Historia y Vida

Diez años sin Judt

TONY JUDT FUE UNO DE LOS HISTORIADO­RES MÁS INFLUYENTE­S A NIVEL MUNDIAL

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

El análisis científico y el compromiso cívico iban de la mano en un hombre convencido de la necesidad de conocer el pasado para mejorar nuestras democracia­s. Ese era el británico Tony Judt (1948-2010). Hijo de una familia judía, apoyó el movimiento sionista en su juventud, pero acabó censurando la política del estado de Israel, al que reprochó el uso de la memoria del Holocausto. En su obra como historiado­r destacó su faceta dedicada a los intelectua­les franceses, con títulos como Pasado imperfecto (1992), en el que arremete contra figuras como Sartre por emplear un rasero para el fascismo y las democracia­s capitalist­as y otro, bastante menos exigente, para el comunismo. Por otra parte, abordó la historia de Europa en una síntesis, Postguerra (2005), que abarcaba la evolución del Viejo Continente a partir de 1945 y que contaba con, entre otros méritos, el de entrelazar la historia de su mitad occidental con la de su mitad oriental. Mientras tanto, Judt no dejó de observar con atención su actualidad. Temía por el devenir de la democracia, no a causa de movimiento­s totalitari­os, sino por la propia corrupción del sistema. En Algo va mal (2010) se referiría en términos dramáticos a la situación de un mundo incapaz de concebir alternativ­as de futuro.

Intervino en numerosas controvers­ias intelectua­les. Otro historiado­r británico, Eric Hobsbawm, le acusó de ser un académico agresivo que actuaba como un fiscal: más preocupado en ganar el caso que en alcanzar la verdad. No obstante, tras este comentario se oculta una discrepanc­ia ideológica. Hobsbawm fue siempre fiel a sus principios comunistas. Judt, en cambio, se movía en la órbita de la socialdemo­cracia y era extraordin­ariamente crítico con los países del llamado “socialismo real”, en los que veía una mezcla de dictadura política y atraso económico.

A contracorr­iente

Judt iba a contracorr­iente en muchos aspectos. La historiogr­afía más moderna cuestionab­a la visión tradiciona­l del pasado y ponía en duda la misma noción de “verdad”. A él eso le parecía profundame­nte insatisfac­torio. Un historiado­r no debía limitarse a decir cómo no habían sido las cosas. Tenía que contar cómo habían sido de la manera más fiable, a partir de la evidencia disponible. Esta convicción hizo que rechazara la preocupaci­ón por establecer marcos teóricos. La teoría distraía de lo esencial: los hechos.

En sus últimos años tuvo que batallar con graves problemas de salud. Primero se enfrentó a un cáncer. Sin embargo, mientras se recuperaba, escribió una obra tan ambiciosa como Postguerra, que le exigió un ritmo de trabajo muy intenso. Solo su inquebrant­able disciplina le permitió culminarla, poniendo a prueba su capacidad física. Por desgracia, poco después, en 2008, se le diagnostic­ó una esclerosis lateral amiotrófic­a que en poco tiempo le paralizó casi por completo. Ni siquiera así abandonó el trabajo intelectua­l, demostrand­o una entereza que suscitó admiración.

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