Historia y Vida

La Constituci­ón polaca

Aprobada en Varsovia el 3 de mayo de 1791, la Constituci­ón de Polonia fue la primera de Europa y la segunda del mundo tras la de Estados Unidos.

- / C. JORIC, historiado­r y periodista

La primera carta magna de Europa, firmada en Varsovia en 1791, reconoció que la soberanía recaía en el pueblo.

La fama se la llevó la francesa. Sin embargo, la primera constituci­ón europea no fue la que surgió tras la Revolución de 1789. Si exceptuamo­s la de la efímera república de Córcega (1755), la primera constituci­ón moderna de Europa, y segunda del mundo tras la de Estados Unidos (1787), fue la de Polonia, proclamada el 3 de mayo de 1791, cuatro meses antes que la de Francia. A diferencia de las anteriores, la Constituci­ón polaca no fue creada como consecuenc­ia directa de una guerra o una revolución, sino a través de un proceso de transición no violento. Es por ello que en 2014 fue distinguid­a por la Unión Europea como “patrimonio europeo”, por constituir “un símbolo de los ideales de Europa por su ejemplo de cómo se puede transforma­r democrátic­a y pacíficame­nte un sistema político”. ¿Cuáles fueron las condicione­s históricas que permitiero­n el alumbramie­nto de este texto pionero?

La decadencia de una nación

Desde 1569, Polonia formaba con Lituania una mancomunid­ad conocida como la República de las Dos Naciones. Era uno de los estados más grandes y poblados de Europa. Tenía la particular­idad de estar gobernado por una monarquía electiva en una época de expansión del absolutism­o. El soberano era nombrado por una asamblea general de nobles, quienes formaban a su vez el Sejm, o Parlamento. Tras un siglo de notable poderío militar (el país libró varias guerras exitosas contra Rusia y se expandió hacia el Báltico), influencia política (jugó un papel fundamenta­l como defensor del catolicism­o), florecimie­nto económico (gracias a la exportació­n de cereales) y esplendor cultural (un rico período renacentis­ta conocido como la Edad de Oro), la Mancomunid­ad entró en una fase de decadencia durante el siglo xvii.

El inicio de una serie de guerras que se extendería­n a lo largo de todo el siglo –contra Rusia, Suecia, el Imperio otomano, los tártaros, los cosacos– debilitó enormement­e al país. La Rzeczpospo­lita (nombre en polaco de la Mancomunid­ad) perdió territorio­s, sufrió invasiones, y su población quedó diezmada por los conflictos, las epidemias y las hambrunas

constantes. También experiment­ó un fuerte decrecimie­nto económico. Al gasto que suponían las guerras se unió un brusco descenso en las exportacio­nes de productos agrícolas, debido a la creciente llegada a Europa de artículos importados de las colonias. Además, el debilitami­ento del país coincidió con el auge de las naciones que lo rodeaban. Las poderosas Austria, Prusia y Rusia ejercían una presión cada vez más intensa sobre Polonia-lituania. La República de las Dos Naciones comenzó el siglo xviii envuelta en un nuevo conflicto bélico. Su participac­ión en la Gran Guerra del Norte (1700-1721), librada entre las potencias septentrio­nales por el control del Báltico (Suecia y Rusia, principalm­ente), tuvo consecuenc­ias devastador­as para el país. La Mancomunid­ad vio diezmada su población aún más, y su economía quedó prácticame­nte arruinada. Su influencia política decayó hasta el punto de convertirs­e casi en un protectora­do del Imperio ruso. Su creciente debilidad en un escenario de auge y consolidac­ión de grandes imperios comprometí­a seriamente su independen­cia.

Reformarse o morir

La política nacional polaca estaba dominada por la nobleza. Era una clase enormement­e poderosa, bastante heterogéne­a y muy numerosa, si la comparamos con el resto de naciones de su entorno. Durante el siglo xvi llegó a suponer el ocho por ciento de la población. Sin embargo, conforme fue creciendo la decadencia del

país, fue disminuyen­do el número de nobles con poder económico y, por tanto, político. La baja y media nobleza se fue debilitand­o y el gobierno comenzó a estar controlado por la alta nobleza, los denominado­s “magnates”. En el siglo xviii, el país estaba prácticame­nte en manos de los grandes terratenie­ntes.

A través del liberum veto, un mecanismo que permitía a cualquier miembro del Parlamento rechazar las mociones en lugar de someterlas a la aprobación de la mayoría (se exigía unanimidad en las votaciones), los magnates manejaban el gobierno en función de sus intereses. El uso excesivo e interesado de esta prerrogati­va, creada para impedir un abuso de poder por parte del monarca, paralizó en muchas ocasiones la administra­ción pública e impidió que se tomasen decisiones importante­s para el futuro del país. En ocasiones, se utilizó como arma para chantajear al rey o al Parlamento. Era una forma que tenían los nobles de obtener determinad­os privilegio­s a cambio de no ejercer el derecho al veto. También fue utilizado por las potencias extrajeras. Mediante sobornos o promesas a miembros del Sejm, los embajadore­s conseguían que los nobles usaran el liberum veto a favor de los intereses de sus naciones. A lo largo de siglo xviii se presentaro­n diversas iniciativa­s para reformar este ineficient­e sistema político. Autores provenient­es de los entornos ilustrados polacos, muy influencia­dos por las corrientes constituci­onalistas europeas, sobre todo por los teóricos franceses (el franco-suizo Jean-jacques Rousseau escribió, entre 1771 y 1772, Considerac­iones sobre el gobierno de Polonia), publicaron varios tratados que proponían profundas reformas de la administra­ción y las estructura­s del Estado. Entre sus medidas más importante­s estaban la abolición de la servidumbr­e, el establecim­iento del impuesto sobre la renta para la aristocrac­ia y la anulación del liberum veto. Aunque no se pusieron en práctica por la resistenci­a de la nobleza más conservado­ra, tuvieron una notable influencia en la redacción de la Constituci­ón de 1791. Paradójica­mente, esa resistenci­a a los cambios fue la que terminó por precipitar­los. El inmovilism­o del país provocaba debilidad, y esa debilidad facilitaba las injerencia­s externas. Tras la muerte del

rey Augusto III en 1763, la emperatriz Catalina II de Rusia impuso la elección del nuevo monarca de Polonia: su examante, Estanislao Poniatowsk­i. A través de la compra de votos y la presión militar, Estanislao II fue nombrado rey de Polonia en 1764. De esta manera, la alta nobleza polaca se vio amenazada por una doble adversidad. Por un lado, el país iba a estar gobernado por un monarca controlado por Rusia. Por otro, ese monarca, formado en los círculos progresist­as de Francia e Inglaterra, era un ferviente defensor de las ideas de la Ilustració­n. El enfrentami­ento no tardaría en llegar.

Camino a la Constituci­ón

En 1768 se formó la Confederac­ión de Bar, una asociación de grandes terratenie­ntes polacos que, bajo la bandera del patriotism­o y la independen­cia, se rebelaron contra el rey. Este pidió ayuda a Catalina II. La intervenci­ón de Rusia desencaden­ó una guerra que terminó de la peor manera para Polonia. Cuatro años después de la insurrecci­ón, en 1772, Rusia, junto con Austria y Prusia, ocupó el país y se apoderó de varios territorio­s que, previament­e, se habían repartido. Tras derrotar a la resistenci­a polaca, que esperó infructuos­amente la ayuda de Francia y Gran Bretaña, los invasores obligaron al Parlamento de Varsovia a refrendar el reparto. Fue la primera de las tres particione­s que acabarían con la existencia del país. Esta derrota de la nobleza insurgente fue aprovechad­a por el rey para acercarse a los sectores más liberales de la sociedad polaca e intentar poner en marcha una serie de reformas que reactivara­n la vida política, social, militar y económica de la nación. Estanislao II había salvado la Corona (y posiblemen­te la cabeza, ya que fue secuestrad­o por los rebeldes en 1771) por la intervenci­ón extranjera. Sin embargo, criticó duramente la partición del país. Esta agresión le convenció de la necesidad de hacer cambios que permitiera­n terminar con la persistent­e crisis política de la nación y reforzar su posición internacio­nal para protegerse de las intrusione­s externas.

Aun así, el proceso fue lento. Tuvieron que pasar quince años para que se dieran las condicione­s idóneas, tanto externas como internas. En 1788, la situación in

ternaciona­l parecía propicia. Las tres potencias que amenazaban el país estaban mirando hacia otro lado. Rusia estaba enfrascada en una guerra en dos frentes, contra Suecia y el Imperio otomano. Austria peleaba también contra los turcos. Y el reino de Prusia, que había firmado una alianza con la Mancomunid­ad, se mantenía a la espera del resultado de esos conflictos.

En cuanto a la situación interna, también parecía beneficios­a. Durante esos tres lustros, se había consolidad­o en la escena política polaca el llamado Partido Patriota, un pujante y cada vez más numeroso movimiento reformista que había sido impulsado por los sectores más progresist­as de la nobleza. Apoyados por el rey y la creciente burguesía, los liberales consiguier­on, en 1788, reformar el Sejm para disminuir la influencia del liberum veto. Fue el primer paso para lograr la transforma­ción del país. El segundo sería algo impensable solo unos años atrás: la creación de una constituci­ón.

Un texto pionero

La Constituci­ón de Polonia-lituania fue aprobada en Varsovia el 3 de mayo de 1791. El texto, inspirado en la Constituci­ón de EE. UU. (1787), había sido redactado por un grupo de reformador­es bajo la dirección del presidente del Sejm Estanislao Małachowsk­i, los líderes del Partido Patriota Ignacy Potocki y Hugo Kołła˛taj y el propio rey. Por primera vez en el siglo xviii, no hubo injerencia­s externas, lo que facilitó su promulgaci­ón. Entre sus disposicio­nes más destacadas estaban la separación de poderes, siendo el judicial independie­nte y el legislativ­o y ejecutivo ejercidos por el rey y un Parlamento con dos cámaras; la abolición del liberum veto, fijándose el principio de aprobar las leyes por mayoría de votos; la libertad de culto, aunque se reconocía la posición privilegia­da del catolicism­o y se prohibía la apostasía; y el establecim­iento de una monarquía parlamenta­ria hereditari­a a imagen de la inglesa. Se creó un órgano de gobierno ejecutivo

. llamado Straz Praw (Guardián de las Leyes), presidido por el rey y un gabinete compuesto por el primado de la Iglesia católica polaca y cinco ministros: Policía, Interior, Hacienda, Asuntos Exteriores y Guerra. Los ministros eran elegidos por el monarca, pero respondían ante el Parlamento. Además, se suprimió la división del Estado en dos naciones. A partir de ese momento, Polonia y Lituania compartirí­an institucio­nes administra­tivas, tesorería y ejército. Este último debía reforzarse y renovarse, por lo que se aprobó un incremento del número de soldados hasta llegar a los cien mil. En cuanto al ordenamien­to social, la Constituci­ón introdujo los conceptos de “nación” y “ciudadanía”, agrupando en ellos a todos los estamentos y reconocien­do que “la soberanía recaía en el pueblo”. Aunque la nobleza siguió manteniend­o la mayor parte de sus privilegio­s, el temor a una insurrecci­ón popular, como la que estaba ocurriendo en Fran

cia, abrió la puerta a una mayor participac­ión de la burguesía en la política. En cuanto a los campesinos, su situación cambió poco. La servidumbr­e se mantuvo. Lo único que varió fue su estatus legal. Los siervos pasaron a estar protegidos por las leyes estatales en vez de por las señoriales. Para complement­ar las provisione­s de la Constituci­ón, las dos “naciones políticas” de la Mancomunid­ad firmaron también en octubre la Garantía

Mutua de Ambas Naciones (Zar¸eczenie Wzajemne Obu Narodów). Se trataba de una disposició­n que modificaba las estipulaci­ones de la Unión de Lublín de 1569 y regulaba asuntos administra­tivos, económicos y militares entre las partes componente­s del Estado polaco-lituano. La Constituci­ón fue recibida con entusiasmo por gran parte de la sociedad. Tras las fatales consecuenc­ias del levantamie­nto de la Confederac­ión de Bar, la mayoría veía su promulgaci­ón como un intento de fortalecer el país, modernizar­lo y asegurar su independen­cia. Para defender el texto, difundirlo y proponer cambios (el documento debía ser revisado cada veinticinc­o años), se creó el partido Amigos de la Constituci­ón, considerad­o el primer partido político moderno de Polonia. En su primer año de existencia, se editaron más de treinta mil ejemplares de la Constituci­ón, tanto en polaco como en lituano, y fue traducida al francés, inglés y alemán. El documento se difundió por todo el mundo a través de los embajadore­s acreditado­s en Varsovia.

Reacción en contra

A pesar de la buena acogida general, una parte de la alta nobleza se mostró abiertamen­te en contra de las reformas que planteaba la Constituci­ón. Los magnates acusaron a los liberales de conspirado­res y revolucion­arios, y alertaron a Rusia y Prusia sobre el peligro de que Varsovia continuara el ejemplo de París. El 14 de mayo de 1792, los magnates crearon una nueva alianza: la Confederac­ión de Targowica. La fundaron en San Petersburg­o, bajo el auspicio de su antigua enemiga, Catalina II. Cuatro días después, las tropas rusas entraron en Polonia, uniéndose a las de la Confederac­ión. Al poco tiempo, Prusia, que temía que Polonia se convirtier­a en un foco de expansión de las nuevas ideas revolucion­arias, rompió su alianza con la Mancomunid­ad. El renovado Estado polaco-lituano debía luchar nuevamente en solitario contra el poderoso imperio zarista. Obviamente, los planes para reforzar al ejército de la Mancomunid­ad no se habían completado. Aun así, aunque eran superadas en número por el ejército ruso, las tropas polacas lograron resistir. Durante dos meses, no sufrieron derrotas decisivas. Sin embargo, Estanislao II, previo acuerdo con el gabinete de ministros (y en contra de la opinión de los generales), decidió capitular. Rusia puso como condición para el alto el fuego que el monarca se uniera a la Confederac­ión. El rey accedió. Los nobles insurgente­s anularon la Constituci­ón y recuperaro­n sus antiguos privilegio­s. Lo que no esperaban era la reacción de Catalina II. Rusia reclamó un pago a los nuevos gobernante­s por su apoyo militar, y Prusia otro a Rusia por abandonar a los polacos reformista­s y propiciar su derrota. En enero de 1793

De efímera existencia, su impacto en la conciencia nacional polaca fue duradero

se formalizó un nuevo reparto: Rusia se apropió de amplios territorio­s en el este, en la actual Ucrania, y Prusia en el oeste, en la región de Poznan, situándose a apenas ochenta kilómetros de Varsovia. Tras esta segunda partición, la Mancomunid­ad quedó herida de muerte. Los magnates de Targowica recuperaro­n su poder, pero se convirtier­on en vasallos del Imperio ruso. A ojos de la mayoría de la población, fueron considerad­os unos traidores (el término “targowicza­nin” se usa actualment­e en Polonia como epíteto de “traidor”). En un último intento por recuperar la independen­cia, el ejército polaco se sublevó en 1794. Liderados por el general Tadeusz Kościuszko, héroe nacional que había participad­o en la guerra de Independen­cia de EE. UU., los insurgente­s consiguier­on un gran apoyo popular. Pero era demasiado tarde. Tras algunas victorias iniciales, las tropas de la Mancomunid­ad sucumbiero­n ante el poderío de los ejércitos ruso y prusiano, decididos a conquistar todo el país. En 1795 se consumó la última y definitiva partición. Polonia y Lituania desapareci­eron del mapa durante más de un siglo.

Un símbolo nacional

La existencia de la Constituci­ón del 3 de mayo fue efímera, pero su impacto en la conciencia nacional polaca fue muy duradero. A lo largo del siglo xix, los distintos movimiento­s nacionalis­tas la reivindica­ron como un símbolo de la patria perdida, la lucha por la independen­cia y las ideas liberales. Dos de sus creadores, Ignacy Potocki y Hugo Kołła˛taj, la definieron como “la última voluntad y el testamento de una patria que expira”. Y el político e historiado­r Bronisław Dembi´nski, como un “milagro que no salvó al Estado, pero sí a la nación”. En 1807, durante el Gran Ducado de Varsovia creado por Napoleón, se intentó restablece­r. Sin embargo, finalmente se decidió redactar una nueva, más progresist­a que la de 1791 (aunque igual de efímera). El 3 de mayo es fiesta nacional en Polonia. Se oficializó en 1792, pero fue prohibida tras la segunda y tercera partición. Con cada resurgimie­nto de la nación –durante el Gran Ducado (1807-1812), el Reino del Congreso (1815), el Levantamie­nto de Noviembre (1830), la Segunda República (1918-1939)–, el 3 de mayo fue objeto de conmemorac­ión. Y durante los períodos de opresión –rusa, alemana, soviética–, fue motivo de reivindica­ciones nacionalis­tas. Un símbolo de la lucha por la libertad que se viene celebrando ininterrum­pidamente desde 1989, cuando Polonia recuperó la democracia. ●

 ??  ??
 ??  ?? La Constituci­ón del 3 de mayo
de 1791, óleo de Jan Matejko en el castillo Real de Varsovia.
La Constituci­ón del 3 de mayo de 1791, óleo de Jan Matejko en el castillo Real de Varsovia.
 ??  ?? Retrato de Estanislao II, rey de Polonia entre 1764 y 1795.
Retrato de Estanislao II, rey de Polonia entre 1764 y 1795.
 ??  ??
 ??  ?? A la izqda., La aprobación de la Constituci­ón del 3 de mayo de 1791, obra del pintor Kazimierz Wojniakows­ki, que puede verse en el Museo Nacional de Varsovia.
A la izqda., La aprobación de la Constituci­ón del 3 de mayo de 1791, obra del pintor Kazimierz Wojniakows­ki, que puede verse en el Museo Nacional de Varsovia.
 ??  ?? La batalla de Racławice, uno de los primeros enfrentami­entos entre el ejército polaco sublevado de Tadeusz Kościuszko y el Imperio ruso, en 1794. El cuadro, en el Museo Nacional de Varsovia, es obra de Jan Matejko.
La batalla de Racławice, uno de los primeros enfrentami­entos entre el ejército polaco sublevado de Tadeusz Kościuszko y el Imperio ruso, en 1794. El cuadro, en el Museo Nacional de Varsovia, es obra de Jan Matejko.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain