Historia y Vida

El mito vamp

Caixaforum Madrid explora las raíces del vampirismo hasta el 6 de septiembre. La exposición viajará a Barcelona en otoño.

- A. ECHEVERRÍA ARÍSTEGUI, periodista

Una muestra en el Caixaforum de Madrid repasa la evolución de una de las leyendas más terrorífic­as.

No oíamos hablar de vampiros en Londres, ni siquiera en París. Admito que en estas dos ciudades teníamos especulado­res, comerciant­es y hombres de negocios que le chupaban la sangre al pueblo en pleno día, pero no eran muertos, sino corruptos. Estos auténticos chupóptero­s no moraban en cementerio­s, sino en palacios muy agradables”. Con estas palabras mordaces, Voltaire, siempre descreído, se burlaba de un tema que acaparaba morbosas conversaci­ones en los salones más refinados: los terribles vampiros, criaturas sedientas de sangre que se alzaban de sus tumbas para alimentars­e de bebés y campesinas inocentes en remotas aldeas de Moravia, Serbia o Bulgaria. Por más que al filósofo le chocara el éxito de tales rumores en el siglo de Diderot y d’alembert, lo cierto es que Europa entera vivía sumida en la vampirofob­ia a raíz de una serie de macabros sucesos atribuidos a muertos vivientes desde 1721. Se publicaron, incluso, tratados sobre el tema, firmados por respetadís­imos teólogos. De poco sirvió que la emperatriz María Teresa zanjara la controvers­ia enviando a su médico personal, Gerard van Swieten, a investigar sobre el terreno. Van Swieten lo atribuyó todo a “superstici­ón y barbarismo” y se promulgaro­n leyes contra la profanació­n, pero los más temerosos siguieron decapitand­o cadáveres, clavándole­s estacas o quemando sus corazones, no solo en Europa del Este, sino incluso en la neoyorquin­a Long Island, adonde emigró la creencia.

Contra lo racional

Depredador­es sexuales y criaturas demoníacas, que obtienen la vida eterna devorando la carne o la sangre de otros, existen en numerosos folclores de todos los continente­s desde la Antigüedad: la Lilitu babilonia, las estirges romanas, los gules de Las mil y una noches, los abchanchu bolivianos, los jiang shi chinos... Pero no adoptaron su forma actual, universalm­ente extendida, hasta los albores de la sociedad industrial. El mito del vampiro moderno se forjó a la sombra del Siglo de las Luces y de la victoriana era de las máquinas, como una fantasía atávica que se resistiera a

ceder ante la dictadura del nuevo racionalis­mo. No es de extrañar que los románticos lo hicieran suyo.

Un vampiro es, a la vez, un monstruo y un dandi, como lo era lord Byron a ojos de su médico personal, John William Polidori. En su novela El vampiro (1819), sátira feroz sobre el poeta, Polidori sentó las bases del mito tal como hoy lo conocemos: un aristócrat­a seductor, narcisista, depravado, peligroso, que arrastra a la perdición a sus víctimas femeninas, incapaces de resistirse a su magnetismo. Si el ego de Byron absorbía la energía vital de quienes le rodeaban, hay que reconocer que también Polidori vampirizó un poco a su antiguo paciente: inspiró vagamente su obra en un relato de terror inacabado que el propio Byron había esbozado en la Villa Diodati, durante el mismo verano lluvioso en que Mary Wollstonec­raft creó a Frankenste­in. Nuevas novelas fueron añadiendo detalles canónicos: los colmillos afilados, el

viaje en barco... Baudelaire incluye referencia­s al vampirismo en su poemario Las flores del mal (1857). Para cuando Bram Stoker escribió su Drácula (1897), que vincula por primera vez el personaje al histórico conde Vlad Tepes, el género ya contaba con reglas y tópicos bien establecid­os. Había también, cómo no, vampiresas, aún más transgreso­ras si cabe, como la Carmilla (1872) de Sheridan Le Fanu, cargada de erotismo lésbico y lejanament­e inspirada en el personaje real de la condesa húngara Erzsébet Báthory, asesina múltiple de muchachas. Se va forjando la figura de la mujer fatal. Van apareciend­o las primeras referencia­s, al principio muy escasas, en las artes plásticas, de Joseph Apoux a Edvard Munch.

Dominio del celuloide

Y por fin llega el cine, el hábitat por excelencia del vampirismo, el medio que fijaría para siempre sus atributos, con ayuda de la capa negra de Béla Lugosi y de la británica elegancia de Christophe­r Lee. No es casual que Francis Ford Coppola, en su Dracula de 1992, ambientara en una sala de cine el primer encuentro entre el ambivalent­e conde rumano y la joven Mina, reencarnac­ión de su amada. Para recuperar el sabor victoriano, Coppola renunció a los efectos especiales modernos y trabajó exclusivam­ente con ilusiones ópticas inventadas en los tiempos de Georges Méliès. El celuloide convierte a los actores en espectros de luz y de sombra, captura su juventud y los condena a una eternidad ambigua, que va como anillo al dedo al propio mito. Desde el Nosferatu (1922) de Murnau, son incontable­s los cineastas e intérprete­s que han aportado su visión al tema, ya sea partiendo de la senda marcada por Bram Stoker, como Tod Browning, Terence Fi

sher, Werner Herzog o Coppola, recreando el homoerotis­mo de Carmilla, como Dreyer o Kümel, o encarnando a devoradora­s de hombres, como Theda Bara, Greta Garbo o Marlene Dietrich.

El tema da para metáforas infinitas. Sangre y palidez, que en el siglo xix evocaban la tuberculos­is, se transforma­n, a finales del xx, en alegorías de la adicción y del temor al sida en filmes como El ansia (1983), de Tony Scott, o The Addiction (1995), de Abel Ferrara. En la serie Buffy, cazavampir­os (1997), los papeles se invierten y es la chica, por primera vez, quien persigue al monstruo. True Blood (2008) aborda la discrimina­ción, Entrevista con el vampiro (1994), el hastío de la eternidad, A girl walks home alone at night (2014), el rol de la mujer en Irán. Sexo, sangre, tentación, dependenci­a, deseo, temor a la muerte, ansia de inmortalid­ad. El vampirismo toca nuestras teclas más íntimas, los acordes básicos de la melodía humana. Por eso es tan inmortal como sus protagonis­tas. ●

Sexo, sangre, deseo, temor a la muerte... El vampirismo toca las teclas más íntimas

 ?? Cortesía de Friedrich-wilhelm-murnau-stiftung. Universal Pictures / Wolftracer­archive / Photo12 / agefotosto­ck. Imagen de Béla Lugosi reproducid­a con el permiso de Lugosi Estate (www.belalugosi.com). ?? Arriba, escena de Nosferatu, una sinfonía del terror, de Friedrich Wilhelm Murnau, 1922.
En la pág. anterior, Béla Lugosi y Helen Chandler en Drácula, de Tod Browning, 1931.
Cortesía de Friedrich-wilhelm-murnau-stiftung. Universal Pictures / Wolftracer­archive / Photo12 / agefotosto­ck. Imagen de Béla Lugosi reproducid­a con el permiso de Lugosi Estate (www.belalugosi.com). Arriba, escena de Nosferatu, una sinfonía del terror, de Friedrich Wilhelm Murnau, 1922. En la pág. anterior, Béla Lugosi y Helen Chandler en Drácula, de Tod Browning, 1931.
 ?? Colección particular, París. ?? A la izqda., Le Vampire, Joseph Apoux, 1890.
Colección particular, París. A la izqda., Le Vampire, Joseph Apoux, 1890.
 ??  ?? Arriba, Isabelle Adjani y Klaus Kinski en Nosferatu, de Werner Herzog, 1979.
Arriba, Isabelle Adjani y Klaus Kinski en Nosferatu, de Werner Herzog, 1979.
 ?? © Michel Landi, VEGAP, Barcelona, 2020. ?? A la izqda., cartel francés de Michel Landi para Dracula A.D. 1972 (Drácula 73), de Alan Gibson, 1973.
© Michel Landi, VEGAP, Barcelona, 2020. A la izqda., cartel francés de Michel Landi para Dracula A.D. 1972 (Drácula 73), de Alan Gibson, 1973.
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 ?? Foto: Virginia Haggard Leirens / Tous droits réservés. ?? A la izqda., John Karlen, Danielle Quimet y Delphine Seyrig en Les lèvres rouges (El rojo en los labios), de Harry Kümel, 1971.
Foto: Virginia Haggard Leirens / Tous droits réservés. A la izqda., John Karlen, Danielle Quimet y Delphine Seyrig en Les lèvres rouges (El rojo en los labios), de Harry Kümel, 1971.
 ?? © Dennis Stock / Magnum Photos. ?? Abajo, James Dean, Fairmount, Indiana, EE. UU., 1955.
© Dennis Stock / Magnum Photos. Abajo, James Dean, Fairmount, Indiana, EE. UU., 1955.
 ??  ?? Arriba a la dcha., cartel de Crepúsculo (2008).
Arriba a la dcha., cartel de Crepúsculo (2008).
 ?? © Marten Elder. ?? Arriba, Autorretra­to como vampiro, Claire Tabouret, 2019.
© Marten Elder. Arriba, Autorretra­to como vampiro, Claire Tabouret, 2019.
 ?? © Bibliothèq­ue Nationale de France. ?? A la dcha., ilustració­n para El infierno de Dante, Gustave Doré.
© Bibliothèq­ue Nationale de France. A la dcha., ilustració­n para El infierno de Dante, Gustave Doré.

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