¿Cómo afecta la suspensión de clases a los niños?
La historia es
una buena guía de la forma en la que los alumnos más jóvenes sufren académica y emocionalmente tener que abandonar los colegios y sus entornos. Como documentan los economistas Keith Meyers y Melissa Thomasson en su análisis “Paralyzed by panic”, la pandemia de polio de 1916 alimentó en Estados Unidos el fracaso escolar, es decir, aumentó el porcentaje de alumnos que abandonaban el colegio en cuanto terminaba la educación obligatoria, que solía coincidir, como mucho, con lo que nosotros entendemos como 1.º de la ESO.
Otro economista,
Jörn-steffen Pischke, ha estudiado en “The Impact of Length of the School Year on Student Performance and Earnings” lo que sucedió en Alemania Occidental a mediados de los sesenta, que no tuvo nada que ver con una pandemia, aunque su impacto –en clases perdidas– podría parecerse mucho. Fue en 1966 y 1967 cuando la autoridad federal alemana decretó que el año académico empezaría a partir de entonces en septiembre, como en el resto de Europa, y no en primavera. Para ello, diseñó un plan que redujo en tres meses y una semana el curso durante dos años seguidos sin apenas recortar la carga lectiva. La consecuencia: aumentaron los repetidores en primaria y el porcentaje de fracaso escolar en secundaria.
Existe un debate
considerable sobre cómo afectará la suspensión de las clases por Covid-19 en pleno siglo sobre todo ahora, que ha entrado en escena la educación a distancia por Internet. Un grupo de investigadores de la Northwest Evaluation Association (NWEA), una multinacional que examina a niños escolarizados de casi cincuenta países, ha lanzado en un análisis titulado “Projecting the potential impacts of COVID-19 school closures on academic achievement” un mensaje clarísimo: no podemos confiarnos.
Según ellos, está
acreditado que ni la educación virtual da el mismo resultado que la presencial ni todos los alumnos, centros y familias disponen de los medios necesarios para acceder a una educación virtual de calidad. Además, tampoco son tantos los padres que poseen tiempo y formación suficientes para complementar lo que no pueden hacer los profesores.
Si las catástrofes
del huracán Katrina en Nueva Orleans en 2005 (arriba) y el terremoto de Christchurch (Nueva Zelanda) en 2011 sirven de aproximación para la tragedia de la Covid-19, no cabe esperar para 2020 un nivel normal de atención por parte de los estudiantes. Se han enfrentado a un modelo educativo que desconocían, a eventuales episodios depresivos, a la angustia económica de sus padres y a la distancia con unos abuelos que los cuidaban, o, peor aún, a su fallecimiento.