EL ORIGEN DEL "SOL Y PLAYA"
La historia del ahora vital sector del turismo español se remonta casi cien años.
El año pasado vinieron más de ochenta millones de visitantes a España, se gastaron la friolera de 90.000 millones de euros y los viajeros nacionales e internacionales garantizaron la existencia de casi tres millones de empleos. Los servicios turísticos representan más del 12% de todo lo que producimos. Los datos son abrumadores, por supuesto, pero no dicen nada de cómo hemos llegado hasta aquí ni permiten determinar si el tremendo peso del sector es, como muchos afirman, una grave debilidad histórica que, nacida de los fogones del franquismo en los años sesenta, ningún gobierno se ha esforzado en corregir. Por suerte, la historia de los últimos cien años arroja muchas luces sobre estas cuestiones. Y lo que muestran los hechos es que, para empezar, el turismo de masas español ni siquiera se intentó por primera vez en la dictadura de Franco. Según el historiador Rafael Vallejo, entre 1928 y 1932 ya se habían empezado a desarrollar los destinos, las prácticas y el tejido institucional y empresarial que cimentarían el boom de la década de los sesenta. No en vano, fue el dictador Miguel Primo de Rivera en 1926, y no Francisco Franco en los sesenta, quien llevó a cabo la primera gran iniciativa oficial de planificación turística en España: hablamos del Circuito Nacional de Firmes Especiales, por el que se modernizaron casi tres mil kilómetros de carreteras hasta 1930. No es casualidad que el origen del grupo hotelero Barceló sea una empresita de transporte de viajeros por carretera llamada Autocares Barceló fundada en 1931. Como nos recuerda la historiadora Ana Moreno Garrido, Primo de Rivera lanzó, igualmente, las primeras campañas oficiales de promoción del turismo internacional en 1928. En ellas se destacaban el buen clima y las posibilidades de nuestras
Fue Primo de Rivera quien hizo la primera planificación turística
playas y montañas en verano, y se presentaba el país como un lugar mucho más moderno, estable y libre de lo que era. El alineamiento entre propaganda turística y blanqueamiento de regímenes represivos, como ya demostraron María Rosa Cal y Beatriz Correyero en un libro reciente, apareció mucho antes de los sesenta. Entonces, todo hay que decirlo, Manuel Fraga lo elevó a categoría de arte desde el Ministerio de Información y Turismo. Casi no debería sorprendernos que el primer impulsor de la industria de los viajes con Franco fuese un periodista (Luis Bolín Bidwell) y que la primera asignatura de turismo que se impartió en España fuese, en 1954, Técnica de la Propaganda y del Turismo. La devaluación de la peseta de 1959, que provocó una riada de viajeros extranjeros atraídos por los precios bajos en 1960, también tiene un clarísimo precedente en la devaluación de 1928, el año en el que la ciclópea agencia británica Thomas Cook, nacida en el siglo xix y quebrada el verano pasado, ya contaba con 12 oficinas en la península y un servicio de alquiler de apartamentos turísticos, sobre todo, en Baleares. Para entonces, Viajes Marsans llevaba operando una década, y la cadena hotelera HUSA no tardaría en contar con hasta 14 establecimientos. La riada de 1929 y 1930 no fue (ni de lejos) tan mayúscula como la de los sesenta, pero las visitas, ciertamente, se multiplicaron. El período coincide con la celebración de dos exitosas exposiciones internacionales en Sevilla y Barcelona con las que se pretendía conseguir un efecto parecido al perseguido por las Olimpiadas y la Exposición Universal de Barcelona y Sevilla de 1992. Lamentablemente, la inestabilidad política nacional y la Gran Depresión internacional convirtieron lo que era difícil en una misión imposible. A partir de 1932 y durante la democrática y parcialmente descentralizada Segunda República, los ayuntamientos y las provincias asumieron el día a día de la gestión turística, algo que el centralista y autoritario régimen franquista heredó sin mayores problemas. Un año después, en 1933, las decenas de miles de viajeros que atrajeron destinos como islas Baleares, San Sebastián, Costa Brava, Málaga o Costa del Sol (donde, por cierto, ya se promocionaban la Semana Santa malagueña y el campo de golf de Torremolinos) ayudaron a convertir España en el noveno país del mundo en ingresos por visitas internacionales.
La devaluación de la peseta de 1959 provocó una riada de viajeros extranjeros
No es para tanto
Es verdad que aquellos ingresos de 1933 no alcanzaron ni el 0,5% del PIB, y que España no figuraba como una potencia remotamente comparable a Francia o Italia..., pero también lo es que nuestro país tardó 12 años en superar ese 0,5% después de la Guerra Civil. Ni entonces ni ahora se puede subestimar su importancia. Las divisas que traían o convertían en la fron
tera los turistas extranjeros financiaron las importaciones que calmaron el hambre de millones de españoles en los años cuarenta. Los exportadores de otros países no querían saber nada de las pesetas: pedían dólares o francos suizos. Además, en la década siguiente, la sed de esa misma liquidez internacional también animó al dictador a relajar su puño de hierro. Como recuerda el economista Donato Fernández Navarrete, en 1958 España apenas se podía permitir financiar las importaciones, y en el verano de 1959, al Estado ya solo le quedaban divisas extranjeras para pagar la compra exterior de un mes. Franco, que no quería arriesgarse a dejar la nevera medio vacía en invierno, sabía que, si abría las puertas al turismo, podría conseguir muchas más. Es lo que llevaba intentando desde la aprobación del Plan Nacional de Turismo de 1953. El problema era que jamás llegarían riadas de extranjeros con dólares y francos suizos sin una gran transformación. Había que hacer verdaderamente convertible la peseta frente al dólar, hundir su valor e iniciar la liberalización del comercio y la entrada de capitales. El dictador sabía cuál sería la consecuencia: exponer mucho más a los españoles al contacto y las ideas de las democracias occidentales.
De todos modos, el 17 de julio, el Banco de España hizo convertible la peseta, la devaluó un 30% y, pocos días después, las medidas liberalizadoras del comercio y los capitales se promulgaron como parte del histórico Plan de Estabilización de 1959, aprobado justo antes de agosto para aprovechar el diluvio de dólares que podían traer los turistas. Ni siquiera Berlanga hubiera imaginado que Mr. Marshall iba a llegar en bañador y rodeado de suecas. Mr. Marshall era, en realidad, Mr. Marsans.
Franco pretendía utilizar el turismo como palanca para que España dejase de ser un país agrícola (el campo concentraba alrededor de un 40% del empleo en 1959). Si todo salía bien, debió de pensar, las visitas internacionales financiarían nuestro nuevo poderío industrial, que nos haría menos dependientes del exterior. La idea del sobrio y pío general no era, como se comprenderá, promover un modelo de sol, playa, rubias en biquini y guateques hasta las cinco de la mañana.
General, tenemos un problema
Según las estadísticas oficiales recopiladas (y clarificadas) por la economista Roser Nicolau, en 1970 el peso de la agricultura en el empleo se había derrumbado hasta el 20%, sí, pero la contribución de la industria había pasado solo de un 20% a un 27%. España se había transformado en una potencia mundial de los servicios absolutamente dependiente del exterior. Desde 1960 hasta 1973, importó el doble de lo que exportó y financió ese enorme déficit, sobre todo, mediante las divisas de los turistas internacionales y, a mucha distancia, las remesas de los emigrados y las inversiones extranjeras. A pesar de la promoción de las estaciones de esquí, la Semana Santa o el Camino de Santiago desde 1962 para compensar la locura de las playas mediterráneas, a finales de esa década estas concentraban el 70% de las plazas hoteleras. Al mismo tiempo, el 40% de los turistas extranjeros siguió llegando en aluvión en los meses de julio y agosto a localidades donde, a veces, la población se multiplicaba por diez, la ley de costas era un coladero y existía una lamentable gestión del agua y los residuos. Como colofón, el gasto medio de los turistas confirmaba que España era un destino eminentemente cutre. De todos modos, confundir los objetivos de la dictadura con sus resultados y atribuirle un burdo y unidimensional modelo de “sol y playa” carece de sentido, porque, como mínimo, impulsó tres: el muy minoritario de los años de la autarquía hasta principios de los cincuenta (dame divisas y yo bailo flamenco), el muy masivo que reinó desde mediados de los cincuenta hasta finales de los sesenta (venid cuantos queráis, dormid donde podáis y financiad mi industria) y el que apostaba por un desarrollo turístico que incentivó la calidad y la rentabilidad frente al mero volumen mediante el plan nacional de 1972, el “Paquete de medidas relativas al sector turístico” de 1974 o los dos planes específicos para recortar y mejorar la oferta hotelera en 1974 y 1976.
Parecidos razonables
Una prueba de la modernidad de aquellos esfuerzos es que el plan de 1972 identificó muchos de los desafíos a los que hoy se enfrenta el turismo español: atomización de la oferta (predominio de pequeños operadores), protagonismo de la contratación en origen (vienen con “todo incluido” y gastan poco en España), concentración desproporcionada de las llegadas en julio y agosto, peso excesivo de los turistas de bajo coste y grave deterioro de las costas y el medio ambiente. También preocupaba mucho nuestra dependencia, pero ya no solo de las llegadas internacionales, sino de la industria del viaje en general.
Otro paralelismo con la situación de hoy es que el debate en que se exigía la reforma del modelo turístico se envenenó y recrudeció a mediados de los setenta por
El plan de 1972 identificó muchos de los desafíos a los que se enfrenta hoy el turismo
el efecto combinado de tres grandes factores que deberían sonarnos. Las llegadas internacionales se multiplicaron en los años anteriores, había estallado una recesión mundial que provocó el repentino desplome del turismo extranjero en 1974 y, finalmente, vivíamos un momento político extremadamente volátil: en 1973 asesinaron al presidente del gobierno Carrero Blanco y Franco falleció en 1975. Naturalmente, las distancias entre lo que ocurrió entonces y nuestro tiempo son evidentes. La inestabilidad que atravesamos no amenaza con el colapso de un sistema político incapaz de gestionar y canalizar el descontento masivo, las crisis del petróleo golpearon durante tres años seguidos al turismo internacional (los ingresos que generó, ajustados a la inflación, cayeron en 1974, 1975 y 1976) y, aunque la llegada de viajeros foráneos se ha disparado de 57 a 84 millones de personas desde 2008 hasta 2019, lo cierto es que su número no se ha duplicado, que es lo que sucedió, por ejemplo, entre 1968 y 1973.
Por otro lado, hemos avanzado en la mayoría de los desafíos que se apuntaban en el plan de 1972: las pernoctaciones anuales que representan julio y agosto se han precipitado del 40% al 26%, los viajeros internacionales que vienen con paquetes turísticos han pasado de más del 40% a menos del 30%, nuestro país ya no es el gran favorito de los viajeros low cost (el gasto medio diario de los turistas internacionales en España rebasa los 150 euros) y existen grandes grupos hoteleros locales que lideran el atomizado mercado nacional, como Meliá, Iberostar o Riu. Hace años que llamar “sol y playa” al modelo turístico español es un ejercicio de pereza intelectual, porque más del 40% de las pernoctaciones ni siquiera se produce en verano. Todo eso, lógicamente, no quiere decir que no queden importantes asignaturas pendientes. El deterioro de nuestras costas y medio ambiente ha ido a mucho peor, y se ha agravado nuestra dependencia de la industria del viaje, que en todo el mundo se caracteriza por la temporalidad y los bajos salarios de la inmensa mayoría de sus empleos directos. Si el turismo representaba alrededor del 9% de la producción nacional a principios de los setenta, en 2019 ya se había catapultado hasta superar el 12%... Y es justo esa dependencia, impensable en los otros países desarrollados, la que está multiplicando ahora la gravedad de nuestra crisis. ●