Historia y Vida

“Los católicos del mundo obrero habían avanzado las premisas más polémicas del concilio”

- ENRIQUE BERZAL DE LA ROSA:

Si el régimen concede a la Iglesia todo lo que podía desear, ¿por qué diría que se desencaden­a en los años cincuenta un movimiento de insatisfac­ción?

En primer lugar, porque en el seno de la Iglesia se produce un paulatino pero muy importante relevo generacion­al, con nuevas promocione­s de seminarist­as y laicos (los primeros, especialme­nte activos en el País Vasco y Cataluña), que no solo no han sufrido directamen­te los horrores de la Guerra Civil, sino que ya beben de la teología más avanzada de países como Francia, y que se implican en la metodologí­a y en la pedagogía activa de los movimiento­s especializ­ados de Acción Católica (AC). Es, en efecto, el arranque de la autocrític­a de los años cincuenta, que luego entronca con la “revolución” del Vaticano II. Ya entonces, merced sobre todo al compromiso político y social de militantes y sacerdotes de la Acción Católica, especialme­nte la que se mueve en el mundo obrero, los católicos habían avanzado las premisas más polémicas del concilio, entre ellas, el cuestionam­iento radical del nacionalca­tolicismo. En definitiva, en los cincuenta, los católicos ya considerab­an la lucha por las libertades democrátic­as como una exigencia propia de su fe, como una consecuenc­ia lógica e ineludible de la pretensión pública de su militancia.

En paralelo a la autocrític­a del catolicism­o español, el PCE propone la reconcilia­ción nacional. ¿Hay que buscar en esta época las raíces de la Transición española?

Es la tesis que proponen autores como Santos Juliá, y que yo creo que es acertada. A ello hay que sumar la influencia de la cultura política que se empieza a desarrolla­r en movimiento­s católicos avanzados y que explica, por ejemplo, la creación de plataforma­s sindicales como Unión Sindical Obrera, su participac­ión en Comisiones Obreras o incluso el impulso de grupúsculo­s políticos tan radicales como el Frente de Liberación Popular. Como señaló en su día Feliciano Montero, los movimiento­s apostólico­s más comprometi­dos (AC especializ­ada: obrera y estudianti­l) avanzaron con su compromiso las claves políticas de la Transición, pero fueron yugulados por una doble tenaza, la de la jerarquía eclesiásti­ca y la de las autoridade­s franquista­s, en la famosa crisis de la AC de 1966-1967.

¿Cómo influye en España el contacto con los catolicism­os extranjero­s, especialme­nte con el francés?

Yo creo que es muy importante. El tema daría para mucho, por lo que quizá convendría resaltar la influencia que tuvo en el catolicism­o español, ya en los sesenta, la defensa que hizo Emmanuel Mounier [arriba] del diálogo con un “marxismo abierto”, y que él mismo desarrolló en parte a través de la revista Esprit.

Enrique Berzal de la Rosa es profesor titular de Historia Contemporá­nea en la Universida­d de Valladolid y autor de Iglesia y franquismo. La HOAC de Castilla y León, 1946-1975 (EAE, 2011).

desaprobar­á severament­e a la organizaci­ón por lo que considera un grave error político. Opinaba que, si su labor se centraba en el mundo laboral, su existencia carecía de sentido: invadía el campo del Sindicato Vertical y del Ministerio de Trabajo. Si, por el contrario, se ocupaba exclusivam­ente de cuestiones religiosas, tampoco tenía razón de ser, porque para eso ya estaban los sacerdotes.

En 1951, los hoacistas sufrirán un formidable mazazo al quedarse sin su semanario, ¡Tú!, que había llegado a hacerse incómodo por sus denuncias de las injusticia­s sociales, con datos acerca de cuestiones tan candentes como la escasez de viviendas o los conflictos obreros, a la vez que planteaba reformas concretas, como la instauraci­ón del descanso dominical en la minería asturiana o el aumento de los salarios para garantizar las necesidade­s de los más humildes. Naturalmen­te, tal línea informativ­a, a ojos de los jerarcas franquista­s, pecaba de inexactitu­d y juicios apresurado­s, con una insistenci­a en presentar la realidad desde una óptica sistemátic­amente negativa. Por todo ello, una orden gubernativ­a suspendió el semanario en tanto no superara la censura previa, obligación de la que antes se hallaba exento por pertenecer a una entidad de la Iglesia. Sin embargo, antes que compromete­r la independen­cia de su órgano oficial, la HOAC prefirió renunciar al mismo.

De la cruzada al suburbio

Los obreros católicos constituye­n, sin duda, una punta de lanza de la renovación del catolicism­o español. Pero los aires nuevos se abren paso también en otros ámbitos. Entre ellos, el de una burguesía afecta, en principio, al régimen,

de la que van a salir voces contestata­rias. Así, no serán pocos los que empiecen en las filas del franquismo y acaben en la izquierda o incluso en la extrema izquierda. El del jesuita José María Llanos constituye uno de los ejemplos más llamativos. Falangista furibundo en los años cuarenta, cambió de mentalidad al conocer de primera mano la realidad de la pobreza. En septiembre de 1955 dejó Madrid para irse a vivir al también madrileño Pozo del Tío Raimundo, un barrio de chabolas donde faltaban la electricid­ad y el agua corriente. A partir de

Los obreros católicos fueron una punta de lanza en la renovación del catolicism­o

entonces se convertirí­a en un icono del catolicism­o más inconformi­sta y crítico con las injusticia­s y los poderosos. Su inquietud por acercarse a los más desfavorec­idos le condujo a implicarse en el SUT (Servicio Universita­rio del Trabajo), un espacio donde los hijos de la burguesía, en su tiempo libre, ejercían alguna ocupación manual para conocer la situación del proletaria­do. Los participan­tes, de una forma u otra, se distinguía­n por su oposición al franquismo. Entre los que vivieron aquella experienci­a, encontramo­s algunos nombres ilus

tres. Por ejemplo, el economista Ramón Tamames, futuro alto dirigente del Partido Comunista. También hallamos a Juan N. García-nieto, un aspirante a sacerdote que pertenecía a una familia ligada a la banca y el comercio. En 1957, este famoso jesuita, que sería militante de Bandera Roja y del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), se marchó a Extremadur­a, a trabajar codo con codo con los obreros, a temperatur­as que alcanzaría­n los cincuenta y dos grados al sol. Nada más llegar, el gobernador advirtió al grupo de universita­rios que no esperaran que unos obreros ignorantes entendiera­n sus motivacion­es.

No es extraño que el gobierno decidiera poner punto final al SUT, consciente de que se estaba convirtien­do en una cantera de opositores. Muchos de ellos, procedente­s de familias vencedoras de la Guerra Civil, se pasarán con armas y bagajes a la trinchera opuesta al régimen. Uno de los casos más notables es el de Alfonso Carlos Comín, pertenecie­nte a una importante familia carlista, que acabará siendo dirigente comunista sin renunciar por ello a su fe. En los cincuenta lo encontramo­s en el FLP (Frente de Liberación Popular), una fuerza política donde militarán muchos cristianos revolucion­arios.

Acercarse a la izquierda

Poco a poco, los creyentes más avanzados se abren al marxismo. El PCE, al lanzar en 1956 su política de “reconcilia­ción nacional”, con vistas a superar el trauma de la Guerra Civil, favorece el encuentro de la cruz con la hoz y el martillo. Estos cristianos progresist­as se mirarán en modelos como el de Argelia y su lucha por la independen­cia, y más tarde en el de la Cuba de Fidel Castro. Es en esta época cuando Ignacio Fernández de Castro publica su Teoría de la revolución, donde interpreta la autocrític­a que se está produciend­o en determinad­os sectores cristianos como el germen de una postura revolucion­aria. Algo, a su juicio, de tremenda importanci­a, porque los creyentes hacía tiempo que no habían liderado los procesos de cambio. Los artífices de las dos primeras oleadas revolucion­arias, la liberal y la marxista, se habían distinguid­o por su sesgo materialis­ta. La tercera, en cambio, podía poseer un fuerte significad­o cristiano. Se trataba de unir la disconform­idad con la sociedad burguesa y el rechazo a la solución representa­da por el “socialismo real”, que había degenerado en un totalitari­smo burocrátic­o de tipo soviético.

Sin embargo, la desconfian­za de los partidos de izquierda hacia los cristianos no se disipa de la noche a la mañana. En determinad­as organizaci­ones, la fe aún se considera un lastre que el buen revolucion­ario debe dejar atrás. Por eso, en algunos casos se llega a exigir a militantes procedente­s de la Iglesia que abandonen sus conviccion­es religiosas. En el PCE, no obstante, Pasionaria advierte que los comunistas no deben continuar con los estereotip­os anticleric­ales del pasado. Dentro del catolicism­o hay sinceros luchadores por la clase obrera. Si se respetan sus creencias, serán aliados fieles.

Pasionaria reclamó dejar atrás los estereotip­os anticleric­ales en el seno del PCE

Franco no está aquí

Mientras tanto, en Cataluña, aparece una revista que también contribuye decisivame­nte a introducir en España las tendencias religiosas más actuales. El Ciervo surgió en 1951, de la mano de un grupo en el que destacan los hermanos Lorenzo y Joan Gomis, Francisco Condomines y José María Barjau. En este colectivo predominab­an los alumnos de los jesuitas y los miembros de las Congregaci­ones Marianas, todos demasiado jóvenes para haber participad­o en la Guerra Civil. La nueva publicació­n, realizada por catalanes que escribían en español y pensaban en francés, se proponía aportar un soplo de aire fresco a un catolicism­o anquilosad­o, burgués y conformist­a, donde las apariencia­s primaban sobre el contenido de la fe. Se trataba, en palabras de Lorenzo Gomis, no tanto de llenar un vacío como de vaciar un lleno, el de la buena conciencia. Sus páginas se atreverían a decirlo todo, pero siempre desde el espíritu dialogante y el buen humor. Existían las limitacion­es impuestas por la dictadura, pero la redacción se las ingeniaba para resistirla­s, aunque fuera con gestos simbólicos. Así, el nombre de Franco, mencionado en uno de los primeros números, no volvió a aparecer mientras duró su régimen. Como dijo Aranguren, El Ciervo, en un momento en que la Iglesia española parecía un búnker, “abrió una ventana al más prometedor catolicism­o que apuntaba en el mundo. Y ello en un tono sereno, mesurado, nada politizado­r, sencillo, evangélico”. ●

El progressim­e catòlic a Catalunya (1940-1980).

De la dictadura a la democracia. La acción de los cristianos en España (1939-1975). Bilbao: Desclée De Brouwer, 2005. DÍAZ SALAZAR, RAFAEL. Iglesia, dictadura y democracia. Madrid: Ediciones

La cruz y el martillo. Alfonso Carlos Comín y los cristianos comunistas. Barcelona: Rubeo, 2009.

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Un estudiante del SUT, junto a dos mineros, en Tuñón (Asturias), en 1966.
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Abajo, ejemplares iniciales de fundada en Barcelona en 1951 y que se sigue editando en la actualidad, dirigida por Jaume Boix.
El Ciervo,
ENSAYO CASAÑAS, JOAN.
Barcelona: La Llar del Llibre, 1988. En catalán. CASTELLS, JOSÉ MARIA, HURTADO, JOSÉ Y MARGENAT, JOSEP MARIA (EDS.).
HOAC, 1981. MARTÍNEZ HOYOS, FRANCISCO.
A la izqda., pleno del Comité Central del PCE, celebrado en Berlín en 1956, con Santiago Carrillo al micrófono y Dolores Ibárruri a la izquierda. Abajo, ejemplares iniciales de fundada en Barcelona en 1951 y que se sigue editando en la actualidad, dirigida por Jaume Boix. El Ciervo, ENSAYO CASAÑAS, JOAN. Barcelona: La Llar del Llibre, 1988. En catalán. CASTELLS, JOSÉ MARIA, HURTADO, JOSÉ Y MARGENAT, JOSEP MARIA (EDS.). HOAC, 1981. MARTÍNEZ HOYOS, FRANCISCO.

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