Historia y Vida

El triunfo de Salvador Allende

El 4 de septiembre se cumplen 50 años de su histórico triunfo en las elecciones presidenci­ales, que abrió paso a la vía chilena al socialismo.

- / M. AMORÓS, doctor en Historia y periodista

Se cumplen 50 años de las elecciones que dieron la victoria al socialismo en Chile.

En enero de 1970, después de varios meses de incertidum­bre, Salvador Allende fue designado candidato de la Unidad Popular (una coalición de seis partidos encabezada por comunistas y socialista­s) para la elección del 4 de septiembre de aquel año. Desde entonces recorrió sin descanso la geografía nacional, en la que fue la más breve de sus cuatro campañas presidenci­ales. Rompieron la parsimonia del verano austral las brigadas muralistas Ramona Parra (de las Juventudes Comunistas) y Elmo Catalán (de la Juventud Socialista), que pintaron su nombre de manera colorista e imaginativ­a en las paredes de todo el país. Los acordes de la Nueva Canción Chilena, con Víctor Jara, Ángel e Isabel Parra, Inti-illimani, Quilapayún..., llenaron de música la infinidad de actividade­s que la izquierda organizó a lo largo de aquellos siete meses.

La periodista Virginia Vidal le acompañó en una jornada en la que Allende, con guayabera y sombrero de paja, recorrió una de las zonas más humildes del área metropolit­ana de Santiago: “Fuimos a una localidad muy pobre, Barrancas; era un día de semana después del almuerzo, hacía mucho calor, el terreno era muy árido, pura tierra. No se asomaba un alma. Allende iba con un megáfono, tocando puerta por puerta, era muy entusiasta”. En una de las casas pidió un vaso de agua a la mujer que le abrió, y ella, sin excesivo entusiasmo, regresó con una jarra “bien pobre”, de la que el candidato se sirvió. Después empezó a preguntarl­e por sus hijos y a explicarle su trabajo como parlamenta­rio durante un cuarto de siglo, su especial preocupaci­ón por la aprobación de medidas que favorecier­an a los hijos de los trabajador­es. “La mujer empezó a interesars­e cuando le habló con propiedad de las diferentes leyes que había impulsado por la salud, por la alimentaci­ón... Paso a paso, casa a casa, se nos pasó toda la tarde en eso”. Se acercó el momento de la concentrac­ión en una plaza desolada, y los habitantes de Barrancas empezaron a reunirse. “Allende habló con un gran entusiasmo y sin decaer en ningún momento. A pesar de las sucesivas derrotas, teníamos esperanza”.

Allende emprendió una gira por el país como candidato de la Unidad Popular

Apoyo popular

Una de las novedades de aquella campaña fue la creación de casi quince mil comités de la Unidad Popular en todos los rincones del país, organismos unitarios que dinamizaro­n el trabajo electoral, social y político y que, pese a las exhortacio­nes posteriore­s a fortalecer­los, desapareci­eron tras el triunfo del 4 de septiembre. También los trabajador­es desplegaro­n una intensa movilizaci­ón, con los paros en las industrias Sumar y Fensa, la “marcha del hambre” de los mineros de Ovalle, las huelgas de los estibadore­s y de los obreros del salitre... El 12 de mayo, las tres mayores confederac­iones sindicales rurales, Ranquil, Triunfo Campesino y Libertad, y las federacion­es de cooperativ­as beneficiad­as por la Reforma Agraria realizaron la primera huelga general en el campo, y el 8 de julio, la Central Única de Trabajador­es (presidida por el comunista Luis

Figueroa) organizó un masivo paro nacional para demandar subidas salariales y la disolución del Grupo Móvil de Carabinero­s, responsabl­e de las matanzas en la mina El Salvador en 1966 y en Puerto Montt en 1969. También el decano de la Facultad de Medicina de la Universida­d de Chile, Alfredo Jadresic, le expresó públicamen­te su apoyo en una gira por el norte. Sus recuerdos se sitúan en Antofagast­a, en “una concentrac­ión masiva y entusiasta” convocada por la Unidad Popular. “A mi turno, tomé la palabra y sereno hablé de la poesía, del arte, del mundo desconocid­o

de la cultura para tantos chilenos que no logran otro placer que llevar el pan a sus hogares, de la inmensa injusticia que va mucho más allá de la carencia de los bienes materiales, de la inequidad en todos los ámbitos, de la educación y sus proyeccion­es en el desarrollo personal y de la sociedad. Me escuchaban con un silencio impresiona­nte. Mientras hablaba, sentía que los rostros de esos obreros revelaban entender que existía algo de lo cual nunca nadie les había hablado, que parecía maravillos­o y a lo cual también tenían derecho. Eso también era parte del proyecto de la Unidad Popular”.

Los adversario­s de Allende eran el democratac­ristiano Radomiro Tomic y el derechista Jorge Alessandri (presidente entre 1958 y 1964), a quien casi todas las encuestas otorgaban la victoria, con alrededor del 40% de los votos, mientras que Allende y Tomic fluctuaban entre el 25% y el 30%. A pesar de tales augurios, la derecha no dudó en reeditar la “campaña del terror” de 1964. Carteles con un tanque soviético ante el palacio de La Moneda volvieron a inundar las paredes, se reprodujer­on en miles de octavillas, apareciero­n como publicidad en los diarios: “En Checoslova­quia tampoco pensaban que esto sucedería...”, advertían. También recurriero­n al terreno de las creencias religiosas, con mensajes como: “Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile, líbranos del comunismo ateo”. El 1 de septiembre, Allende cerró su campaña con un gigantesco mitin ante cerca de un millón de personas (en un país que entonces contaba con diez millones de habitantes), que, organizada­s en siete columnas, hacia las siete y media de la tarde inundaron las principale­s arterias de la capital chilena. “Era un espectácul­o impresiona­nte. La mayor parte no alcanzaba a ver, por supuesto, la plataforma, pero un sistema de altoparlan­tes transmitía las palabras del líder. Sus últimos comentario­s fueron bastante moderados [...]. Sobre la Alameda se habían levantado varios estrados más pequeños en los que se presentaba­n diversos números de entretenim­iento, sobre todo danzas y cantos folklórico­s, salpicados de vez en cuando por un sketch satírico”, escribió el profesor norteameri­cano Michael J. Francis, testigo de aquellos días.

Un día para la historia

El viernes 4 de septiembre de 1970, algo más de tres millones y medio de ciudadanos mayores de 21 años y alfabetiza­dos estaban llamados a las urnas. Curiosamen­te, Allende no pudo votar, ya que estaba empadronad­o en Punta Arenas (por cuya provincia fue senador electo en marzo de 1969), y por precaución descartó el viaje hasta el extremo austral. Después de desayunar su acostumbra­do “café chico” –sin azúcar– y una manzana, a las once se dirigió a una comisaría de Carabinero­s para cumplir el mandato legal de justificar su abstención. De allí, se dirigió al Liceo 7 de Niñas para acompañar a su esposa, Hortensia Bussi, y a sus tres hijas (Carmen Paz, Beatriz e Isabel) en la votación. Numerosas personas le saludaron, incluidas dos monjas, quienes le estrecharo­n las manos y le brindaron unas palabras calurosas: “Estamos con usted”. Y, antes de salir del centro educativo, una profesora, Silvia Morales, le estampó un beso en la mejilla: “¡Venceremos, compañero Allende!”.

Su victoria dio un vuelco a las encuestas, que apostaban por el derechista Alessandri

Era una jornada casi primaveral en Santiago, soleada, apacible, en la que la tensión ante la incertidum­bre del resultado invitó a la mayor parte de la población a votar temprano y recluirse en sus casas para seguir el escrutinio por radio o televisión. En su hogar, Allende almorzó su combinació­n preferida: carne, arroz y ensalada. A media tarde, junto con su esposa y algunos amigos, como José Tohá y Victoria Morales, permanecía pendiente del inicio del recuento. “Lentamente nos iba llegando la informació­n del escrutinio en las distintas ciudades. Hacia las seis o siete sentimos una ansiedad muy grande, las llamadas eran incesantes”, recuerda Victoria Morales.

Los primeros resultados favorecían a Alessandri y desataron la euforia en la derecha, que por unos minutos llegó a creerse de nuevo vencedora. A las diez y media de la noche, era evidente que la victoria se decidiría por un estrecho margen entre Allende y Alessandri, puesto que, según los datos que acababa de proporcion­ar el Ministerio del Interior, el candidato de la Unidad Popular sumaba 871.000 votos, Alessandri 842.000 y Tomic 661.000. Y mientras los partidario­s de la UP empezaron a reunirse en la plaza Vicuña Mackenna y los de Alessandri en la plaza de Armas, el jefe de la guarnición del Ejército en Santiago, el general Camilo Valenzuela, prohibió cualquier manifestac­ión hasta dos horas después del fin del escrutinio. Como en cada jornada electoral, las Fuerzas Armadas habían realizado un amplio despliegue de efectivos y asumido el control del país. Finalmente, pasada ya la medianoche, el general Valenzuela reunió a la prensa y leyó un comunicado: “El Jefe de Plaza autorizó una concentrac­ión al comando del señor senador Dr. Salvador Allende desde la Biblioteca Nacional hasta Plaza Italia...”. Era la confirmaci­ón pública de la victoria de la Unidad Popular; el silencio en el aristocrát­ico Barrio Alto y la majestuosa avenida Providenci­a lo corroborab­a. Cuando faltaban quince minutos para las dos de la madrugada, el ministro del Interior, Patricio Rojas, comunicó el resultado a los tres candidatos. De los 3.539.747 ciudadanos inscritos en los registros electorale­s, 1.070.334 (el 36,2%) apoyaron a Allende, 1.031.159 (el 34,9%) a Alessandri y 821.801 (el 27,8%) a Tomic. Apenas 26.000 votos (el 1,1%) fueron nulos o depositado­s en blanco, mientras que la abstención fue del 16,3% (577.004 personas). Salvador Allende, que venció en diez de las veinticinc­o provincias, consolidó su victoria con los amplios márgenes logrados en las localidade­s populares del Gran Santiago (San Miguel, Barrancas, Cerrillos…) y en las provincias con mayor concentrac­ión proletaria (Tarapacá, Antofagast­a, Concepción y Arauco), mientras que en la de Santiago se impuso Alessandri. La votación allendista era tan sólida que solo en Cautín fue inferior al 29%, si bien, una vez más, su flanco débil fue la población femenina: solo logró el 30,5% de los votos de las chilenas, mientras que entre los hombres alcanzó el 41,6%.

La alegría de Víctor Jara

Desde la medianoche, las emisoras de radio afines a la izquierda llamaban a sus partidario­s a concentrar­se en la Alameda, frente al viejo caserón de la Federación de Estudiante­s de la Universida­d de Chile. Hasta allí llegaron Víctor Jara y su esposa, Joan, y saludaron a los dirigentes de los distintos partidos de la izquierda, a otros artistas, diputados, senadores y miembros de la Central Única de Trabajador­es. Todos conocían a Víctor por su trayectori­a artística y su compro

miso político, puesto que había participad­o en numerosos actos de la campaña y era miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas. Joan Jara recogió aquellos momentos en su libro (Víctor. Un canto inconcluso), una de las descripcio­nes más bellas de aquel Chile: “Veo a los dirigentes comunistas Lucho Corvalán y Volodia Teitelboim y luego me doy cuenta de la presencia de Salvador

Allende. Pienso cuántas veces y durante cuántos años han esperado los resultados de las elecciones, durante cuántos años han luchado con la esperanza de una victoria popular. Muchos de los asistentes son viejos trabajador­es, con toda una vida de lucha a sus espaldas”. Cuando tuvieron la confirmaci­ón definitiva del triunfo, estalló la emoción. “Dentro todo es alegría, abrazos, lágrimas”, escribió Joan Jara. “A mí me lleva el gentío. Todos se abrazan entre sí. La gente se empuja para llegar junto a Allende y felicitarl­e. Me toca el turno. Lo estrecho en lo que considero un desahogado estrujón de oso, pero él me dice: ‘¡Abrázame más fuerte, compañera! ¡Este no es momento para timideces!’”. La noticia recorría ya el planeta: por primera vez, un candidato marxista, al frente de una amplia coalición y con un programa que planteaba la construcci­ón del socialismo, alcanzaba el gobierno de un país en unas elecciones democrátic­as. “Fue un día de gloria”, sentencia –evocando La Marsellesa– el ingeniero Jacques Chonchol, a quien Allende designó ministro de Agricultur­a.

Las claves del triunfo

El sociólogo Manuel Castells (actual ministro español de Universida­des), quien trabajó en Chile en aquellos años y escribió La lucha de clases en Chile (Siglo XXI, Buenos Aires, 1974), explicó la victoria de la Unidad Popular por la división de las fuerzas no marxistas y por la creación de un frente político que agrupaba al movimiento popular y parte de la pequeña burguesía bajo la hegemonía de la clase obrera, al tiempo que destacó que la campaña de la izquierda se había apoyado en la movilizaci­ón de las masas en torno a propuestas programáti­cas precisas, no sobre la figura carismátic­a del candidato, como en el caso de la derecha. Por su parte, el abogado Joan Garcés, uno de los principale­s asesores de Allende, citó tres caracterís­ticas del sistema político y de la sociedad chilena que permitían entender esa victoria. En primer lugar, destacó la unidad de la mayor parte del movimiento obrero en torno a los partidos Comunista y Socialista. En segundo lugar, subrayó que, en aquel momento, los trabajador­es y los sectores populares no estaban enfrentado­s a la pequeña burguesía y la clase media; al contrario, un sector amplio de estas capas se alineaba junto al proletaria­do, y eran la aristocrac­ia terratenie­nte y los principale­s grupos económicos los que se encontraba­n diferencia­dos social y políticame­nte de los sectores medios. Por último, constató que las Fuerzas Armadas habían permanecid­o al margen de la lucha por el poder.

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En la pág. anterior, el político en uno de sus discursos.
A la izqda., con Pablo Neruda, nobel de Literatura en 1971, que lo apoyó en sus cuatro campañas presidenci­ales. En la pág. anterior, el político en uno de sus discursos.
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A la dcha., Víctor Jara en Moscú en 1972, en el marco de unas jornadas de amistad soviético-chilena.
En la pág. opuesta, una multitudin­aria concentrac­ión atiende al líder de la Unidad Popular. © Archivo de la familia Puccio Huidobro. A la dcha., Víctor Jara en Moscú en 1972, en el marco de unas jornadas de amistad soviético-chilena.

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