Los espías del otro lado
Bandoleros y pueblos rivales recurrieron a la inteligencia
Los romanos no solo
sufrieron el espionaje propio, sino también el realizado por sus enemigos. Uno de los ejemplos más llamativos es el de Bulla Felix, probablemente el mayor salteador de la historia de Roma. Desarrolló su actividad en la península itálica durante el reinado de Septimio Severo (ss. iiiii), y llegó a desplegar un amplio ejército de espías que se encargaban de informarle sobre presas interesantes a las que desvalijar.
El enemigo número uno
de Roma, Aníbal (arriba), también destacó en el uso del espionaje. El propio general parece que era habilidoso en el recurso al disfraz, la falsificación de documentos y el envío de comunicaciones secretas. Y, por supuesto, también tenía su red de espías militares.
Según el relato
de Tito Livio, uno de sus agentes, que había estado dos años espiando a los romanos, fue capturado y castigado de una forma brutal. Se le amputaron las manos y fue dejado en libertad como advertencia. Pero el castigo podía ser aún peor.
También durante la
segunda guerra púnica, 25 esclavos fueron crucificados después de que uno de sus compañeros de infortunio les acusase de espiar para Aníbal. Al delator le fue mejor. Recibió la libertad y 20.000 sestercios.