La globalización medieval
LA TESIS DE LA OBRA APUNTA A QUE EL MUNDO ESTABA YA INTERCONECTADO MEDIO MILENIO ANTES DE 1492, CON CHINA COMO CLAVE DEL FENÓMENO
El año 1000 constituye el comienzo de la globalización”, dispara ya en la segunda página de este ensayo Valerie Hansen. Pese a la radicalidad de su teoría, no le faltan evidencias a esta profesora de Historia Universal e Historia de China de la Universidad de Yale. De hecho, comienza la obra recorriendo un bullicioso puerto cantonés del Medievo en el que cambiaban de mano perlas de Ceilán, marfil africano, ámbar del Báltico o perfumes tibetanos y somalíes. Y donde, negocios aparte, también circulaban “fieles hindúes, musulmanes o budistas” para mayor multiculturalidad. Este relato, contrario al eurocéntrico habitual de una Edad Media con burgos y señoríos rurales ensimismados, asombra más conforme avanza la descripción de un llamativo dinamismo intercontinental, con facetas comerciales, religiosas o tecnológicas. La autora borda este tapiz rompedor, esgrimiendo una abundante bibliografía y numerosas pruebas, únicamente disponibles en tiempos recientes. Entre ellas, análisis de ADN, imágenes arqueológicas por satélite y consultas a académicos del planeta entero. Hansen escribe, sin embargo, para ser entendida sin complicaciones y con todo el colorido del cuadro desacostumbrado que refiere.
Intercambios en las antípodas
Con un tercio de la población mundial hacia el año 1000, China, su especialidad, aparece como una superpotencia transasiática capaz de enterrar a sus dirigentes, como los de una dinastía septentrional, con lujos de rincones tan distantes como Irán, Siria y Egipto. También destaca la concatenación de nexos entre regiones nórdicas, bizantinas, musulmanas y subsaharianas por las rutas esclavistas, peleteras, de metales preciosos y de sal. Así como la conexión vikinga con la hoy canadiense Terranova y hasta acaso con los mayas. Estos se adentraban, a su vez, desde Yucatán en las grandes praderas norteamericanas y las selvas tropicales sudamericanas, mientras, en aguas remotas, los juncos malayos pululaban por el Índico y las piraguas polinesias, por el Pacífico. Más civilizado u hostil, el contacto entre sociedades se habría visto favorecido, reflexiona la historiadora, por niveles tecnológicos equiparables, salvo la formidable excepción china. Hansen observa, además, que las comunidades más abiertas habrían progresado más que las reacias al exterior. Algunas, perjudicadas por la globalización medieval, protagonizaron episodios de violencia contra los extranjeros que atravesaban sus tierras o sus aguas, tanto en el Mediterráneo como en el Asia oriental. Porque, al igual que hoy, si bien el trasiego mundial produjo beneficios, provocó también víctimas colaterales.