Historia y Vida

Cuando la Super Bowl luchaba en Vietnam

Más de cuatrocien­tos jugadores profesiona­les de fútbol americano fueron reclutados en plena ofensiva del Tet. Rocky Bleier sería uno de ellos.

- D. MARCHENA, periodista

En 1968, unos cuatrocien­tos jugadores profesiona­les de fútbol americano se vieron combatiend­o en Vietnam. La historia de Rocky Bleier se saldría de lo común.

Muhammad Ali, Cassius Marcellus Clay antes de su conversión al islam, fue oro olímpico en la categoría semipesada en los Juegos de Roma en 1960. Cuatro años después, ganó el primero de sus tres títulos mundiales de todos los pesos, como se llamaba antes la máxima categoría. Su reinado podría haber sido tan largo como el de Joe Louis, otro púgil de leyenda, si la guerra de Vietnam no se hubiera cruzado en su camino. “No me iré a más de catorce mil kilómetros de casa para bombardear y matar a inocentes”, denunció el 28 de abril de 1967, cuando pidió ser declarado objetor de conciencia. Otros deportista­s no pudieron o no quisieron imitarle y tuvieron que cambiar el chándal por el uniforme. Muchos vieron truncado, en especial, su sueño de triunfar en la Super Bowl de la NFL, la final del campeonato de la liga profesiona­l de fútbol americano. Muchos, pero no todos... La solicitud de Muhammad Ali para no combatir fue rechazada. Perdió el título mundial a raíz de la condena de un tribunal, que le retiró la licencia de boxeador y lo condenó a cinco años de cárcel por deserción. Pudo eludir el ingreso en prisión a cambio de una fianza millonaria que lo dejó en la quiebra. A pesar de

todo, logró rehacerse y recuperar su cetro. Sin embargo, se vio expulsado de los cuadriláte­ros durante casi cuatro años en el apogeo de su carrera. El Supremo no revocó la condena hasta 1971. Tres años después volvía a ser el campeón de los superpesad­os. Nunca sabremos hasta dónde habría llegado sin ese parón forzoso en su carrera. Tampoco sabremos hasta dónde habría llegado Robert – Rocky– Bleier si una herida de guerra no hubiera estado a punto de dejarlo paralítico.

En la ofensiva del Tet

Rocky Bleier, que hoy tiene 74 años y una web propia, es una leyenda del deporte. Su lección se escribió con la misma tinta que la de Muhammad Ali, pero en otra página. En 1968, cuando lo llamaron a filas, era una estrella en ciernes del fútbol americano. Su posición era la de running back, o corredor, un atacante. Aquel año, la Casa Blanca ya sabía que no ganaría la guerra, aunque eso no le preocupaba tanto como salir del avispero de Vietnam con dignidad. El novelista Tim O’brien, veterano de Vietnam, ha explicado que esa indecisión costó “miles de vidas adicionale­s en una tragedia apocalípti­ca”. Si por parte de Estados Unidos hubo cerca de sesenta mil bajas, los muertos en el otro bando se contaron por millones. Entre 1945 y 1975, un océano de sangre y fuego inundó Vietnam, que se rebeló primero contra el yugo colonial de Francia y luego contra Estados Unidos. Al menos cinco millones de vietnamita­s murieron solo en los últimos veinte años de la tormenta. En 1968, un año después de que Ali dijera no a la guerra, 417 jugadores profesiona­les de fútbol americano fueron llamados a filas. Rocky Bleier, que había debutado el año anterior con los Pittsburgh Steelers de Pensilvani­a, era uno de aquellos reclutas. Su equipo, que se fundó en 1933, no había hecho hasta entonces nada importante. Tampoco él, que fue un novato decepciona­nte. Su irrupción en el frente, sin embargo, no pudo ser más espectacul­ar, y coincidió con la ofensiva del Tet. Desde el punto de vista militar, esta enorme operación fue un fracaso del Vietcong, que pretendía arrinconar a las tropas estadounid­enses y a sus aliados del gobierno títere de Vietnam del Sur. Si Napoleón tenía razón (“el vencedor es el que se queda en el campo de batalla”), la invasión fue un desastre para los atacantes, que tuvieron que replegarse y volver a sus bastiones del norte. Pero, desde el punto de vista político y propagandí­stico, fue un éxito. Obligó a Estados Unidos a admitir que su marcha era inevitable, aunque la postergó hasta 1975. La ofensiva, que se prolongó de febrero a septiembre, demostró que el ejército comunista norvietnam­ita no solo no estaba acorralado, sino que contaba con capaci

dad para atacar. Unos catorce mil jóvenes estadounid­enses regresaron a su país en bolsas de plástico durante esos meses. Rocky Bleier estuvo a punto de engrosar la lista de víctimas mortales. El 20 de agosto de 1968 vigilaba una zona de arrozales de Vietnam del Sur junto a la compañía C del 4.º batallón, 31.ª brigada del 196 de Infantería. Tropas que participab­an en la incursión del Tet emboscaron a la patrulla y causaron numerosas bajas. Bleier se salvó de milagro: recibió una ráfaga de metralleta en una pierna y una granada le causó desgarros en la otra. Cuando se despertó, estaba en un hospital militar de Tokio. “¿Podré volver a jugar, doctor?”, fue lo primero que dijo. “Pregúntate si podrás volver a caminar”, le respondier­on. Se sometió a varias operacione­s y a una larguísima rehabilita­ción. Se licenció en 1970, con 24 años. Había recibido la Estrella de Bronce, concedida por actos de heroísmo, y el Corazón Púrpura, que se otorga a los heridos o caídos en combate.

Como una roca

Caminaba con muchos dolores. Su antiguo equipo le reabrió las puertas, más por piedad que por necesidad deportiva, convencido de que él mismo se retiraría al comprobar que nunca podría correr como antes. Pero entonces Rocky Bleier demostró por qué lo llaman como lo llaman. Cuando era un bebé, recordaba su padre, “se erguía sobre la cuna y se mantenía allí, firme como una roca”. Entrenó seis horas al día en los campos del St Vincent’s College. Técnicos y directivos no daban crédito a sus ojos. Aquel joven bigotudo de Appleton (Wisconsin), enamorado de la camiseta con el número 20, llegó deprimido y en muletas. Poco después había reescrito el significad­o de la palabra superación. Volvía a correr, aunque aún estaba muy lejos del equipo titular. En 1972 solo jugó algunos minutos en seis partidos intrascend­entes. La época dorada de los Pittsburgh Steelers de Pensilvani­a estaba a punto de comenzar. Nunca fue titular indiscutib­le, pero era el sustituto natural de la gran estrella, Franco Harris. Con Rocky Bleier en sus filas y el estatus de recambio de lujo, el equipo logró cuatro de sus seis Super Bowls: las de 1975, 1976, 1979 y 1980 (los otras dos son de 2006 y 2009, con él ya retirado). Los aficionado­s recuerdan sus galopadas épicas contra dos de los subcampeon­es de aquellos años, los Minnesota Vikings y los Dallas Cowboys. Su regreso triunfal al deporte ha inspirado documental­es y películas. Ha escrito un libro autobiográ­fico, Fighting Back (Contraatac­a), e imparte charlas y conferenci­as motivacion­ales. Cuando le preguntan de dónde sacó las fuerzas, siempre responde que de un lejano día en un arrozal que regó con la sangre de sus piernas. Antes de perder la conciencia no hacía más que repetirse: “Levántate. Levántate y corre”. ●

Para saber más...

MEMORIAS

BLEIER, ROCKY. Fighting Back. Mckees Rocks (EE. UU.): Leadership League, 2018 (1980). En inglés.

O’BRIEN, TIM. Las cosas que llevaban los hombres que lucharon. Barcelona: Anagrama, 2011 (1993).

“¿Podré volver a jugar?”, dijo. “Pregúntate si podrás volver a caminar”, le respondier­on

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A la dcha., Bleier presume en 2009 de sus anillos de Super Bowl en los dedos de un capitán del ejército estadounid­ense.
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A la izqda., un grupo de marines se protege del fuego enemigo en Hué, la capital cultural de Vietnam, a principios de 1968.

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