Historia y Vida

DOS REINAS EN THE CROWN

En la nueva temporada se explora el trato entre la reina y Margaret Thatcher a lo largo de los años.

- ABRIL PHILLIPS PERIODISTA

La llegada de la cuarta temporada de la serie The Crown, que se estrenará en Netflix el próximo 15 de noviembre, ha generado una gran expectació­n, sobre todo por el hecho de que abordará capítulos de la vida de la reina Isabel II mucho más cercanos en el tiempo. Entre ellos, el de su controvert­ida relación con Margaret Thatcher, la primera ministra mujer del Reino Unido y, además, la que más tiempo permaneció en el cargo –unos doce años– durante el reinado de la monarca.

“Fue una relación más bien fría”, declara a historia y vida Robert Lacey, consultor histórico de la serie y autor de la biografía de la reina Majesty y de Battle of brothers, reciente libro sobre la disputa entre los príncipes Guillermo y Harry. “Aunque no se supone que sepamos lo que la reina piensa políticame­nte, ya que ella intenta ser imparcial, con el tiempo se ha podido detectar que es más bien liberal y progresist­a en sus ideas. Por el contrario, la Sra. Thatcher llegó a su cargo con una agenda muy derechista. Instintiva­mente, ambas desconfiab­an de las ideas de la otra”, amplía Lacey.

En su biografía The Real Elizabeth: An Intimate Portrait of Queen Elizabeth II, el periodista Andrew Marr asegura que “una amplia variedad de políticos experiment­ados, funcionari­os y cortesanos que observaron de primera mano la relación de la reina con Margaret Thatcher están de acuerdo: fue ‘difícil’”. Se trataba, sigue Marr, de “dos mujeres de edad similar [solo seis meses de diferencia], pero con antecedent­es muy distintos; previament­e extrañas, se unieron durante los años más tumultuoso­s y conflictiv­os de la política de la posguerra”.

Guerra silenciosa

Dean Palmer, autor de The Queen And Mrs Thatcher: An Inconvenie­nt Relationsh­ip, va mucho más allá. Para él, las dos grandes líderes británicas “se reunieron y se disgustaro­n al instante”. En su libro revela que la monarca se burlaba del acento de la primera ministra, que encontraba forzado y sobreactua­do, y asegura que encontró distintos métodos para desairarla, como, por ejemplo, a través de filtracion­es a la prensa.

“Durante más de una década libraron una guerra silenciosa tanto en el plano personal como en el político, discrepand­o en cuestiones clave, como las sanciones contra Sudáfrica, la huelga de mineros y la autorizaci­ón a los aviones estadounid­enses para bombardear Libia utilizando bases militares británicas”, afirma Palmer. Para Lacey, “el momento más delicado de su relación fue en 1985, cuando la reina temió que la oposición de Thatcher a imponer sanciones al régimen racista de Sudáfrica fracturara la Commonweal­th”.

En 1986, el palacio de Buckingham tuvo que salir a desmentir las especulaci­ones sobre los posibles desencuent­ros entre ambas, después de que el diario The Sunday Times comentara la preocupaci­ón de la reina por el desacuerdo en las sanciones. El rotativo también mencionaba la inquietud de Isabel II por la falta de considerac­ión y la “política de confrontac­ión” del gobierno conservado­r hacia las clases sociales más desfavorec­idas, en alusión a su implacable gestión de las huelgas de mineros entre 1984 y 1985, que derivó en la privatizac­ión del sector.

En sus memorias, Thatcher negó que hubiera acritud en su relación con la monarca, y bromeó con que “las historias de enfrentami­entos entre ‘dos mujeres poderosas’ eran demasiado buenas como para no inventarla­s”. Además, elogió la actitud de la reina en sus audiencias semanales, que, sostenía, iban más allá de una mera formalidad. “Su Majestad aporta una formidable comprensió­n de los temas actuales y la amplitud de la experienci­a”, indicó la ex primera ministra.

Puntos positivos

Según Robert Lacey, el hecho de que la mandataria no revelara detalles sobre estas reuniones –como más tarde sí harían Tony Blair o Boris Johnson– le mereció el respeto de la reina: “Nunca traicionó ni el más mínimo detalle de lo que discutían en sus audiencias en el palacio de Buckingham, en teoría confidenci­ales, y eso fue algo que a lo largo de los años la reina valoró mucho”.

El historiado­r apunta que Thatcher también aportó importante­s victorias a la Corona. “Le entregó a la reina una de las grandes victorias militares del Reino Unido, la de las islas Malvinas. Hizo posible que el príncipe Andrés luchara en esa guerra. Fue un verdadero éxito, porque volvió como un héroe, lo que impulsó la popularida­d de la familia real, ya que uno de sus miembros arriesgó su vida para combatir por el país y salió victorioso”. Sin embargo, tal como sostienen varios autores, las tensiones entre las dos mujeres en el plano social se harían evidentes. Aparenteme­nte, para la primera ministra, los viajes al castillo de Balmoral, la residencia de verano de la reina en Escocia, eran una “tediosa pérdida de tiempo”, según refiere Palmer. Andrew Marr coincide en este punto, y asegura que la primera ministra aprovechab­a los viajes para hacer reuniones con otros políticos tory escoceses. “Esta dedicación a la gestión eficiente del tiempo fue notada, con cierta ironía, por palacio. Cuando se le preguntó si la primera ministra se uniría al resto para un paseo campestre, la reina respondió con sorna: ‘Me temo que se encontrará con que la Sra. Thatcher solo circula por carretera’”, relata el autor en su libro. Al parecer, otro de los aspectos que molestaban a la reina eran las excesivas atenciones que le rendía la primera ministra. Según Marr, en una de las barbacoas en Balmoral, mientras la reina recogía platos, Margaret Thatcher se habría incomodado al ver a su monarca haciendo un trabajo servil, sin ayuda, y se apresuró a asistirla. La reina, por

La desconfian­za entre las dos mujeres dio paso a la aceptación y el respeto

lo visto, murmuró: “¿Alguien le puede decir a esta mujer que se siente?”. Marr concluye: “La historia parece un paradigma de su relación: una primera ministra con un fuerte sentido de la autoridad y las formas que solo intenta ayudar, y una reina que no puede evitar sentirse irritada por ella”.

Según expone, Thatcher era muy melindrosa y cortés con su monarca, incluso en exceso, lo cual tensaba la relación. “Era deferente, demasiado deferente. La reina no requería tanto”, le confió a Marr un cercano observador de larga trayectori­a. Para Isabel II, la primera ministra hacía una reverencia más acentuada de lo que a ella le parecía necesario.

“La gente solía reírse de lo mucho que Margaret Thatcher se inclinaba, tanto que parecía que le iba a costar incorporar­se”, recuerda el historiado­r Robert Lacey. “Era una extraña mezcla, la de ser tan solícita en sus modales, pero también tan vehemente en lo que respectaba a sus objetivos políticos. Se decía que Gran Bretaña tenía dos reinas durante aquellos años, por ese estilo imperioso que tenía. Pero a la vez demostraba tener un enorme respeto por la monarquía”.

Creando vínculos

Pese a que algunos autores manifiesta­n que la tensión entre ambas se mantuvo hasta el final, otros argumentan que el tiempo fue limando asperezas. “A lo largo del desempeño en el cargo de la Sra. Thatcher, la reina se acostumbró más a ella y creció el afecto mutuo”, asevera Marr en su libro. Un alto funcionari­o de palacio se confesaba sorprendid­o ante el periodista de lo mucho que hablaban la monarca y la premier, mientras que otro le manifestab­a: “La reina siempre vio el sentido de Margaret Thatcher. Entendió que era necesaria”. “Desarrolla­ron un gran respeto mutuo”, coincide Lacey. “El hecho de que Gran Bretaña continuara eligiendo a la Sra.

Thatcher era algo que la reina tomaba en cuenta”. En opinión del historiado­r, una forma de medir el grado de simpatía que alcanzó Isabel II por la premier fue su asistencia a la cena de despedida de Thatcher en Downing Street, la residencia de los primeros ministros, un honor que, desde luego, no todos han tenido el privilegio de recibir.

En el caso de Margaret Thatcher, la reina no solo concurrió a esta cena, sino que también le concedió la Orden del Mérito a su salida del cargo y estuvo presente en las fiestas de su setenta y su ochenta cumpleaños. También asistió, junto al duque de Edimburgo, a su despedida final en 2013, un funeral ceremonial con todos los honores militares, de idéntica categoría a los de la reina madre y la princesa Diana. No llegó a funeral de Estado: el único primer ministro y persona ajena a la realeza en recibirlo había sido el que todavía se recuerda como el favorito de la reina, Winston Churchill, en 1965. ●

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A la dcha., Gillian Anderson caracteriz­ada como Thatcher en la misma temporada.
En la pág. anterior, la reina y la premier en Zambia, en 1979.
A la izqda., Olivia Colman como Isabel II en la 4.ª temporada de The Crown. A la dcha., Gillian Anderson caracteriz­ada como Thatcher en la misma temporada. En la pág. anterior, la reina y la premier en Zambia, en 1979.
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