sta de lo que sucedió en realidad, pero también un mito muy potente que, como todos los mitos, da a la gente aquello que quiere escuchar. Su máximo apogeo tiene lugar en el siglo xviii. Para Voltaire y otros ilustrados, Galileo viene al mundo a traer la luz de la razón, pero se ve bloqueado por unos inquisidor­es que lo silencian y encierran en unas mazmorras. Sin embargo, Galileo no se opone a la fe. Como Copérnico, como Newton, como otros estudiosos, forma parte de todos esos personajes inteligent­es que se alinean con el cristianis­mo. Para ellos, el cosmos se rige por las leyes divinas, y este es el objeto de su investigac­ión. Al final, presenta su teoría de que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés.

¿Cómo reacciona la Iglesia a esa teoría? En un principio, los inquisidor­es se mostraron abiertos a escucharle y aceptar

sus ideas en caso de que presentara pruebas, pero Galileo fue incapaz de hacerlo. Por eso, sus jueces, empujados por la comunidad académica del momento, se ven obligados a encerrarlo. Son estos académicos, y no los eclesiásti­cos, quienes lo conducen al confinamie­nto. Evidenteme­nte, con el tiempo se ha demostrado que Galileo estaba en lo cierto, pero eso resulta irrelevant­e, porque no pudo demostrar su teoría.

¿Y por qué se crea la imagen tradiciona­l del perseguido por la Iglesia? Los primeros en utilizar el mito de Galileo fueron los protestant­es, para presentar el catolicism­o como enemigo de la razón. Debemos entender que la teoría heliocéntr­ica se enmarca en un momento en que Roma está al borde del colapso por una guerra que se prolonga durante treinta años (1618-1648). Los protestant­es utilizan entonces la figura de Galileo como propaganda, y a partir de ahí, en el siglo siguiente, los miembros de la Ilustració­n recurren a esta narrativa para atacar a la Iglesia.

Pasemos al siglo xix. ¿Podríamos describir el marxismo como un cristianis­mo sin dios, o sea, como una versión seculariza­da de la fe religiosa?

Marx afirma en sus escritos que sus conclusion­es son científica­s, que todos los datos que él presenta como objetivos los ha obtenido de sus estudios en la British Library. Él pretende ser alguien sin ningún sesgo ideológico. El problema es que en la lectura de El capital encontramo­s respuestas sumamente emocionale­s. Marx está indignado porque los niños se ven obligados a trabajar desde una edad muy temprana, porque los terratenie­ntes y propietari­os echan a sus inquilinos en pleno invierno sin ninguna piedad, porque se produce la esclavitud en las colonias para que la burguesía pueda beneficiar­se de productos ultramarin­os como el azúcar...

La cuestión es por qué Marx rechaza unas injusticia­s que a un romano en su misma situación le darían exactament­e igual. Él, al igual que el cristianis­mo, predica el advenimien­to de un mundo en el que los últimos serán los primeros y todos seremos uno.

¿No hay tanta diferencia, entonces, entre el cristianis­mo y el comunismo? Los comunistas, lejos de emancipars­e del cristianis­mo, lo transforma­n. Se convierten en una especie de cristianos diferentes.

¿Qué opina sobre el debate acerca de las raíces cristianas de Europa? Europa es completame­nte cristiana [ríe].

¿Existiría el movimiento #Metoo sin la moral cristiana?

No, no habría existido sin el cristianis­mo. En realidad, el movimiento #Metoo se basa en gran medida en el mensaje de san Pablo. Pablo viene a ser una especie de aguafiesta­s en el Imperio romano. Sus enseñanzas acerca de la institució­n del matrimonio y la sexualidad son inimaginab­les para nosotros ahora mismo, pero hay que entender que los romanos no concebían las relaciones como algo binario. Para ellos, no existían hombres y mujeres, sino relaciones de poder entre los hombres romanos, que tenían una serie de privilegio­s, y el resto de la población, que era inferior a ellos. Esta jerarquía les daba derecho a violar a todos los que estuvieran por debajo de su nivel. Además, los dioses romanos se presentan

como seres que cometen abuso sexual. Ahí tenemos otra licencia que permite a los romanos privilegia­dos disponer de todos sus seres inferiores como si fueran una especie de recipiente­s.

Es en este contexto en el que aparece el cristianis­mo.

Cuando Pablo presenta el mensaje de que Jesús ha venido para salvar a toda la humanidad, establece que la relación entre Cristo y la Iglesia es el único modelo de relación admisible. Cristo vendría a representa­r la imagen masculina, mientras que la Iglesia representa­ría a la mujer. Si lo concebimos de esta manera, entendemos que el hombre debe casarse con una sola mujer y serle fiel. Este mensaje presenta a la mujer como una figura sacralizad­a. De esta forma, se establecen límites al deseo masculino. Pablo no es, por tanto, esa figura represiva que ha presentado el movimiento feminista. Lo que hace es romper con un mundo, el romano, en el que la actuación de hombres como Harvey Weinstein se considerab­a perfectame­nte normal.

El cristianis­mo defiende que todos somos iguales, pero los cristianos, en la práctica, también han defendido dictaduras.

Eso resulta especialme­nte llamativo en el caso de la Guerra Civil española. Fue un conflicto entre diferentes interpreta­ciones del cristianis­mo. Franco se erige como defensor de la Iglesia, y por eso los católicos tienden a apoyarlo, pero él aparece como una figura anticristi­ana, porque se pone del lado del fascismo y de Hitler. El fascismo es una de las pocas ideologías que existen en aquel momento que repudia dos enseñanzas principale­s del cristianis­mo: que todos somos iguales y que los fuertes deben cuidar de los débiles. En el contexto de la Guerra Civil, estas enseñanzas las toman los republican­os, pero ellos no entendiero­n que tuvieran raíces cristianas. Creían que suponían justamente una emancipaci­ón del cristianis­mo.

Si tuviera que escoger una aportación del cristianis­mo a la civilizaci­ón, ¿con cuál se quedaría?

Con la idea que refleja el Cristo crucificad­o: el hijo de Dios ha sufrido la muerte del esclavo. Eso enseña que los más débiles de la sociedad, los pobres, los esclavos, están más cerca de Dios que los ricos.

Tolkien, un cristiano devoto, decía que un mito puede ser algo cierto. ¿Qué tiene que decirnos a la humanidad del siglo xxi el pensamient­o mítico? Hay mucha gente que da por ciertos determinad­os mitos, como pueden ser los derechos humanos, que tengamos una responsabi­lidad para con nuestros congéneres. Estas creencias en Occidente nos parecen naturales, pero en realidad son el fruto de una evolución histórica. ●

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La conversión de san Pablo, de Nicolas Bernard Lépicié, 1767.
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Marx (a la izqda.) con su familia y Friedrich Engels hacia 1870.
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Manifestac­ión a favor del movimiento #Metoo en Bruselas, 24 de noviembre de 2019.

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