El lado oscuro de la Ilustración española
¿Y si la Ilustración fue el disfraz lampedusiano del absolutismo?
La historia funciona, en ocasiones, con la ley del péndulo. Entre los autores más próximos al franquismo, ningún color era lo bastante negro para pintar la Ilustración. Más tarde, la época pasó a recibir los más altos elogios como sinónimo de progreso. Carlos III sería un rey avanzado que se habría preocupado por sacar al país de su atraso. La idealización vino a sustituir a la crítica desmesurada. José Luis Gómez Urdáñez, catedrático de la Universidad de La Rioja, se distancia del relato de una España dieciochesca feliz en Víctimas del absolutismo (Punto de Vista, 2020), en el que nos muestra cómo las grandes figuras del momento tuvieron también un aspecto siniestro. Su intención no es negar la existencia de una genuina voluntad reformista, sino poner de manifiesto sus límites. La Corona hizo ministros a personas de origen humilde, pero no los apoyó cuando recibieron los ataques de los privilegiados. Y esos políticos no eran, en realidad, revolucionarios. Devotos funcionarios al servicio del rey, querían fortalecer el poder de este frente a la nobleza y la Iglesia.
Pablo de Olavide fue uno de los ilustrados más avanzados. Acabó en una cárcel de la Inquisición. Según Gómez Urdáñez, el monarca contribuyó decisivamente a su ostracismo. A su vez, el marqués de la Ensenada, ministro de Fernando VI, castigó al intelectual Melchor de Macanaz con un destierro que se prolongaría durante más de treinta años. Cuando regresó a la península no acabaron sus tribulaciones: sufrió una larga prisión. Ante un ensañamiento de este calibre, cualquiera pensaría que debió de cometer un delito muy grave. Todo se reducía a un informe con una propuesta para reformar la Inquisición, con vistas a fortalecer la autoridad real. La Ilustración se describe en los manuales como la Edad de la Razón. También lo fue de la autoridad. Uno de sus máximos artífices, Campomanes, contraponía el abuso de la libertad al que era propenso el ser humano con el poder de las autoridades. Gobernar equivalía, entre otras cosas, a castigar. Eso significaba utilizar todos los medios represivos no solo contra individuos, también contra determinados colectivos considerados “peligrosos”. Floridablanca estaba seguro de que para mantenerlos a raya no había nada mejor que tener a un ahorcado a la puerta de la ciudad; el miedo se encargaría de disuadir a los aspirantes a subversivos. La situación más extrema fue la de los gitanos, sometidos a una estricta vigilancia desde hacía siglos: Ensenada llegó al extremo de proponer un plan para exterminarlos en el plazo de veinte años.
Los reformistas querían modernizar el viejo edificio de la monarquía a partir de sus valores de orden, seguridad y obediencia. Para alcanzar estos objetivos, los procedimientos despóticos les parecían perfectamente legítimos. “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
NO TODO FUERON LUCES LAS GRANDES FIGURAS ILUSTRADAS TUVIERON SU LADO SINIESTRO