La refinada corte del divino hispano
La Villa Adriana constituía toda una ciudad a pequeña escala, con más de una treintena de edificios que se distribuían en tres partes claramente diferenciadas
Zona nororiental
La zona nororiental de la villa poseía un teatro privado al estilo griego, una palestra y un templo a Venus, junto a los que se erigía un vasto complejo residencial donde residía Adriano. El denominado pecile, o piscina monumental, rodeado de inmensos pórticos, servía de gimnasio y comunicaba con diversas salas de audiencia, unas termas privadas y otros jardines porticados.
En este sector se encontraba el teatro marítimo, un edificio circular porticado con un canal, que rodeaba una pequeña casa a la que se accedía a través de un puente. Se cree que este lugar, el más privado, era de uso exclusivo del emperador y su esposa para su retiro.
Este sector lo completaban las tradicionalmente conocidas como bibliotecas latina y griega –hoy interpretadas como halls de tránsito–, un extenso palacio con salas de representación y banquete, así como una monumental explanada porticada para la recepción de visitantes y edificios, destinados exclusivamente a su albergue durante su estancia.
Zona central
La parte central de la villa presentaba edificios con exedras, un jardín-ninfeo en forma de estadio, pórticos ajardinados, la residencia de la guardia del complejo y unas monumentales termas de carácter
del Grand Tour (el viaje por Europa que realizaban jóvenes aristócratas, principalmente británicos, como parte de su formación), aumentando las excavaciones y descubrimientos para vender objetos y antigüedades a los curiosos viajeros que lo visitaban.
En ese contexto, el pintor escocés Gavin Hamilton halló en un lago numerosos relieves y esculturas al sur del teatro griepúblico creadas para el disfrute de invitados y visitantes.
El espacio más espectacular de esta zona es el denominado canopo. Estaba compuesto por un estanque de unos ciento veinte metros de longitud, con un pórtico sostenido por silenos y cariátides idénticas a las del Erecteion de Atenas, coronado por una exedra abovedada que acogía un comedor, o triclinio. El sistema hidráulico sugiere el espectáculo de luz y agua que el espacio debía de presentar, mientras el emperador y sus invitados disfrutaban del banquete. La decoración escultórica confirma, a su vez, la idílica escenografía creada para el complejo. No muy lejos de este lugar, tras la muerte de Antínoo en 130, Adriano mandó erigir un edificio compuesto por una exedra y dos templos enfrentados, decorado con numerosas esculturas de estilo egipcio, dedicado al culto de su amante.
Zona sur
Finalmente, la tercera parte de la villa, al sur, la componían una terraza más elevada, en la que se han encontrado los restos de un templo a Plutón –cerca de una gruta conocida como “infierno”–, un templo a Apolo, un pequeño teatro y una torre de tres plantas que pudo servir como observatorio astronómico. Esta zona, la menos explorada, también poseía restos de acueductos.
go. Su disposición indicaba que habían sido amontonados en la tardoantigüedad para hacer cal. Hubo que esperar a finales del siglo xix para asistir a las excavaciones planificadas del complejo, por parte del reino de Italia. Desde las últimas décadas del siglo xx, numerosos equipos italianos e internacionales han seguido desvelando los secretos de esta villa imperial. El hallazgo más reciente fue coria municado el pasado mes de febrero, cuando el equipo español de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, al mando del doctor Rafael Hidalgo, descubrió un triclinio acuático, único, por sus características, en el Mediterráneo.
Una morada para el emperador
Adriano, incansable viajero del mundo romano, quiso dejar constancia de su
amor por la filosofía, el arte y la arquitectura que le habían fascinado en sus expediciones en cada uno de los edificios de la villa. El resultado fue, en palabras del escritor decimonónico francés François-rené de Chateaubriand, una residencia que reproducía la imagen del Imperio en su jardín. En la Historia Augusta, obra del siglo iv d. C., el historiador romano Elio Esparciano refería que los edificios del complejo recibieron nombres de los sitios que había visitado en Grecia (Liceo, Academia, Pecile, valle de Tempe...) y Egipto (Canopo...). Hoy en día, se cree que dicha afirmación no se corresponde con la realidad, puesto que muchos de estos espacios aparecen mencionados en fuentes sobre villas y residencias anteriores, de época republicana. Lo que sí ha permitido confirmar la arqueología, a través del análisis de los sellos de producción de los ladrillos empleados en los edificios, es que existieron dos importantes fases de construcción. Algunos autores han querido asociarlas a los dos principales períodos de viajes de Adriano, aunque lo cierto es que el complejo sumó edificios prácticamente de manera continuada desde 118 hasta la muerte del emperador en 138.
La correcta gestión de esta villa imperial y la manutención de sus edificios las realizaba una numerosa servidumbre, que no alteraba ni interrumpía, en ningún momento, la vida en el complejo. Esto se logró a través de una red de pasajes subterráneos que garantizaban un correcto movimiento de personas y transporte de bienes bajo la villa. En efecto, en las últimas décadas, diversos estudios multidisciplinares han puesto de manifiesto la red de pasajes peatonales y vías para carros, que permitían una completa comunicación entre las distintas partes del complejo de manera rápida y eficaz. En este sentido, uno de los descubrimientos más importantes ha sido el de las calzadas por donde los carros podían transportar mercancías y llevarlas a zonas de almacenaje y distribución. La precisión de esta obra se observa en la perfecta combinación entre pasillos, calles y canales de desagüe de las fuentes, estanques y ninfeos superiores, que hacían de la ciudad subterránea un lugar necesario para el correcto funcionamiento de la superficie.
El personal de servicio residía en las cento camerelle, o cien habitacioncillas, un complejo habitacional distribuido en altura en cuatro niveles, que permitió afianzar la terraza artificial sobre la que se había construido el pecile con su lago artificial. A los pies de estas terrazas corría una de las vías que, por su lado occidental, daba acceso a la terraza media de la villa, flanqueando la zona de culto dedicada a Antínoo.
De la gloria al olvido
Adriano murió el 10 de julio de 138 en su villa en Bayas, en el golfo de Nápoles. Tras su muerte, la villa de Tívoli fue ocupada por los emperadores Antonino Pío, Marco Aurelio y Diocleciano, que disfrutaron de la tranquilidad que ofrecía este lujoso complejo residencial. A comienzos del siglo iv, la villa cayó en desuso, y sus materiales fueron extraídos y reutilizados en otros edificios de Roma.
Se cree que, durante la guerra Gótica (535-554), el complejo sufrió daños sustanciales, especialmente por la presencia del ostrogodo Totila y sus tropas en la cercana Tívoli, en el transcurso de su marcha hacia Roma para saquearla, en 546. La villa quedó abandonada, y muchos de sus mármoles, esculturas y columnas fueron apilados para ser luego quemados y producir cal, una práctica común en la época medieval. Así los vería Gavin Hamilton siglos más tarde. Gran parte de las estructuras abovedadas sucumbieron gradualmente, y las arenas del tiempo enterraron el esplendor de la que había sido la villa más lujosa y extensa del mundo romano. El paisaje ruinoso de tintes románticos que quedó como resultado se ganó el apelativo de Tivoli vecchio, nombre que rememoraba su antigüedad. Hasta que las primeras excavaciones en extensión realizadas en el siglo xvi por Hipólito II de Este y Pirro Ligorio la rescataron del olvido. ●