Los demonios del pasado
Como se puso de relieve el último 4 de julio, la simbología ocupa un papel protagonista en la agenda de Donald Trump. Su discurso conmemorativo del Día de la Independencia, en el monte Rushmore, bajo las gigantescas efigies de George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln, se convirtió en un alegato contra los “difamadores de los héroes americanos” y “destructores de su herencia”, en directa alusión a las manifestaciones sociales contra el racismo que proliferan en el país y que han puesto en tela de juicio alguna de sus figuras históricas. El mismo día, Joe Biden, su rival demócrata, apelaba a la unidad para superar los demonios del pasado: “Tenemos la oportunidad de extirpar las raíces del racismo sistémico que aprisiona a Estados Unidos desde hace más de doscientos años”. Con la perspectiva que ofrece la historia, en este número analizamos leyes, gestos, actuaciones públicas y privadas de los inquilinos de la Casa Blanca ante el conflicto racial.
También profundizamos en el origen de otro hecho relevante. Pese a sus discrepancias ideológicas, la lucha contra Hitler unió en el campo de batalla a los soviéticos y a los aliados occidentales. Pero el fin de la Segunda Guerra Mundial acabó con aquel vínculo de conveniencia. Sin un enemigo en común, los recelos latentes, las profundas divergencias y los intereses hegemónicos precipitaron el enfrentamiento. Así emergió la Guerra Fría, un conflicto que dibujará un escenario bipolar protagonizado por Estados Unidos y la URSS, cuyo pulso hizo temblar el mundo en más de una ocasión en forma de amenaza nuclear. ●