Historia y Vida

¿Trump en Masada?

El presidente estadounid­ense propuso visitar la fortaleza en 2017, pero sus planes fueron desestimad­os

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El yacimiento arqueológi­co de Masada

posee un evidente carácter simbólico no solo para los israelíes, sino también para buena parte de la comunidad internacio­nal. Así lo demuestran, por ejemplo, las visitas al lugar que realizaron Bill Clinton y George W. Bush en 1998 y 2008, respectiva­mente.

En la primavera de 2017,

Donald Trump (arriba) manifestó su deseo de superar a sus predecesor­es. Su objetivo no era únicamente visitar el yacimiento, sino pronunciar allí un discurso. La idea no prosperó. Trump tenía la intención de alcanzar el interior de la fortaleza a bordo de un helicópter­o, algo rechazado por los responsabl­es de la conservaci­ón de un lugar catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Los aterrizaje­s en helicópter­o en Masada están prohibidos desde 1997, cuando un transporte de las fuerzas aéreas israelíes trasladó hasta allí al general Michael Ryan, comandante de las fuerzas aéreas estadounid­enses, provocando con ello distintos desperfect­os en el yacimiento.

Las autoridade­s israelíes brindaron a Trump

una alternativ­a: aterrizar en la pista de Bar Yehuda y llegar en teleférico hasta la fortaleza, como hicieron en su momento Clinton y Bush. Trump rechazó la oferta. O helicópter­o hasta la cima o no había visita. dir tensión dramática a sus relatos y ensalzar la nobleza y valentía de los judíos, aunque ello fuese en contra de la verdad. Con aquellos relatos heroicos que se alejaban de una realidad mucho más prosaica (la derrota militar frente a las tropas romanas), Josefo ofrecía un contrapunt­o positivo a la catástrofe nacional experiment­ada por los judíos tras la revuelta. Por supuesto, no todos los investigad­ores comparten esas críticas a la versión de Josefo. No faltan quienes lo consideran un historiado­r fiable, como mínimo en este aspecto. Algunos incluso han recurrido a ejemplos contemporá­neos, como el suicidio colectivo de los miembros del Templo del Pueblo en Jonestown, Guyana (1978), o el de los davidianos en Waco (1993), para defender la veracidad del relato de Josefo. Según estos autores, casos como los citados demuestran que, cuando determinad­os grupos sectarios se enfrentan a la posibilida­d de su aniquilaci­ón (real o imaginada), la idea del suicidio colectivo suele aparecer como una opción recurrente, casi inevitable. Así pues, la crítica histórica no se pone de acuerdo en este punto. Ante la ausencia de otras fuentes escritas que permitan contrastar la versión de Josefo, ¿qué puede aportar la arqueologí­a?

La familia ¿imaginada?

El arqueólogo, militar y político israelí Yigael Yadin (1917-1984) fue el encargado de excavar la fortaleza de Masada. Yadin trabajó en el yacimiento durante once meses, entre los años 1963 y 1965. Durante ese período estuvo al frente de un equipo muy numeroso, compuesto por sus estudiante­s de la Universida­d Hebrea de Jerusalén y por miles de voluntario­s procedente­s de todo el mundo. Al año de finalizar las excavacion­es, Yadin presentó los resultados obtenidos en un libro de divulgació­n, rápidament­e traducido a diferentes idiomas (incluido el castellano), que se convirtió en un auténtico best seller arqueológi­co. Yadin estaba convencido de que sus trabajos en Masada habían servido, entre otras cosas, para confirmar el trágico final de la fortaleza. Uno de los hallazgos que más le impresionó se produjo en la terraza inferior del palacio norte de la fortaleza de Masada, donde se encontra

El suicidio colectivo ha sido una opción entre determinad­os grupos sectarios

ron unos restos humanos que el arqueólogo interpretó como pertenecie­ntes a uno de los últimos jefes de los sicarios y su familia. Según su descripció­n, se trataba de los cuerpos de una mujer y un hombre jóvenes y de un niño. Su estado de preservaci­ón era muy bueno; en el caso de la mujer, su cráneo todavía conservaba su cabello oscuro y trenzado, y se apoyaba sobre lo que parecían ser los restos de un gran charco de sangre. Yadin confesaba que, a pesar de que su dilatada experienci­a militar le había familiariz­ado con la muerte, aquel hallazgo le provocó una profunda impresión. Más allá de cuestiones emotivas, el descubrimi­ento de estas víctimas debía servir para zanjar la polémica: Josefo tenía razón. No obstante, en 1998, el arqueólogo israelí Joe Zias procedió al reestudio de aquel material y llegó a unas conclusion­es diametralm­ente opuestas a las de Yadin. De acuerdo con Zias, aquellos restos humanos no pertenecía­n a tres individuos de una misma familia, sino a un número indetermin­ado de personas. Además, la zona donde fueron hallados no era el lugar donde se habría producido su supuesto suicidio, sino que habrían sido trasladado­s hasta allí como carroña por un grupo de hienas. Otro hallazgo que se puso en relación con el suicidio colectivo fue el de una serie de ostraca (fragmentos cerámicos con inscripcio­nes) en otra zona del palacio norte. Allí Yadin identificó un grupo de doce ostraca que contenían nombres hebreos, incluido el de Ben Yair, el líder sicario de Masada. En su opinión, todos los ostraca habían sido escritos por una misma persona, y podía tratarse de los fragmentos que se habían utilizado para sortear quiénes debían ser los últimos defensores de Masada en morir. También en este caso se alzaron voces críticas con la interpreta­ción propuesta por Yadin. El epigrafist­a israelí Joseph Naveh planteó sus objeciones al advertir, por ejemplo,

que se habían hallado doce ostraca, mientras que, según Josefo, fueron solo diez los últimos hombres en morir en Masada. Asimismo, notó que aquellos ostraca se parecían mucho a otras etiquetas halladas en el yacimiento y que se usaban con fines meramente administra­tivos.

La sombra de la sospecha

Un último descubrimi­ento vinculado al suicidio colectivo fue el de unos veinticinc­o esqueletos humanos, localizado­s en una cueva situada en la ladera sureste de la montaña. Yadin y su equipo los interpreta­ron como los cuerpos de los últimos defensores de la fortaleza, que habrían sido depositado­s en la cueva por los soldados romanos tras la toma del lugar. Aquellos restos fueron reunidos y enterrados en Masada, cerca de la rampa de asedio romana, en una ceremonia castrense oficiada por un rabino del ejército israelí y a la que acudieron, entre otros, el propio Yadin y Menahem Begin, futuro primer ministro de Israel. De nuevo, Joe Zias reestudió el hallazgo y creyó errónea la interpreta­ción oficial. Según este arqueólogo, únicamente se localizaro­n los restos de cinco cuerpos, que, además, apareciero­n asociados con huesos de cerdo, un animal impuro en la tradición judía, lo que descartaba que pudiese tratarse de cuerpos pertenecie­ntes a individuos judíos. Su conclusión era demoledora. Se había celebrado un funeral militar en honor de unos restos que posiblemen­te pertenecie­ron a soldados romanos muertos durante el asedio, o bien a monjes bizantinos instalados siglos más tarde en aquella montaña. Llegados a este punto, no nos queda más remedio que aceptar que la arqueologí­a tampoco permite determinar si la historia del suicidio colectivo en Masada es cierta o no. Una de las últimas arqueóloga­s que ha estudiado el tema, la profeso

La arqueologí­a no puede determinar si la historia de Flavio Josefo es cierta o no

ra Jodi Magness, de la Universida­d de Carolina del Norte, en Chapel Hill, es categórica: la arqueologí­a simplement­e no dispone de la capacidad para decidir si la historia de Josefo es verdadera o falsa. En su opinión, si realmente los sicarios decidieron suicidarse, lo más lógico es que la guarnición romana que después se instaló allí hubiese quemado sus cuerpos, o bien los hubiese enterrado en algún lugar no localizado. Por el contrario, si

Josefo se inventó la historia, y en realidad Masada fue defendida hasta el final por las armas, lo esperable es que los romanos de nuevo se hubiesen deshecho de los cuerpos de los defensores caídos, por lo que los arqueólogo­s tampoco hubiesen podido encontrarl­os. Por tanto, según Magness, le estamos pidiendo a la arqueologí­a que resuelva un enigma para el que no tiene, ni puede tener, respuesta. La cuestión, pues, sigue abierta. ●

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 ??  ?? Los políticos israelíes Shimon Peres (2.º por la izqda.) y David Ben Gurion (centro) acompañan a Yigael Yadin (dcha.) en sus trabajos arqueológi­cos en el desierto de Judea, en 1962.
Los políticos israelíes Shimon Peres (2.º por la izqda.) y David Ben Gurion (centro) acompañan a Yigael Yadin (dcha.) en sus trabajos arqueológi­cos en el desierto de Judea, en 1962.
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