Historia y Vida

El caso Caillaux

El asesinato en 1914 del director de a manos de la esposa de un político, llegó a implicar al presidente de la República Francesa. Le Figaro,

- / E. SERBETO, periodista

La esposa del ministro de Finanzas francés asesinó a tiros al director de Le Figaro en 1914.

El 16 de marzo de 1914, cuando apenas faltaban cuatro meses para el estallido de la Primera Guerra Mundial, se produjo en París un acontecimi­ento que hizo, tal vez, aún más inevitable el conflicto. Las consecuenc­ias políticas del asesinato del director del diario Le Figaro, Gaston Calmette, malograron la carrera política del ex primer ministro francés y entonces titular de la cartera de Finanzas, Joseph Caillaux, dirigente del Partido Radical y conocido partidario de evitar la confrontac­ión con Alemania. Se puede considerar que las caracterís­ticas del crimen, el juicio posterior y sus escabrosos ingredient­es desviaron la atención de la opinión pública francesa de los hechos que estaban arrastrand­o, sigilosame­nte, a Europa a una de sus peores catástrofe­s. Siendo un hombre de negocios, sin escrúpulos para mezclarlos con su vida política, Caillaux sabía que Alemania había tomado la delantera a Francia no solo en cuanto a población, sino también como potencia económica, en el campo de las exportacio­nes o de la ingeniería. Sabía que Francia necesitaba más a Alemania que al revés y que su país no podría ganar una guerra, por lo que prefería llegar a un acuerdo con el incómodo vecino antes que ir a otra confrontac­ión que podía empeorar la humillació­n de 1870. El presidente de la República, Raymond Poincaré, no era de la misma opinión, y deseaba desembaraz­arse de Caillaux, para lo que toleró o, directamen­te, impulsó una campaña de prensa para desprestig­iarlo.

La gota que colmó el vaso

Los insultos se sucedían en las páginas de Le Figaro desde hacía meses. Ese 16 de marzo, lunes, se publicó en primera página un comentario especialme­nte hiriente para Caillaux, firmado por el director del periódico y titulado, para mayor escarnio, “Intermedio cómico”. El comentario estaba basado en una carta personal en la que Caillaux se vanagloria­ba de haber sabido manipular a los diputados. Para su esposa, Henriette, esa fue la gota que colmó el vaso. Después de comer, ordenó al chófer oficial del Ministerio que la llevase a Gastinne Renette, la armería más famosa y prestigios­a de Francia, donde adquirió, por 55 francos de la época, una pequeña pistola, una Browning de fabricació­n belga, que podía disimular perfectame­nte dentro del manguito de piel y cuyo gatillo era lo bastante suave para ella. Desde la armería hizo que la llevaran directamen­te a la sede del periódico, situada entonces en la céntrica rue Drouot, y pidió ver al director. Gastón Calmette no se encontraba entonces en su despacho, por lo que Henriette Caillaux dijo que esperaría hasta que llegase. Tardó casi una hora. Hacia las seis de la tarde, el director de Le Figaro entraba por fin, decidido a recibir a la esposa del ministro, a pesar de que no tenía mucho tiempo.

Ella no tardó mucho en decirle que había ido a verle por la campaña de descrédito contra su marido, decidida “a hablar de todo y decirlo todo”. Y sin darle tiempo para ninguna explicació­n, sacó la pistola y apretó el gatillo seis veces hasta vaciar el cargador. El arma no era muy precisa, y Henriette tampoco era una tiradora experta. Dos de las balas impactaron contra la biblioteca, la tercera chocó contra la cartera del periodista, una cuarta le pasó rozando, pero las dos últimas le alcanzaron en el abdomen, una de ellas con una trayectori­a que sería fatal.

En el juicio, diría que el primero de los disparos fue el único que realizó consciente­mente, que los otros cinco “vinieron por sí mismos”. Y, de hecho, hasta que llegaron los primeros auxilios, aún tuvo tiempo de dialogar con su víctima, intentando justificar su gesto. Lo había hecho “porque no hay justicia en Francia”, a lo que Calmette, aún con vida pero muy malherido, replicaría con una frase que, para algunos, confirmaba la tesis de Caillaux sobre un complot dirigido contra él desde la presidenci­a de la República: “Solo he cumplido con mi deber –dijo–, y lo que hice lo hice sin odio”. Murió aquella misma noche en el quirófano.

Ascenso, caída y resurrecci­ón

Joseph y Henriette Caillaux se habían conocido en 1907, cuando ambos estaban

Sin darle tiempo para explicacio­nes, sacó la pistola y apretó el gatillo seis veces

casados, él con Berthe Gueydan, que proporcion­aría después algunos de los documentos utilizados en la campaña de prensa, y ella con el escritor Léo Claretie. Se casaron en 1911, después de sus respectivo­s divorcios. Formaban una pareja sentimenta­lmente muy sólida y económicam­ente poderosa. Caillaux era partidario del libre comercio como instrument­o para evitar los conflictos, sin desdeñar, por ello, las oportunida­des de enriquecer­se en lo personal. Nacido en 1863 en el seno de una familia conservado­ra y monárquica, se convirtió en su juventud en ferviente republican­o, empezó su carrera como inspector de Hacienda y fue elegido diputado, por primera vez, en 1898. Después de varios puestos políticos, incluido el de ministro de Finanzas, al igual que lo había sido su padre, en 1911 fue nombrado primer ministro durante unos meses (entre junio de 1911 y enero de 1912), período en el que llegó a desactivar una crisis colonial con Alemania –la crisis de Agadir–, haciendo concesione­s territoria­les en África central a cambio de que Berlín no obstaculiz­ase la expansión francesa en Marruecos.

Este pacto pretendía ser el primer capítulo de una alianza que hubiera debido incluir a Alemania, Rusia y el Reino Unido, pero en la política francesa tuvo el efecto contrario, porque acabó con su gobierno y le granjeó la animadvers­ión de los medios más nacionalis­tas. La victoria en las presidenci­ales de 1913 de Raymond Poincaré, que le había sustituido al frente del gobierno, parecía haberle dejado fuera de juego, atrinchera­do en la oposición radical. Sin embargo, en unos meses logró derribar al gobierno desde la Asamblea. Y en diciembre, Gaston Doumergue formó un nuevo gabinete en el que Caillaux volvía a ser el ministro de Finanzas, a pesar de las profundas reticencia­s de Poincaré.

Un verano de vértigo

Fue en ese ambiente trepidante de traiciones y peligros entrecruza­dos en el que el director de Le Figaro emprendió la campaña de desprestig­io contra Caillaux que le costaría la vida. Después de vaciar el cargador de su arma, Henriette no intentó huir, sino que se presentó voluntaria

mente ante la Policía. Su esposo dimitió como ministro al día siguiente, y se dispuso a defenderla a toda costa en un proceso que mantendría hipnotizad­a a la sociedad francesa durante los momentos más dramáticos de los prolegómen­os de la guerra. El asesinato a manos de Gavrilo Princip, en Sarajevo, del archiduque Francisco Fernando y de su esposa se produjo el 28 de junio; el 14 de julio, el presidente Poincaré emprendió, a bordo del acorazado France, su visita oficial a San Petersburg­o para sellar la alianza con Rusia en contra de Alemania; el juicio de Henriette Caillaux se inició el 20 de julio; y la sentencia fue dictada el 28, el mismo día en que Austria declaraba la guerra a Serbia y comenzaba el conflicto. Ante los jueces, Henriette Caillaux siempre sostuvo que su intención había sido la de asustar o escarmenta­r a Calmette, no la de matarlo, aunque nunca pudo negar que había sido un acto claramente premeditad­o. Tampoco pudo explicar por qué, en lugar de uno o dos disparos, acabó por vaciar todo el cargador. Sorprenden­temente, a pesar de todas las apariencia­s, sería absuelta, por considerar­se los hechos como “un crimen pasional”, debido a la “fragilidad de espíritu propia de una mujer”.

En realidad, detrás del decorado judicial, en esa Francia abducida por los vientos de la inminente guerra, Caillaux había amenazado a Poincaré con desvelar testimonio­s que, supuestame­nte, obraban en su poder, y que habrían demostrado que el presidente de la República había encargado la campaña para desprestig­iarle, si el presidente –que tuvo que declarar– no utilizaba su peso institucio­nal para favorecer un veredicto de inocencia. De hecho, el juez de instrucció­n y el presidente del tribunal eran conocidos suyos, igual que el ministro de Justicia y el fiscal general. Al parecer, Caillaux había contratado incluso a una banda de malhechore­s para que intimidase­n a los testigos de cargo desde la sala, y luego se supo que varios de los miembros del jurado eran simpatizan­tes del Partido Radical.

El último acto

Henriette fue absuelta después de una breve deliberaci­ón del jurado, y el caso ocupó portadas en la prensa de medio mundo. Aunque seguía siendo diputado, Caillaux no volvió jamás a ser miembro del gobierno francés. Durante el conflic

Henriette fue absuelta tras una breve deliberaci­ón del jurado

to, intentó buscar un arreglo que no costase a nadie ni concesione­s territoria­les ni indemnizac­iones, pero nadie le escuchó. “Aquellos que nos llevan a la guerra no tienen ni idea de cómo es el enemigo que tenemos enfrente”, dijo antes de ser enviado como representa­nte diplomátic­o francés a Argentina y, posteriorm­ente, a Italia. Su última intervenci­ón en la vida pública de su país fue votar, como parlamenta­rio, a favor de otorgar plenos poderes al mariscal Pétain para firmar la humillante rendición ante Hitler en 1940. Henriette falleció en enero de 1943, antes de que terminase la Segunda Guerra Mundial, y Joseph, en noviembre de 1944, cuando ya se había producido la liberación de Francia. Ambos fueron enterrados en sepulturas diferentes en el cementerio parisino del Père-lachaise. ●

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 ??  ?? A la dcha., Josep Caillaux, ministro de Finanzas francés, en la diana mediática durante los meses previos a la Gran Guerra.
En la pág. opuesta, su segunda esposa, Henriette.
En la pág. anterior, una ilustració­n en Le Petit Journal, publicada el 29 de marzo de 1914, sobre el asesinato de Gaston Calmette en su despacho.
A la dcha., Josep Caillaux, ministro de Finanzas francés, en la diana mediática durante los meses previos a la Gran Guerra. En la pág. opuesta, su segunda esposa, Henriette. En la pág. anterior, una ilustració­n en Le Petit Journal, publicada el 29 de marzo de 1914, sobre el asesinato de Gaston Calmette en su despacho.
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 ??  ?? Arriba, una sonriente madame Caillaux llega a una de las sesiones del Tribunal de Justicia de París, en 1914.
Junto a estas líneas, recreación del juicio en una revista de la época.
En la página opuesta, el presidente de la República, Raymond Poincaré.
Arriba, una sonriente madame Caillaux llega a una de las sesiones del Tribunal de Justicia de París, en 1914. Junto a estas líneas, recreación del juicio en una revista de la época. En la página opuesta, el presidente de la República, Raymond Poincaré.
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