¿Qué hacemos con España?
Franco se salvó de la intervención externa en Potsdam
Stalin fue el primero en sacar el tema. Según un informe estadounidense de la Conferencia de Potsdam, en la reunión del 19 de julio de 1945, el líder soviético preguntó a sus aliados sobre la situación de España. Stalin consideraba que el régimen de Franco había sido impuesto por Alemania e Italia, y que su permanencia entrañaba una amenaza para la paz mundial. “Opinamos –señaló– que será bueno crear las condiciones para que el pueblo español pueda establecer el régimen que elija”.
Churchill y Truman compartían su opinión sobre el régimen, pero creían que una intervención podía provocar otra guerra civil. Y temían que de ello pudiera salir un gobierno comunista. “Ya estoy harto de guerra en Europa”, zanjó Truman. “Nos alegraríamos de reconocer otro gobierno en España, pero pienso que es una cuestión que ha de resolver la propia España”. Finalmente, se llegó a un acuerdo para vetar la entrada de España en la ONU (abajo, manifestación de apoyo a Franco en Madrid tras el veto, diciembre de 1946).
posibilidad que más temían los angloamericanos: que los alemanes desafectos simpatizaran con el comunismo. Como consecuencia de estas diferencias, en mayo de 1946, estadounidenses y británicos interrumpieron el pago de las reparaciones de sus respectivas zonas a la parte soviética, con el pretexto de que la URSS estaba incumpliendo los acuerdos de Potsdam. Cuatro meses después, James F. Byrnes pronunció un discurso en Stuttgart en el que definió las líneas básicas de esta nueva política. El secretario de Estado prometió al pueblo alemán la restauración del autogobierno y la permanencia indefinida de las tropas norteamericanas en suelo alemán para garantizar la seguridad de su zona. Además, cuestionó la legitimidad de la nueva frontera polaca occidental, pese a haber sido acordada en Potsdam. La URSS reaccionó a esta maniobra aumentando la presión sobre el gobierno polaco, al que el anuncio de Byrnes ya había acercado a Moscú, y sobre la dividida Berlín, cuya ubicación, en el interior de la zona soviética, la hacía susceptible de un mayor
Cuanto más empeoraban las relaciones, menos se guardaban las apariencias
control por parte de esta. Como resultado de las tensiones, dos años después, la URSS interrumpirá el tráfico terrestre en dirección a Berlín Occidental, provocando uno de los episodios más conocidos de la Guerra Fría: el puente aéreo norteamericano a Berlín.
El fin de la alianza
Cuanto más empeoraban las relaciones entre los aliados, menos se guardaban las apariencias. Poco a poco, a través de la celebración de elecciones sin garantías democráticas y la represión de los opositores, la mayoría de los países del Este fueron cayendo bajo la órbita soviética.
Se impondrían las llamadas “democracias populares”, un eufemismo destinado a camuflar un régimen totalitario controlado por Moscú y a distinguirlas de las “democracias burguesas”, como denominaba la retórica soviética a las occidentales. Los angloamericanos, sabedores de la imposibilidad de oponerse a los hechos consumados en el campo de batalla, acabaron dando a esos países por perdidos. Solo reaccionaron en un caso: Grecia. En febrero de 1947, los británicos, inmersos en una grave crisis económica, comunicaron a EE. UU. que no podían seguir apoyando a las fuerzas monárquicas conservadoras en su lucha contra el avance de la guerrilla comunista. Además, tampoco podían seguir ayudando financieramente a Turquía, que estaba siendo presionada por la URSS para que le permitiera tener presencia militar en los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. La posición estratégica de estos dos países, fundamentales para el control del Mediterráneo y la protección del canal de Suez, y el peligro de que el éxito del comunismo en Grecia alentara la insurrección de sus homólogos en Italia y Francia (aunque, como en Yugoslavia y Albania, la guerrilla no estuviera controlada directamente por Moscú), llevaron a Truman a implicarse de lleno en su defensa. El 12 de marzo pronunció un discurso en el Congreso que marcó un punto de inflexión en la política exterior estadounidense, caracterizada durante gran parte de su historia por el aislacionismo. El presidente solicitó 400 millones de dólares para ayudar a Grecia en su lucha contra “las actividades terroristas de varios miles de hombres armados liderados por comunistas”, y a Turquía “para el mantenimiento de su integridad nacional, imprescindible para la conservación del orden en Oriente Medio”. Además, añadió una referencia a la imposición de regímenes totalitarios en Polonia, Rumanía y Bulgaria por la URSS, y abogó por una mayor implicación de EE. UU. para “apoyar a los pueblos libres que se resisten a los intentos de subyugación por parte de minorías armadas o de presiones externas”. La “doctrina Truman”, como se la conocería, dibujó un escenario bipolar que se impuso en el mundo durante las siguientes décadas. Un mundo dividido en dos bloques expansionistas, con unas concepciones socioeconómicas y políticas diametralmente distintas, que determinarán la historia de la segunda mitad del siglo xx. Como había recomendado Kennan en su famoso telegrama, en solo unos meses, EE. UU. pasó de contemporizar con su viejo aliado a contener a su nuevo enemigo. La URSS, que tenía desplegada la mayor fuerza militar que había visto nunca Europa, que estaba convencida de la victoria del socialismo frente al capitalismo y que se encontraba gobernada por un régimen autoritario que necesitaba invocar la existencia de enemigos para perpetuarse en el poder, no iba a retroceder ante la amenaza norteamericana. La Guerra Fría acababa de comenzar. ●