“Los católicos del mundo obrero habían avanzado las premisas más polémicas del concilio”
Si el régimen concede a la Iglesia todo lo que podía desear, ¿por qué diría que se desencadena en los años cincuenta un movimiento de insatisfacción?
En primer lugar, porque en el seno de la Iglesia se produce un paulatino pero muy importante relevo generacional, con nuevas promociones de seminaristas y laicos (los primeros, especialmente activos en el País Vasco y Cataluña), que no solo no han sufrido directamente los horrores de la Guerra Civil, sino que ya beben de la teología más avanzada de países como Francia, y que se implican en la metodología y en la pedagogía activa de los movimientos especializados de Acción Católica (AC). Es, en efecto, el arranque de la autocrítica de los años cincuenta, que luego entronca con la “revolución” del Vaticano II. Ya entonces, merced sobre todo al compromiso político y social de militantes y sacerdotes de la Acción Católica, especialmente la que se mueve en el mundo obrero, los católicos habían avanzado las premisas más polémicas del concilio, entre ellas, el cuestionamiento radical del nacionalcatolicismo. En definitiva, en los cincuenta, los católicos ya consideraban la lucha por las libertades democráticas como una exigencia propia de su fe, como una consecuencia lógica e ineludible de la pretensión pública de su militancia.
En paralelo a la autocrítica del catolicismo español, el PCE propone la reconciliación nacional. ¿Hay que buscar en esta época las raíces de la Transición española?
Es la tesis que proponen autores como Santos Juliá, y que yo creo que es acertada. A ello hay que sumar la influencia de la cultura política que se empieza a desarrollar en movimientos católicos avanzados y que explica, por ejemplo, la creación de plataformas sindicales como Unión Sindical Obrera, su participación en Comisiones Obreras o incluso el impulso de grupúsculos políticos tan radicales como el Frente de Liberación Popular. Como señaló en su día Feliciano Montero, los movimientos apostólicos más comprometidos (AC especializada: obrera y estudiantil) avanzaron con su compromiso las claves políticas de la Transición, pero fueron yugulados por una doble tenaza, la de la jerarquía eclesiástica y la de las autoridades franquistas, en la famosa crisis de la AC de 1966-1967.
¿Cómo influye en España el contacto con los catolicismos extranjeros, especialmente con el francés?
Yo creo que es muy importante. El tema daría para mucho, por lo que quizá convendría resaltar la influencia que tuvo en el catolicismo español, ya en los sesenta, la defensa que hizo Emmanuel Mounier [arriba] del diálogo con un “marxismo abierto”, y que él mismo desarrolló en parte a través de la revista Esprit.
Enrique Berzal de la Rosa es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Valladolid y autor de Iglesia y franquismo. La HOAC de Castilla y León, 1946-1975 (EAE, 2011).
desaprobará severamente a la organización por lo que considera un grave error político. Opinaba que, si su labor se centraba en el mundo laboral, su existencia carecía de sentido: invadía el campo del Sindicato Vertical y del Ministerio de Trabajo. Si, por el contrario, se ocupaba exclusivamente de cuestiones religiosas, tampoco tenía razón de ser, porque para eso ya estaban los sacerdotes.
En 1951, los hoacistas sufrirán un formidable mazazo al quedarse sin su semanario, ¡Tú!, que había llegado a hacerse incómodo por sus denuncias de las injusticias sociales, con datos acerca de cuestiones tan candentes como la escasez de viviendas o los conflictos obreros, a la vez que planteaba reformas concretas, como la instauración del descanso dominical en la minería asturiana o el aumento de los salarios para garantizar las necesidades de los más humildes. Naturalmente, tal línea informativa, a ojos de los jerarcas franquistas, pecaba de inexactitud y juicios apresurados, con una insistencia en presentar la realidad desde una óptica sistemáticamente negativa. Por todo ello, una orden gubernativa suspendió el semanario en tanto no superara la censura previa, obligación de la que antes se hallaba exento por pertenecer a una entidad de la Iglesia. Sin embargo, antes que comprometer la independencia de su órgano oficial, la HOAC prefirió renunciar al mismo.
De la cruzada al suburbio
Los obreros católicos constituyen, sin duda, una punta de lanza de la renovación del catolicismo español. Pero los aires nuevos se abren paso también en otros ámbitos. Entre ellos, el de una burguesía afecta, en principio, al régimen,
de la que van a salir voces contestatarias. Así, no serán pocos los que empiecen en las filas del franquismo y acaben en la izquierda o incluso en la extrema izquierda. El del jesuita José María Llanos constituye uno de los ejemplos más llamativos. Falangista furibundo en los años cuarenta, cambió de mentalidad al conocer de primera mano la realidad de la pobreza. En septiembre de 1955 dejó Madrid para irse a vivir al también madrileño Pozo del Tío Raimundo, un barrio de chabolas donde faltaban la electricidad y el agua corriente. A partir de
Los obreros católicos fueron una punta de lanza en la renovación del catolicismo
entonces se convertiría en un icono del catolicismo más inconformista y crítico con las injusticias y los poderosos. Su inquietud por acercarse a los más desfavorecidos le condujo a implicarse en el SUT (Servicio Universitario del Trabajo), un espacio donde los hijos de la burguesía, en su tiempo libre, ejercían alguna ocupación manual para conocer la situación del proletariado. Los participantes, de una forma u otra, se distinguían por su oposición al franquismo. Entre los que vivieron aquella experiencia, encontramos algunos nombres ilus
tres. Por ejemplo, el economista Ramón Tamames, futuro alto dirigente del Partido Comunista. También hallamos a Juan N. García-nieto, un aspirante a sacerdote que pertenecía a una familia ligada a la banca y el comercio. En 1957, este famoso jesuita, que sería militante de Bandera Roja y del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), se marchó a Extremadura, a trabajar codo con codo con los obreros, a temperaturas que alcanzarían los cincuenta y dos grados al sol. Nada más llegar, el gobernador advirtió al grupo de universitarios que no esperaran que unos obreros ignorantes entendieran sus motivaciones.
No es extraño que el gobierno decidiera poner punto final al SUT, consciente de que se estaba convirtiendo en una cantera de opositores. Muchos de ellos, procedentes de familias vencedoras de la Guerra Civil, se pasarán con armas y bagajes a la trinchera opuesta al régimen. Uno de los casos más notables es el de Alfonso Carlos Comín, perteneciente a una importante familia carlista, que acabará siendo dirigente comunista sin renunciar por ello a su fe. En los cincuenta lo encontramos en el FLP (Frente de Liberación Popular), una fuerza política donde militarán muchos cristianos revolucionarios.
Acercarse a la izquierda
Poco a poco, los creyentes más avanzados se abren al marxismo. El PCE, al lanzar en 1956 su política de “reconciliación nacional”, con vistas a superar el trauma de la Guerra Civil, favorece el encuentro de la cruz con la hoz y el martillo. Estos cristianos progresistas se mirarán en modelos como el de Argelia y su lucha por la independencia, y más tarde en el de la Cuba de Fidel Castro. Es en esta época cuando Ignacio Fernández de Castro publica su Teoría de la revolución, donde interpreta la autocrítica que se está produciendo en determinados sectores cristianos como el germen de una postura revolucionaria. Algo, a su juicio, de tremenda importancia, porque los creyentes hacía tiempo que no habían liderado los procesos de cambio. Los artífices de las dos primeras oleadas revolucionarias, la liberal y la marxista, se habían distinguido por su sesgo materialista. La tercera, en cambio, podía poseer un fuerte significado cristiano. Se trataba de unir la disconformidad con la sociedad burguesa y el rechazo a la solución representada por el “socialismo real”, que había degenerado en un totalitarismo burocrático de tipo soviético.
Sin embargo, la desconfianza de los partidos de izquierda hacia los cristianos no se disipa de la noche a la mañana. En determinadas organizaciones, la fe aún se considera un lastre que el buen revolucionario debe dejar atrás. Por eso, en algunos casos se llega a exigir a militantes procedentes de la Iglesia que abandonen sus convicciones religiosas. En el PCE, no obstante, Pasionaria advierte que los comunistas no deben continuar con los estereotipos anticlericales del pasado. Dentro del catolicismo hay sinceros luchadores por la clase obrera. Si se respetan sus creencias, serán aliados fieles.
Pasionaria reclamó dejar atrás los estereotipos anticlericales en el seno del PCE
Franco no está aquí
Mientras tanto, en Cataluña, aparece una revista que también contribuye decisivamente a introducir en España las tendencias religiosas más actuales. El Ciervo surgió en 1951, de la mano de un grupo en el que destacan los hermanos Lorenzo y Joan Gomis, Francisco Condomines y José María Barjau. En este colectivo predominaban los alumnos de los jesuitas y los miembros de las Congregaciones Marianas, todos demasiado jóvenes para haber participado en la Guerra Civil. La nueva publicación, realizada por catalanes que escribían en español y pensaban en francés, se proponía aportar un soplo de aire fresco a un catolicismo anquilosado, burgués y conformista, donde las apariencias primaban sobre el contenido de la fe. Se trataba, en palabras de Lorenzo Gomis, no tanto de llenar un vacío como de vaciar un lleno, el de la buena conciencia. Sus páginas se atreverían a decirlo todo, pero siempre desde el espíritu dialogante y el buen humor. Existían las limitaciones impuestas por la dictadura, pero la redacción se las ingeniaba para resistirlas, aunque fuera con gestos simbólicos. Así, el nombre de Franco, mencionado en uno de los primeros números, no volvió a aparecer mientras duró su régimen. Como dijo Aranguren, El Ciervo, en un momento en que la Iglesia española parecía un búnker, “abrió una ventana al más prometedor catolicismo que apuntaba en el mundo. Y ello en un tono sereno, mesurado, nada politizador, sencillo, evangélico”. ●
El progressime catòlic a Catalunya (1940-1980).
De la dictadura a la democracia. La acción de los cristianos en España (1939-1975). Bilbao: Desclée De Brouwer, 2005. DÍAZ SALAZAR, RAFAEL. Iglesia, dictadura y democracia. Madrid: Ediciones
La cruz y el martillo. Alfonso Carlos Comín y los cristianos comunistas. Barcelona: Rubeo, 2009.