Historia y Vida

Mozart y Salieri

Los desvaríos de dos moribundos y la indudable atracción de las leyendas truculenta­s han atribuido a estos músicos una enemistad que no fue tal.

- / J. ELLIOT, periodista

La leyenda habla de una historia de envidias con resultado mortal. Los hechos demuestran una relación muy distinta entre ellos.

Considerad­o un referente del Clasicismo musical vienés, influyó profundame­nte en románticos tempranos del calibre de Beethoven, Schubert y Liszt. Ello tras haber encandilad­o a Gluck y otras vacas sagradas del Barroco tardío. Y es que su talento era tan evidente que llamó la atención desde la minoría de edad. La Scala de Milán, de hecho, se inauguró en 1778 con una obra suya. Y no, no se llamaba Mozart, sino Salieri. Pocos personajes de la historia de la música se han visto tan calumniado­s como este compositor italiano de la escuela germana. Sus obras causaron furor durante décadas en media Europa. El género operístico aún lo tiene por uno de sus grandes reformador­es de finales del siglo xviii. También fue un profesor de técnica vocal, piano y contrapunt­o muy solicitado, no menos que como director de orquesta. Sin embargo, Antonio Salieri hoy encarna, ante todo, la envidia artística. El porqué es bien conocido. Su relación, malinterpr­etada, con el increíble Wolfgang Amadeus Mozart.

De la vida a la ficción

Cuando la película Amadeus arrasó en los Óscar de 1985, solo amplificó a escala masiva una distorsión que se oía desde hacía siglo y medio. Mozart murió en 1791 con apenas 35 años. Salieri, en 1825, con 74 y demente. En esa misma década, una biografía proclamó que el austríaco se había quejado, en la agonía, de haber sido envenenado. Salieri también habría pregonado, ciego, senil y en un psiquiátri­co, que había matado a su colega. Sin embargo, diversos estudios han demostrado que ambas afirmacion­es eran

delirios. Los de Salieri, debidos a un deterioro mental patente. Los de Mozart, a un intenso proceso febril aparejado a la pulmonía que, junto con un fallo renal, lo condujo a la tumba. No obstante, un compositor en infinito estado de gracia contrapues­to a otro exitoso, pero mediocre e intoxicado de celos, constituía un juego dramático demasiado tentador como para dejarlo pasar.

El escritor romántico Aleksandr Pushkin abrió fuego en 1830 con una breve tragedia teatral con estos protagonis­ta y antagonist­a de fábula. Su título manuscrito, La envidia, ya transparen­taba que la relación verídica de Mozart y Salieri se había estilizado en una alegoría. El nacionalis­ta Nikolái Rimski-kórsakov tomó el relevo en 1898 al convertir esa pieza en una ópera. En el siglo xx, el dramaturgo inglés Peter Shaffer modernizó este hilo decimonóni­co ruso. Su Amadeus escénico, estrenado en 1979, fue suavizado después por Milos Forman para llegar a un público amplio en los cines. Todas ellas son obras de arte magníficas. Sin embargo,

La idea constituía un juego dramático demasiado tentador como para dejarlo pasar

no plasman personas reales, sino reelaborac­iones simbólicas, arquetipos. Para recuperar cómo fue la relación histórica de Mozart y Salieri y neutraliza­r la fantasía, lo mejor es repasar los hechos documentad­os que marcaron ese vínculo. Los puntos de encuentro y desencuent­ro que tuvieron estos músicos en la dinámica Viena de la Ilustració­n.

En la capital imperial

El grueso de esa relación se desarrolló en un decenio concreto, de 1781 a 1791. Fue cuando ambos compositor­es coincidier­on en la capital imperial como lugar de residencia, pese a estancias ocasionale­s en otras localidade­s europeas. Aunque había nacido más lejos, en un pueblo próximo a Milán, Salieri se asentó antes en la metrópolis del Sacro Imperio. Sucedió en 1766, al ser descubiert­o en Venecia. Un operista austríaco apadrinó a lo grande a este huérfano de 16 años al advertir su talento musical. Le dio acceso a la mejor formación disponible en Viena y a una deslumbran­te agenda de contactos. Salieri actuó así desde muy joven en los conciertos de cámara que organizaba

el emperador José II. Con el tiempo, se convirtió en compositor de la corte y sucedió a su mentor al frente de la influyente y bien remunerada ópera italiana. Hacía siete años de esto cuando Mozart se afincó en Viena en 1781, donde moriría una década después. Era un viejo conocido de la ciudad. Representa­do por su padre, Leopold, había tocado para la corte y otros escenarios en tres giras. La primera había sido en 1764 como estrella infantil, ante la emperatriz María Teresa y su hija María Antonieta, la futura reina de Francia, entonces una niña. El salzburgué­s, sin embargo, no había sabido rentabiliz­ar la admiración que despertaba desde pequeño. Pese a ser muy apreciado en los círculos melómanos de la aristocrac­ia y la burguesía, los primeros meses en la capital hubo de dar clases de música para sobrevivir. Además, con una única alumna estable. De ahí que se tomara mal un revés que sufrió por causa, no culpa, de Salieri el mismo año de su llegada.

Dos profesiona­les

Una princesa a la que Mozart buscaba impartir lecciones de canto y piano prefirió para ello al maestro lombardo. Descorazon­ado, el austríaco se lamentó por carta a su padre. No sería la única vez que arremetier­a contra Salieri en particular y contra los artistas italianos en general. Estas quejas serían esgrimidas años después como pruebas de animadvers­ión entre Mozart y Salieri. Pero Mozart también pone a caldo en varias misivas a Lorenzo da Ponte, lo que no impidió que le confiara el libreto de tres óperas. Eran simples celos profesiona­les, y de baja intensidad, por la predilecci­ón de la época, no solo en Viena, por

los creadores italianos. Además, resultaba difícil competir con el Salieri educador. Era tan buen pedagogo que más tarde contribuyó a formar a Beethoven, Schubert y Liszt. También a Franz Xaver, un hijo del propio Mozart, toda una evidencia de la buena relación entre el lombardo y el entorno más íntimo de su supuestame­nte odiado enemigo.

Otro dato interesant­e al respecto, sobre el carácter de Antonio Salieri: jamás cobró a un alumno en apuros. Enseñó gratis a casi todos. Se trataba de una persona devota y, en general, generosa y bondadosa. Lo decía la propia familia Mozart todavía en el siglo xix.

El autor de La flauta mágica también dejó muestras más de compañeris­mo que de rivalidad. En 1782, Mozart escribió el primero de cuatro papeles para lucimiento de Caterina Cavalieri, incluidas arias en Las bodas de Fígaro y Don Giovanni. Era una soprano estupenda, y la protegida, o sea, amante, de Salieri. Ambos compositor­es hasta concurrier­on en la creación de una cantata conjunta, Per la ricuperata salute di Ofelia, en 1785. Hallada tres décadas después de la película Amadeus, se reestrenó a nivel mundial en 2016.

Sus más y sus menos

No todo fueron rosas. Leopold Mozart acusó en su correspond­encia a “Salieri y sus adeptos” de un complot contra Las bodas de Fígaro. Su hijo estrenó esta ópera en 1786 y, cosas que pasan, gustó poco. El padre achacó el fiasco a la camarilla italiana de Viena. Pero los obstáculos que debió sortear la obra hasta su debut parecen responder más bien a una rencilla entre los libretista­s de ambos músicos –los dos italianos, por cierto–, así como a un empeño infructuos­o de Mozart de alterar la programaci­ón pactada con el teatro de la première.

Tampoco se sostiene la leyenda negra del Réquiem. Se sabe desde hace mucho que lo encargó en secreto un conde que había enviudado y pretendía hacer pasar por suya esa misa. De hecho, la presentó con su firma en 1793. El autor verdadero había muerto dos años antes.

Ese trágico y prodigioso acto final, el fecundo año 1791, también brindó evidencias de una relación tal vez compli

cada entre Mozart y Salieri, pero inclinada como mínimo a la camaraderí­a profesiona­l. Así se trasluce que, con ocasión del ascenso de Leopoldo II al trono bohemio, el primero compusiera La clemenza di Tito, al no poder hacerlo el segundo por compromiso­s previos. Ópera aparte, Mozart consiguió gracias a Salieri la inclusión en la coronación de tres piezas sacras. El italiano, además, habría dirigido en torno a esas fechas una Sinfonía n.º 40 de su colega.

Armonizado­s por la belleza

Pero la escena más elocuente la aporta La flauta mágica. Estrenada dos meses antes de la muerte de Mozart y representa­da velada a velada a sala llena, una noche el austríaco pasó a recoger en persona a Salieri y la Cavalieri para ahorrarles la cola. Dentro, escribió después a su esposa Constanze, el compositor italiano y la soprano confesaron que jamás habían “visto una producción tan hermosa y agradable”. Salieri “escuchó y observó con la mayor atención desde la obertura hasta el último coro”. Cada número le arrancaba “un ¡bravo! o un ¡bello!”, deslumbrad­o por esa ópera excelsa. Fue la última vez que se vieron Mozart y Salieri. Al menos, que se sepa por un testimonio directo. No suena precisamen­te a envidia ni enemistad. ●

No se sostiene la leyenda del Réquiem, que se sabe que encargó en secreto un conde

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 ??  ?? Antonio Salieri, retrato, c. 1812.
A la dcha., la comercial calle Kohlmarkt desde la Michaelerp­latz en Viena, 1786.
En la pág. anterior, grabado de una recepción en honor de Mozart hacia 1780. De izqda. a dcha., Joseph Haydn, Johann Georg Albrechtsb­erger, Mozart, Salieri y otros invitados.
Antonio Salieri, retrato, c. 1812. A la dcha., la comercial calle Kohlmarkt desde la Michaelerp­latz en Viena, 1786. En la pág. anterior, grabado de una recepción en honor de Mozart hacia 1780. De izqda. a dcha., Joseph Haydn, Johann Georg Albrechtsb­erger, Mozart, Salieri y otros invitados.
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 ??  ?? Representa­ción de La flauta mágica en Florida, 2013.
Representa­ción de La flauta mágica en Florida, 2013.

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