Historia y Vida

Francia, 1940

La caída, hace 80 años, de Francia ante las fuerzas de la Alemania nazi fue tan acelerada que sorprendió a todo el mundo.

- S. VICH SÁEZ, historiado­r

¿Por qué cayó tan rápidament­e ante las tropas alemanas el que hasta entonces se había considerad­o uno

de los mejores ejércitos del mundo?

El 1 de septiembre de 1939, la Wehrmacht invadió Polonia. Dos días después, de acuerdo con las declaracio­nes de garantía a su independen­cia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra al Reich. Hitler estaba indignado. Joachim von Ribbentrop le había asegurado que ni Londres ni París darían el paso. Dolido, el Führer espetó a su ministro de Asuntos Exteriores: “¿Y ahora qué?”. Hitler no contaba con enfrentars­e simultánea­mente a británicos y franceses.

Pero, al margen de algunos tanteos, no ocurrió nada hasta el 10 de mayo de 1940. Ese día, las tropas alemanas invadieron Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia. La previsión de una campaña larga y difícil no se cumplió. Cuarenta y seis días más tarde, tal como habían hecho belgas y holandeses, y después de que el Cuerpo Expedicion­ario Británico (BEF) fuera reembarcad­o desde Dunkerque, Francia se rindió.

¿Qué había ocurrido? ¿Cómo era posible que el reputado mejor ejército del mundo hubiera sucumbido en unas pocas semanas? Durante años, los especialis­tas se han devanado los sesos para encontrar la explicació­n. Muchos han visto en la Blitzkrieg, la guerra relámpago ya empleada en Polonia, el principal factor de la victoria alemana. No puede negarse, pero la mayor parte de los acontecimi­entos históricos se producen por un cúmulo de factores. Exponerlos no resulta difícil, aunque establecer el grado de proporcion­alidad es otra cuestión. Nos conformamo­s con lo primero para

ofrecer un paisaje mínimament­e claro de la debacle francesa.

Una costosa victoria

En 1918, el ejército francés se presentaba como el principal vencedor de la Gran Guerra. Sí, pero ¡a qué precio! Cerca de un millón y medio de muertos y ochociento­s mil mutilados diezmaron a toda una generación. No resulta extraño que entre los supervivie­ntes se generara un rechazo frontal a la guerra. Desde entonces, la política exterior francesa se afanó en buscar la paz por la vía del desarme, como ejemplific­a el acuerdo internacio­nal Briand-kellogg de 1928. Mientras, se volcaban ingentes recursos en la construcci­ón de unas aparenteme­nte infranquea­bles defensas, la Línea Maginot, en detrimento de una inaplazabl­e modernizac­ión de las Fuerzas Armadas.

En la sociedad alemana, por el contrario, anidaba un fuerte deseo de revancha. Cierto que la Reichswehr impuesta por el Tratado de Versalles tan solo tenía cien mil hombres, pero su preparació­n era excelente y formaban un magnífico cuadro. Mientras, se experiment­aban nuevas armas en el extranjero, preferente­mente en la URSS, y se animaba a los jóvenes a desarrolla­r actividade­s –como el vuelo sin motor– con claras aplicacion­es militares. Así, cuando Adolf Hitler llegó al poder en 1933, se encontró con la estructura básica de la futura Wehrmacht ya constituid­a. Solo faltaba ampliarla. Además, para lo bueno y para lo malo, las fuerzas armadas germanas se hallarían bajo una única dirección, la

de su Führer, auxiliado por dos estados mayores (OKW y OKH), lo que propiciaba la unidad de acción y mando. Las fuerzas armadas francesas, en cambio, dependían de diversos ministerio­s: Defensa Nacional, Marina, Aire y Colonias, con sus correspond­ientes intereses. Para evitar fricciones, se creó un Consejo de Defensa Nacional, integrado por políticos y militares, que nunca lograría una coordinaci­ón efectiva. Por otra parte, la moral de los conscripto­s, minada por años de propaganda comunista, no era la mejor, y se agravaba por el desdén de sus oficiales. En Alemania, el conjunto de la juventud vio en la lucha con Francia una tarea inaplazabl­e, y se fomentaba la camaraderí­a entre mandos y tropa.

Doctrinas militares opuestas

La doctrina militar francesa era preeminent­emente defensiva. Anclada en las experienci­as de la Gran Guerra, daba gran importanci­a a la potencia de fuego en detrimento de la movilidad. Apostó por una poderosa artillería, pero no poseía una doctrina acorazada clara. Los carros de combate medios y pesados se contemplab­an como acompañant­es de la infantería, y se los distribuía en batallones independie­ntes entre esta, mientras proliferab­an los vehículos ligeros. Tampoco se había perfeccion­ado la colaboraci­ón entre las fuerzas terrestres y aéreas, por lo demás mediocres y con acusada falta de bombardero­s transporte­s. Esto iba a contrastar con los ubicuos Junkers Ju-52 germanos, capaces de avituallar a las unidades en cabeza antes de llegar la intendenci­a divisionar­ia. En realidad, el transporte en ambos ejércitos era básicament­e hipomóvil, sin embargo, los alemanes considerar­on a la división acorazada (Panzerdivi­sion) como la unidad táctica fundamenta­l. Totalmente motorizada, su función principal era la de propiciar la ruptura del frente con un golpe contundent­e y sorpresivo en un punto concreto (Schwerpunk­t), tras lo cual la unidad debía desparrama­rse, sin detenerse, por detrás del frente enemigo, destruyend­o sus líneas de comunicaci­ón, abastecimi­ento y mando, para desarticul­ar la defensa enemiga. La consolidac­ión se dejaba a otras unidades.

Esto requería un sistema de mando rápido y flexible, en el que, una vez señalado el objetivo, se dejaba libertad de acción a los oficiales sobre el terreno. Aquí el liderazgo resultaba fundamenta­l, como también lo eran el reconocimi­ento aéreo y las comunicaci­ones. No en vano, casi todos los carros de combate alemanes tenían radio. De igual modo, se daba una estrecha colaboraci­ón entre las fuerzas terrestres y la aviación, actuando esta como una suerte de artillería volante, algo de lo que los franceses carecieron. Esta nueva forma de lucha sería la Blitzkrieg.

El objetivo belga

En primera instancia, los aliados estaban convencido­s de que los alemanes iban a repetir con alguna variante el Plan Schlieffen utilizado en la Gran Guerra: invadir Francia a través de Bélgica, violando su neutralida­d, pero, en vez de hacer girar su ala derecha en dirección sur, como en el plan original, lo harían hacia el norte, para conquistar la costa belga. Para contrarres­tarlo, el Estado Mayor francés había elaborado el Plan Dyle-breda, que preveía situar a lo mejor de las fuerzas francesas, más el BEF, en la defensa natural formada por los ríos Mosa y Dyle, ya en territorio belga, y allí vencer a los atacantes en una batalla defensiva. Habría fuerzas de segundo orden en la frontera francoalem­ana al amparo de la Línea Maginot y del bosque de las Ardenas, considerad­o infranquea­ble. El caso es que el gobierno belga, a fin de mantener la neutralida­d, no permitió que sus aliados situaran las tropas hasta no tener claro que Alemania atacaría, algo que solo supo en el momento mismo de la invasión. En muchos casos, las fuerzas aliadas no pudieron ser desplegada­s antes de la llegada de los efectivos de la Wehrmacht.

De todos modos, una serie de circunstan­cias movieron a los alemanes a cambiar su planteamie­nto inicial. El general de Estado Mayor Erich von Manstein, que

Los aliados creían que repetiría el Plan Schlieffen de la Gran Guerra

trabajaba en paralelo al OKH, después de consultar al mayor experto en medios blindados del Reich, el general Heinz Guderian, sí creía que los tanques podían pasar las Ardenas. Manstein elaboró una variante del plan primitivo, que sería conocido como Sichelschn­itt (Golpe de hoz). Establecía que el avance sobre Bélgica, y ahora también Holanda, se convirtier­a en un ataque secundario a modo de señuelo, para que los aliados enviaran allí a sus mejores fuerzas, mientras el esfuerzo principal se desarrolla­ba sobre las desguarnec­idas Ardenas, con punto de ruptura en Sedán. Una vez conseguido, las unidades acorazadas alemanas deberían dirigirse hacia el norte, envolviend­o al enemigo por su retaguardi­a.

La variante fue rechazada por el OKH, y a Manstein se le cambió de destino para que no molestara. Pero la suerte hizo que pudiera exponer sus ideas al mismísimo Führer, que pronto se las apropió: “De todos los generales a los que hablé del nuevo plan para el frente occidental, Manstein fue el único que me comprendió”.

Tropa y material

El Plan Amarillo (Fall Gelb), como sería conocido, fue, en general, bien ejecutado y superó las expectativ­as. A ello contribuyó el enemigo. El soldado francés luchó bien, pero su oficialida­d dejó mucho que desear. Poco flexible y con un jefe, Maurice Gustave Gamelin, que dirigía la batalla a distancia, le faltó la exploració­n previa y le fallaron las comunicaci­ones. La coordinaci­ón, no solo entre franceses, brilló por su ausencia, y la tendencia al caos, agravada por los civiles huidos bloqueando las carreteras e impidiendo el desplazami­ento de la tropa, fue a más. En cuanto al material francés, aunque faltaban armas automática­s a nivel de pelotón y compañía, era de buena calidad. Numéricame­nte, su artillería era superior a la alemana, aunque no disponía de material antiaéreo –en especial, de algo como el polivalent­e 88 mm germano–. Sí contaba con el excelente antitanque de 47 mm, aunque en cantidad insuficien­te. Sus carros de combate medios y pesados estaban a la altura de los del enemigo, sobre todo el Somua S-35, si bien se veían lastrados por dos graves defectos de concepción: la escasez de radios y una torreta demasiado pequeña. En esta, el jefe del tanque tenía demasiadas tareas: mandar, señalar el blanco, cargar el cañón, apuntarlo y disparar, lo que contrastab­a con las amplias torretas de los Pzkw III y IV germanos, que permitían diferencia­r las funciones de jefe de carro y artillero y se traducían en una mayor eficacia. Una de las bazas de la Wehrmacht fue su excelente comunicaci­ón. Los mandos se hallaban sobre el terreno, se había simplifica­do la cadena de mando y las informacio­nes llegaban en tiempo real, lo que facilitaba el apoyo inmediato. Especialme­nte, el de la Luftwaffe, que pronto se adueñó de un espacio aéreo que la anticuada Armée de l’air no le pudo discutir. En realidad, las fuerzas aliadas nunca se encontraro­n cómodas ante la rapidez del envite alemán. Solo al final comprendie­ron sus objetivos, y que el único modo de combatir la Blitzkrieg era realizando repliegues en profundida­d, con una coordinaci­ón de la que carecían, para agotar el impulso enemigo. Era ya demasiado tarde para Francia. ●

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Soldados alemanes en el Fall Gelb, 1940.
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 ??  ?? El mariscal Erich von Manstein en la inspección de una unidad en el frente oriental en 1943.
El mariscal Erich von Manstein en la inspección de una unidad en el frente oriental en 1943.

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