CAMINO A LA GUERRA FRÍA
El fin de la guerra reveló las desavenencias entre la URSS y sus aliados. Una mezcla de desconfianza, conflictos no resueltos e incompatibilidad ideológica que acabaría precipitando el enfrentamiento.
El 7 de mayo de 1945, Alemania se rindió incondicionalmente a los aliados. Con el fin de la guerra en el continente europeo desaparecía también el vínculo que había mantenido unidos a soviéticos y angloamericanos. Sin un enemigo común, las desavenencias y diferencias ideológicas que habían permanecido ocultas bajo la bandera de la cooperación bélica fueron saliendo a la superficie. A este nuevo escenario se unió también un nuevo protagonista: Harry S. Truman. El vicepresidente norteamericano había asumido la presidencia de Estados Unidos tras la repentina muerte de Roosevelt. De un día para otro, este hombre de clase media de Misuri, sin apenas experiencia en política exterior y a quien su predecesor había mantenido al margen de los asuntos de la guerra (no estaba al tanto de los entresijos de la Gran Alianza ni del proyecto de la bomba atómica), se encontró al frente de la mayor potencia mundial en uno de los momentos más trascendentales de su historia. Dada su inexperiencia en relaciones exteriores, Truman se puso en manos de
sus asesores. Aun así, sus decisiones estuvieron marcadas por la percepción previa que tenía sobre los asuntos mundiales, más cercana a la del ciudadano medio estadounidense que a la que poseía Roosevelt. Como consecuencia, el nuevo mandatario estaba mucho más inclinado a escuchar a sus consejeros partidarios de llevar una línea más dura con los soviéticos que a los que abogaban por un mayor entendimiento. Además, era una persona impaciente y poco flexible, lo que le iba a ocasionar más de un problema. El primero en comprobarlo fue el minis
tro de Exteriores soviético Viacheslav Mólotov. El 22 de abril, el diplomático ruso había viajado a Washington para presentar sus respetos al nuevo presidente. Durante la reunión en la Casa Blanca, Truman le acusó de incumplir el acuerdo de Yalta en Polonia. Acto seguido, mientras Mólotov le replicaba, dio por finalizado bruscamente el encuentro. Como recordó el traductor Charles Bohlen: “Probablemente, fueron las primeras palabras cortantes que un presidente dirigió a un alto funcionario soviético”. A las pocas semanas, aprovechando el final de la guerra, Truman interrumpió los envíos de ayuda a la URSS.
Esta decisión provocó una escalada de tensión entre los dos países como no se había visto durante toda la contienda. Hubo un cruce de declaraciones, se intensificó la presión soviética sobre los gobiernos en los países del Este y se temió por el buen funcionamiento de la Conferencia de las Naciones Unidas, que se estaba celebrando en San Francisco. Finalmente, Truman dio marcha atrás. Aconsejado por sus asesores militares, que le recordaron la importancia de mantener la alianza con la URSS para garantizar la paz en Europa y derrotar a Japón, se reanudaron los envíos con la excusa de que había sido un error burocrático. Como contrapartida, Stalin, que había recibido la visita tranquilizadora de Harry Hopkins, uno de los principales asesores de Roosevelt, se comprometió a permitir la entrada de más representantes no comunistas en el gobierno de Polonia (que sería reconocido por los angloamericanos el 5 de julio), facilitar la creación de la ONU (cuya Carta fundacional se firmó el 26 de junio) y acudir
a una próxima cumbre con el nuevo presidente americano.
Potsdam fue la primera conferencia en tiempos de paz, y también la menos cordial
La Conferencia de Potsdam
La tercera (y última) conferencia entre los Tres Grandes se celebró del 17 de julio al 2 de agosto de 1945 en Potsdam, la antigua sede de la monarquía prusiana situada a las afueras de Berlín. A pesar de ser la primera que se celebraba en tiempos de paz, fue la menos cordial de las tres. En solo unos meses, las relaciones entre los tres aliados habían variado sustancialmente. Comenzando por sus dirigentes. No solo EE. UU. había cambiado de presidente. Churchill, que había empezado la conferencia, tuvo que abandonarla a los pocos días tras perder las elecciones ante el laborista Clement Attlee. El dictador soviético fue el único que mantuvo su silla, y llegó a Potsdam como un gran vencedor: con retraso, atravesando sus “conquistas” en un tren especial
y escoltado en todo momento por miles de soldados del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos). La desconfianza entre los líderes también había aumentado. Desde el final de la guerra, Churchill, que temía que el traslado de las tropas estadounidenses al Pacífico facilitara la expansión soviética en Europa, se había mostrado cada vez más duro con Stalin. Durante la conferencia, le acusó de implantar gobiernos comunistas en Bulgaria y Rumanía sin respetar los deseos de una parte de su población. El líder soviético, que ciertamente acariciaba la idea de extender su influencia más allá de Alemania –incluso hasta Italia y Francia, donde los partidos comunistas estaban experimentando un gran auge tras haber llevado el peso de la resistencia durante la guerra–, replicó que eso mismo estaban haciendo los británicos en Grecia al apoyar a los monárquicos en la guerra civil. Truman, que había lle
gado a la conferencia con ánimo conciliador, intentó desmarcarse de la actitud agresiva de Churchill (luego algo atemperada con la llegada de Attlee). Confiaba en que Stalin acabaría aceptando a miembros no comunistas en los gobiernos de Bulgaria y Rumanía, como había hecho en Polonia, y en que sus ambiciones territoriales estaban motivadas más por un propósito defensivo, por temor a un posible revanchismo germano, que ofensivo, para extender su imperio socialista. A pesar de las tensiones, en Potsdam los aliados llegaron a importantes acuerdos, fundamentalmente con respecto al futuro de Alemania. Se aprobó el plan de las cuatro “D”: desmilitarización, desnazificación, descartelización y democratización de Alemania. Se estableció la división en cuatro zonas de Alemania y Austria, así como de sus capitales. Se acordó procesar a los criminales de guerra nazis (los futuros juicios de Núremberg). Se fijó la nueva frontera occidental de Polonia (Línea Óder-neisse), con el consecuente reasentamiento de la población alemana. Y se decidió que las reparaciones de guerra las extrajera cada potencia de su zona de ocupación, con la excepción de la URSS, a la que, por haber sido la más castigada por la guerra, se concedió el diez por ciento de las indemnizaciones de las zonas occidentales a cambio de alimentos y materias primas, que serían suministrados desde el Este. Por último, se firmó una declaración en la que se definieron los términos de la rendición sin condiciones de Japón.
Una nueva arma
Se estableció la división en cuatro zonas de Alemania y Austria, y la de sus capitales
La tarde antes del comienzo de la conferencia, Truman recibió el siguiente telegrama: “Los niños nacidos satisfactoriamente”. El mensaje quería decir que el ensayo de la bomba atómica en Nuevo México había sido un éxito. Churchill reaccionó a la noticia con enorme entusiasmo. A su juicio, ya no era necesario que la URSS entrara en guerra con Japón. Esto liberaría a Truman de tener que contemporizar con Stalin y de concederle las compensaciones territoriales que habían acordado a cambio de su apoyo. Además, la posesión de la bomba atómica inclinaba de tal manera el equilibrio de poder a favor de EE. UU. que se podría utilizar como argumento disuasorio contra la URSS en caso de que se agotara la vía diplomática. Truman, que, como dejó escrito en su diario, se mostró bastante confiado con Stalin durante la conferencia (“Es honesto, pero más listo que el demonio”), no
lo veía de la misma manera. El líder soviético ya le había confirmado su participación en la guerra. La única esperanza de que no lo hiciera era que Japón se rindiera antes, un hecho que no estaba ni mucho menos garantizado, a pesar de la amenaza de la nueva arma. Tokio había sufrido durísimos bombardeos durante los meses anteriores, con una cifra de bajas similar a las que causaría la bomba atómica, y no por ello el gobierno nipón había mostrado signos de querer claudicar. El presidente, en contra de la opinión de Churchill, decidió comunicar a Stalin la noticia de la bomba. El mariscal escuchó atentamente, pero apenas reaccionó, lo que llevó a Truman a pensar que no le había entendido. Lo que realmente había sucedido es que el mandatario soviético ya conocía la noticia. Gracias a sus espías, estaba al corriente del Proyecto Manhattan desde hacía tiempo.
El 6 de agosto, cuatro días después del fin de la conferencia, EE. UU. lanzó una bomba atómica en Hiroshima. El 8 de agosto, la URSS declaró la guerra a Japón y comenzó la invasión de Manchuria. Al día siguiente, EE. UU. lanzó una segunda bomba en Nagasaki. El 15 de agosto, Japón se rindió. Aun así, los problemas de comunicación de la orden y la oposición de militares rebeldes contrarios a esta decisión hicieron que los combates continuaran hasta casi el 2 de septiembre, el día en que se firmó la capitulación. El Ejército Rojo aprovechó esta situación para invadir la isla de Sajalín y las Kuriles, los dos territorios que le había “prometido” Roosevelt a Stalin en Yalta. También ocupó el norte de Corea, que era una colonia nipona con una fuerte presencia de guerrilleros comunistas. Este territorio será uno de los primeros focos de conflicto armado en la inminente Guerra Fría. Todavía hoy se discute acerca de cuáles fueron las verdaderas motivaciones de EE. UU. al utilizar la bomba atómica. ¿Fue únicamente para precipitar la rendición de Japón, algo que era presumible que ocurriera igualmente con la entrada en guerra de la URSS (aunque quizá no en
tan poco tiempo)? ¿O fue, además, una demostración de fuerza, un aviso disuasorio destinado a Stalin? Lo cierto es que la bomba tuvo un fuerte impacto sobre el líder soviético, quien se apresuró a acelerar su propio proyecto nuclear para equilibrar las fuerzas.
Tejiendo el Telón de Acero
Si el fin de la guerra en Europa puso de manifiesto las tensiones existentes entre las dos superpotencias, la conclusión definitiva de la Segunda Guerra Mundial las multiplicó. Durante los siguientes meses, los antiguos aliados fueron dando pasos hacia su definitiva confrontación. En septiembre de 1945, durante una conferencia de ministros de Asuntos Exteriores celebrada en Londres, se produjo un primer encontronazo. Fue a propósito de los tratados de paz. La URSS se negó a aceptar el de Italia, redactado por los angloamericanos, si ellos no aceptaban los suyos de Rumanía y Bulgaria. No hubo acuerdo. El siguiente enfrentamiento fue en enero de 1946. Durante una reunión de la recién constituida ONU, británicos y norteamericanos protestaron por la decisión de la URSS de mantener sus tropas ilegalmente en Irán, un país cuyo petróleo era de gran importancia para la economía occidental. Tras varias semanas de presiones y amenazas, los rusos se retiraron de la zona. Para tensar aún más la situación, en febrero, EE. UU. descubrió una red de espionaje soviética que había transmitido información sobre la bomba atómica.
En 1946, la Gran Alianza estaba prácticamente rota, y sus representantes apenas lo disimulaban. El 9 de febrero, Stalin pronunció un discurso en el teatro Bolshói de Moscú en el que habló sobre la necesidad de poner en marcha un nuevo plan económico quinquenal con el fin de pre
Stalin se apresuró a acelerar su proyecto nuclear para equilibrar las fuerzas
parar a la nación ante un inevitable conflicto con el capitalismo y el imperialismo. Dos semanas después, el diplomático jefe estadounidense George Kennan envió un telegrama a Washington desde la embajada de Moscú advirtiendo de la creciente hostilidad de los soviéticos hacia el mundo capitalista y su agresiva política expansionista. Kennan recomendaba que el gobierno abandonara su política de conciliación y apostara por la contención. El embajador soviético en Washington, Nikolái Novikov, replicó enviando un telegrama a Moscú en el que denunciaba el incremento del gasto militar estadounidense y la creciente influencia de “reaccionarios extremistas” en el gobierno. El 5 de marzo, Churchill dio un discurso en la Universidad de Fulton, en Misuri, la tierra natal de Truman. Durante su alocución, pronunció una frase que se haría célebre: “Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, un telón de acero ha caído sobre el continente. Tras él se encuentran todas las capitales de los antiguos estados de Europa central y oriental”. Stalin, por medio de un editorial del diario Pravda, calificó a su antiguo aliado de “belicista” y lo comparó con Hitler.
La cuestión alemana
Esta creciente división en dos bloques se hizo efectiva en Alemania. Angloamericanos y soviéticos tenían una visión muy diferente sobre el modo de actuar en el país vencido. Los primeros temían que, si se empobrecía excesivamente a los alemanes, si no se les ofrecía ninguna perspectiva de futuro, el resentimiento les haría volver al nazismo o, lo que era peor en esos momentos, los empujaría hacia el comunismo. Los segundos, incluida Francia, pensaban que había que debilitar a Alemania todo lo posible para que no volviera a ser una amenaza para la seguridad europea. Estos dos enfoques determinaron las estrategias a seguir por cada país. Gran Bretaña, que se estaba empobreciendo enormemente a causa del envío de ayuda a su zona de ocupación, y EE. UU. apostaron por la reconstrucción económica y el progresivo autogobierno de Alemania. La URSS, por su desmantelamiento y su control por la fuerza. La estrategia soviética, comprensible ante el grado de destrucción que había sufrido su país, estaba al mismo tiempo desactivando la