AFECTOS, DUDOSOS Y DESAFECTOS
Un minucioso análisis de la diversidad de la tropa franquista
El anciano calla. El investigador ignora el motivo de su silencio. ¿Intenta recordar algún detalle preciso? El anciano calla. ¿A qué trinchera ha regresado? El anciano calla. Solo él vuelve a verse como el joven soldado que fue. ¿No quiere contar qué hizo, qué le obligaron a hacer, qué vio, qué pudo haber evitado...? El anciano calla y, sin poder contestar la pregunta del historiador, se levanta y abandona la entrevista. La anécdota la cuenta Francisco J. Leira Castiñeira (A Coruña, 1987) en las páginas finales de Soldados de Franco, su reconocida investigación –Premio Miguel Artola– sobre la traumática experiencia de los soldados que llevaron a Franco a la victoria y a su larga y cruel dictadura.
“Es erróneo defender que los veteranos del Ejército sublevado fueran el sustento sociológico del Régimen”, escribe el autor tras mostrar la diversidad social, política, cultural y generacional de los soldados franquistas. Una heterogeneidad tan inevitable como olvidada: la mayoría fueron soldados forzosos. Fracasado el golpe, el 10 de agosto de 1936 los jóvenes de entre 21 y 25 años del territorio controlado por los sublevados fueron llamados a filas. Sería el primero de ocho decretos de movilización hasta enero de 1939. En septiembre de 1938, el 85% de la tropa eran reclutas forzosos, incluidos soldados republicanos capturados y “reciclados”. Todos, incluidos los voluntarios, eran vigilados por miembros de incógnito del Servicio de Información Militar. Los mandos no ignoraban que alistarse voluntario era también una forma de evitar ser asesinado en la retaguardia por pertenecer a un partido de izquierdas, a un sindicato... Si en Soldados a la fuerza (Alianza, 2012), James Matthews analizó el reclutamiento de ambos bandos, Soldados de Franco se centra en el Cuerpo de Ejército de Galicia y sigue la trayectoria de dos regimientos de infantería durante toda la guerra: el Mérida n.º 35 y el Zamora n.º 29. Y lo hace con tal grado de detalle y precisión que podemos ver el hartazgo imparable de la guerra entre unos soldados física y mentalmente exhaustos, rotos.
Peones de la victoria
“Les robaron su identidad y los poderes fácticos de ambos bandos los utilizaron para construir un discurso público del pasado partidista e interesado”, escribe Leira. El 1 de abril de 1939 no llegó la paz, ni el fin de la violencia. Muchos siguieron en el Ejército hasta 1940 y debieron renovar su cartilla militar hasta la década de los cincuenta. Vencer no les evitó a la mayoría la miseria de la posguerra. Menos aún olvidar la violencia cometida, contemplada, compartida. “En todas las entrevistas hablan de la muerte o de los asesinatos en tercera persona, siempre fueron otros los que participaron en el pillaje o fusilamientos...”. Excepto aquel anciano, incapaz de romper su silencio.