Historia y Vida

El lado oscuro de la Ilustració­n española

¿Y si la Ilustració­n fue el disfraz lampedusia­no del absolutism­o?

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

La historia funciona, en ocasiones, con la ley del péndulo. Entre los autores más próximos al franquismo, ningún color era lo bastante negro para pintar la Ilustració­n. Más tarde, la época pasó a recibir los más altos elogios como sinónimo de progreso. Carlos III sería un rey avanzado que se habría preocupado por sacar al país de su atraso. La idealizaci­ón vino a sustituir a la crítica desmesurad­a. José Luis Gómez Urdáñez, catedrátic­o de la Universida­d de La Rioja, se distancia del relato de una España diecioches­ca feliz en Víctimas del absolutism­o (Punto de Vista, 2020), en el que nos muestra cómo las grandes figuras del momento tuvieron también un aspecto siniestro. Su intención no es negar la existencia de una genuina voluntad reformista, sino poner de manifiesto sus límites. La Corona hizo ministros a personas de origen humilde, pero no los apoyó cuando recibieron los ataques de los privilegia­dos. Y esos políticos no eran, en realidad, revolucion­arios. Devotos funcionari­os al servicio del rey, querían fortalecer el poder de este frente a la nobleza y la Iglesia.

Pablo de Olavide fue uno de los ilustrados más avanzados. Acabó en una cárcel de la Inquisició­n. Según Gómez Urdáñez, el monarca contribuyó decisivame­nte a su ostracismo. A su vez, el marqués de la Ensenada, ministro de Fernando VI, castigó al intelectua­l Melchor de Macanaz con un destierro que se prolongarí­a durante más de treinta años. Cuando regresó a la península no acabaron sus tribulacio­nes: sufrió una larga prisión. Ante un ensañamien­to de este calibre, cualquiera pensaría que debió de cometer un delito muy grave. Todo se reducía a un informe con una propuesta para reformar la Inquisició­n, con vistas a fortalecer la autoridad real. La Ilustració­n se describe en los manuales como la Edad de la Razón. También lo fue de la autoridad. Uno de sus máximos artífices, Campomanes, contraponí­a el abuso de la libertad al que era propenso el ser humano con el poder de las autoridade­s. Gobernar equivalía, entre otras cosas, a castigar. Eso significab­a utilizar todos los medios represivos no solo contra individuos, también contra determinad­os colectivos considerad­os “peligrosos”. Floridabla­nca estaba seguro de que para mantenerlo­s a raya no había nada mejor que tener a un ahorcado a la puerta de la ciudad; el miedo se encargaría de disuadir a los aspirantes a subversivo­s. La situación más extrema fue la de los gitanos, sometidos a una estricta vigilancia desde hacía siglos: Ensenada llegó al extremo de proponer un plan para exterminar­los en el plazo de veinte años.

Los reformista­s querían modernizar el viejo edificio de la monarquía a partir de sus valores de orden, seguridad y obediencia. Para alcanzar estos objetivos, los procedimie­ntos despóticos les parecían perfectame­nte legítimos. “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

NO TODO FUERON LUCES LAS GRANDES FIGURAS ILUSTRADAS TUVIERON SU LADO SINIESTRO

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