Entre libros
EL HOMICIDIO CON QUE EL NAZISMO BUSCÓ JUSTIFICAR EL HOLOCAUSTO
Hoy, Herschel Grynszpan es casi un extra en la tragedia multitudinaria del Holocausto. Sin embargo, en el minuto cero de aquel genocidio monopolizó los titulares de prensa. Fue cuando se le intentó endosar la Noche de los Cristales Rotos, el pistoletazo de salida de la masacre antisemita. Aquel sangriento pogromo nazi del 9 al 10 de noviembre de 1938 en que, ante la mirada atónita del mundo, el régimen de Hitler dejó caer la máscara política y mostró las fauces homicidas. Esta oleada de violencia pretendió excusarse por un pistoletazo literal. Grynszpan era tan solo un chico judío más. Dos años antes, con quince, había emigrado del Tercer Reich a Francia por razones obvias. Allí se enteró de la deportación de su familia a Polonia. El 7 de noviembre de 1938 compró una pistola, se acercó a la embajada alemana en París y le pegó un tiro al primer funcionario que vio. Detenido, aprovechó el altavoz mediático, que era lo que buscaba, para denunciar el atropello sistemático de su pueblo por los nazis. El Führer y su pandilla se frotaron las manos al enterarse. Ernst vom Rath, la víctima, no era un alto diplomático. Tampoco simpatizaba con Hitler. Sin embargo, Berlín puso el grito en el cielo, le ascendió post mortem y escenificó otros postureos. ¿Por qué? Dos días más tarde, las SA, las SS y arios “puros” particulares la emprendían a bastonazos entre antorchas contra todo lo judío. El disparo justiciero había degenerado en casus belli. Son ellos o nosotros, defendían, atacando, los nazis.
Héroe y antihéroe a la vez
Ensayista de historia cultural (La ruptura; El fin de la inocencia; Andy Warhol Superstar), novelista y, durante dos décadas, profesor de Escritura Creativa en la Universidad de Columbia, Stephen Koch revalida aquí el prestigio narrativo de los estudiosos anglosajones. La información que proporciona, significativa y al día, se sucede de una forma magnética, mientras clarifica contextos y presenta personajes vigorosos.
El casi desconocido protagonista, sin ir más lejos, es “un joven tranquilo, modesto, complaciente y afectuoso” con “depresiones recurrentes y repentinos ataques de furia”. El primer ministro galo Daladier comparece medio borracho de vino y remordimiento tras haber firmado el ingenuo Pacto de Múnich, que, como anticipaba, no iba a apaciguar al Reich. Atención, sobre todo, a la jugada maestra de Grynszpan para desbaratar el juicio de pega con que el régimen sociópata de la esvástica iba a utilizarlo de nuevo para criminalizar el judaísmo. Le paró los pies a Hitler y Goebbels, con veintiún años, solo y desde una celda, aunque luego, ya lo sabía, pagase con noche y niebla.
El escritor alemán Walter Kempowski (1929-2007) sufrió en carne propia las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial: perdió a su padre, sobrevivió al bombardeo de Hamburgo y fue reclutado con solo quince años por la Luftwaffe en el último año del conflicto. Pero sus penalidades no acabaron ahí. En 1948 fue detenido por las fuerzas de ocupación soviéticas en su ciudad natal, Rostock, por un presunto delito de espionaje, junto a su madre y hermano. Fue condenado a veinticinco años de prisión en un campo de trabajo. Tras ser liberado en 1956, se estableció como profesor de primaria en la República Federal de Alemania y comenzó su andadura literaria.
Un mosaico de Alemania
Todo en vano es su última novela y la primera en ser traducida al español. Kempowski
sitúa su trama en la hacienda de un pequeño pueblo de Prusia Oriental perteneciente a una familia de la nobleza funcionarial guillermina. Estamos en enero de 1945. El imparable avance del Ejército Rojo está provocando la huida de la población alemana hacia el oeste. Por la mansión, habitada por una melancólica mujer cuyo marido está sirviendo en Italia, su hijo adolescente, una tía lejana que hace de ama de llaves y varios sirvientes polacos y ucranianos, pasarán una serie de visitantes: una violinista nazi, un soldado pianista manco, una pareja de barones bálticos, un prófugo judío en busca de refugio... Una variopinta galería de personajes que le sirven al autor para componer un extraordinario mosaico de la sociedad alemana, de sus sufrimientos, complicidades y miserias, en las postrimerías de la guerra.
Cada visita, cada relato que cuentan los personajes sobre sus vivencias, resuena en la mansión como el estruendo de una bomba. Anuncian la inminente llegada del enemigo y hacen temblar las ventanas tras las cuales se ocultan quienes prefieren no mirar por ellas. Son ecos lejanos de una amenaza que parece que no se va a materializar nunca. Hasta que un día, la guerra y la cruda realidad del nazismo llaman a la puerta. A partir de ese momento, la acción transcurre fuera de los muros protectores de la casa solariega. Kempowski describe la huida del pueblo alemán hacia el oeste; una gran caravana de refugiados que asisten, entre perplejos y resignados, al desmoronamiento del “inmortal” Tercer Reich. Y lo hace con gran fuerza dramática y expresiva, con la seguridad y el conocimiento de quien ha estado allí.