¿Culpable del atraso?
La censura inquisitorial y la ciencia española
No hay nada que
coarte más la república de las letras que la censura impuesta en nombre de la obediencia a un poder o a una ideología. Con amarga ironía, el escritor y teólogo José María Blanco White advertía, a principios del siglo xix, que quien deseara formar una buena biblioteca debía escoger sus libros en el Índice de libros prohibidos. Años más tarde, una agria polémica enfrentó a Marcelino Menéndez Pelayo, defensor de la tradición científica católica, con la interpretación liberal de los krausistas que achacaba al Santo Oficio la responsabilidad del “atraso científico español”.
Sin entrar en un
debate ideológico aún vivo, lo cierto es que, si España hubiera permanecido al margen del punto de partida de la revolución científica (concepto hoy discutido), la explicación no podría limitarse a la acción represora de la Inquisición. De hecho, la ciencia fue la temática menos perseguida por el Santo Oficio. Según los cálculos del especialista José Pardo Tomás, las obras científicas prohibidas por el índice de 1559 representaron solo el 7,8% del total, menos aún en el catálogo de 1583 (6,9%), y nunca excedieron el 8%.