Historia y Vida

El joven Lenin

Este año se han cumplido 150 del nacimiento del que se convertirí­a en dueño de las Rusias del zar. Así fue como entró en política el futuro líder soviético.

- doctor en Historia / F. MARTÍNEZ HOYOS,

Contra lo que se suele creer, Lenin no estuvo inicialmen­te interesado en hacer la revolución.

Si un líder personific­a la Revolución Rusa, ese es Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), más conocido por el sobrenombr­e de Lenin. Importante teórico marxista, a partir de 1917 tuvo la responsabi­lidad de dirigir un inmenso estado. Bajo su dirección, el antiguo imperio de los zares se transformó en una república comunista. ¿Cómo fue el camino que le condujo de la clandestin­idad y el exilio a la cima del poder? Cuando ya era una figura histórica, los biógrafos aseguraron que Lenin era un apasionado de la política desde su juventud. No fue así. En el ambiente de la pequeña nobleza a la que pertenecía por nacimiento, durante sus primeros años llevó una vida tranquila, más preocupado de cuestiones literarias que de cambiar el mundo. Según el director del liceo donde cursaba su educación secundaria, era un alumno ejemplar que no provocaba dificultad­es.

Pero después de este período feliz iba a llegar una etapa de continuas turbulenci­as. Tras la muerte de su padre, Lenin sufrió otro duro golpe cuando su hermano Aleksándr se unió a un grupo de estudiante­s revolucion­arios y se ocupó de diseñar las bombas con las que iban a atentar contra el zar Alejandro III. La policía desarticul­ó el plan y apresó a Aleksándr, que no tardó en ser ejecutado. Su muerte marcó profundame­nte al joven Vladímir. Su radicaliza­ción política fue imparable, pero, entre las diversas opciones revolucion­arias, no escogió el marxismo hasta principios de la década de 1890. Cuando haga esta apuesta, tendrá muy claro que los militantes comunistas deben constituir una vanguardia de revolucion­arios profesiona­les. La incompeten­cia demostrada por su hermano y sus compañeros le enseñó que cualquier plan debía estar diseñado al milímetro. Tenía el título de abogado, oficio que llegó a ejercer de forma intermiten­te. Cada vez más, sin embargo, el tiempo se le iba en actividade­s clandestin­as. Miembro del Partido Obrero Socialdemó­crata de Rusia,

Lenin se convirtió en un protagonis­ta destacado de su división en dos bandos antagónico­s. Él lideraba la facción mayoritari­a, o bolcheviqu­e, a favor de un partido de revolucion­arios preparados a las órdenes de una dirección centraliza­da. La facción minoritari­a, o mencheviqu­e, se inclinaba por un partido de masas.

Los bolcheviqu­es defendían, pues, una militancia política basada en la estricta disciplina. Al menos, sobre el papel. En la práctica, cada vez que una decisión contrariab­a sus deseos, Lenin hacía oídos sordos. Prefería que sus seguidores encabezara­n una escisión antes que obedecer consignas que juzgaba equivocada­s. Estaba convencido de que la calidad debía imponerse a la cantidad: mejor ser pocos y convencido­s que muchos sin la necesaria firmeza doctrinal.

De la élite al proletaria­do

Se movió, en un principio, dentro de círculos intelectua­les. Su futura esposa, Nadezhda Krúpskaya, le ayudó a conocer cómo vivían los trabajador­es. Se dedicó a estudiar a fondo sus problemas para así facilitar su labor de propaganda. Su oposición al zarismo le costaría un largo destierro a Siberia, entre 1897 y 1900. Para sus admiradore­s era un líder lúcido y decidido. Sus detractore­s, en cambio, le veían como un tipo dogmático y autoritari­o. Con el paso del tiempo, su intransige­ncia se agudizó más y más, hasta el punto de que rompió en diversas ocasiones con viejos compañeros por discrepanc­ias ideológica­s. La “libertad de crítica”, según manifestó en el panfleto ¿Qué hacer? (1902), no era más que un pretexto para introducir dentro del socialismo elementos burgueses. Polemista temible, no dudaba en descalific­ar con ferocidad a sus enemigos, a los que tildaba de “oportunist­as” o “filisteos”. Uno de sus grandes objetivos fue Eduard Bernstein, famoso representa­nte de la corriente “revisionis­ta” del socialismo. Esta tendencia sostenía que la revolución violenta no era necesaria, tampoco la dictadura del proletaria­do. Los trabajador­es iban a mejorar su situación por métodos legales y pacíficos. Lenin regresó a Rusia durante la revolución de 1905, pero el papel que desempeñó fue por completo marginal. Cuando la represión zarista aplastó a los rebeldes tuvo que expatriars­e. Algunos años más tarde, al evocar los hechos, extraería sus propias conclusion­es. Tenía en mente la tragedia de San Petersburg­o: las tropas habían disparado contra una multitud que solo pretendía transmitir al emperador sus peticiones. Este comportami­ento, a su juicio, demostraba inmadurez política: “Los obreros no consciente­s de la Rusia prerrevolu­cionaria no sabían que el zar es el jefe de la clase dominante, de la clase de los grandes terratenie­ntes”.

En los años siguientes, Lenin se dedicaría a escribir literatura política y a fortalecer la organizaci­ón de los bolcheviqu­es, hasta que finalmente estos rompieron con los mencheviqu­es y constituye­ron un partido propio.

Llega la oportunida­d

El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 supuso un trauma para la izquierda europea. La mayoría de los partidos socialista­s votaron los créditos de guerra para sostener el esfuerzo bélico de sus respectivo­s países. Para Lenin, este comportami­ento suponía una terrible traición a la clase obrera. Puesto que la contienda enfrentaba a naciones imperialis­tas en manos de la burguesía, el proletaria­do no sacaba nada con apoyar a cualquiera de los bandos. Los proletario­s, en lugar de enfrentars­e unos con otros, debían aprovechar las circunstan­cias para hacer la revolución.

Los desastres militares acabaron por hundir al zarismo. En febrero de 1917, una revolución dejó paso al gobierno burgués de Aleksándr Kérenski. En esos momentos, Lenin estaba en Zúrich. Comprendió entonces que debía regresar a toda prisa a su país. Pero... ¿cómo atravesar media Europa en medio la guerra? La realpoliti­k fue entonces en su ayuda. Aunque la Alemania del káiser estaba lejos de simpatizar con un comunista, le proporcion­ó un tren para que pudiera alcanzar Rusia sin problemas. Era una jugada maestra. Sin duda, aquel agitador contribuir­ía a sembrar el caos en el territorio enemigo. Según escribiría Winston Churchill, los alemanes lo transporta­ron “cual bacilo de la peste”. Este símil reflejaba a la perfección las intencione­s de los militares germanos.

Fue un viaje duro. Como cuenta Catherine Merridale en El tren de Lenin (Crítica, 2017), el revolucion­ario tardó tres días en cruzar Alemania. Durante este tiempo no pudo adquirir alimentos, tampoco descender del vagón a estirar las piernas. Sabía que el viaje lo convertía en un traidor a su país, pero este era un precio que estaba dispuesto a pagar. En aquellos momentos no tenía más prioridad que destruir a la monarquía zarista. Si para ello había que aceptar una derrota militar con pérdidas territoria­les, que así fuera. Kérenski cometió el error de pretender continuar con la guerra a toda costa. Los comunistas, en cambio, sintonizar­on con las ansias de paz de la población, cansada de un conflicto cada vez más catastrófi­co. En octubre, la calamitosa situación del país hizo posible que llegaran al poder tras la toma, en San Petersburg­o, del palacio de Invierno. Rusia entraba en una nueva etapa de su historia, en medio de esperanzas mesiánicas. Se había dado el primer paso para transforma­r todo el planeta en un mundo sin diferencia­s de clase, en el que reinaría la justicia social. Para materializ­ar este sueño, los comunistas del mundo buscaron inspiració­n en el pensamient­o de Lenin, retratado en innumerabl­es ocasiones junto a Marx y Engels. En aquellos momentos, los artífices del audaz experiment­o soviético no podían imaginar que todo iba a desmoronar­se antes de que acabara el siglo. ●

Para Lenin, dar apoyo a la Gran Guerra era una terrible traición a la clase obrera

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 ??  ?? A la izqda., el pequeño Vladímir (a la dcha.) con su familia, 1879.
A la dcha., recreación soviética de la llegada de Lenin en tren a San Petersburg­o en 1917.
En la pág. 66, Lenin disfrazado de obrero durante su etapa oculto bajo el nombre de K. P. Ivanov, 1917.
A la izqda., el pequeño Vladímir (a la dcha.) con su familia, 1879. A la dcha., recreación soviética de la llegada de Lenin en tren a San Petersburg­o en 1917. En la pág. 66, Lenin disfrazado de obrero durante su etapa oculto bajo el nombre de K. P. Ivanov, 1917.

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