Historia y Vida

Urraca de León

Si hay una precursora de la lucha feminista en España durante la Edad Media, esa es Urraca de León, monarca del siglo que se xi batió sin desfallece­r contra todos.

- D. MARTÍN GONZÁLEZ, periodista

La reina Urraca (1081-1126) fue mucho más que la hija de Alfonso VI o la esposa de Raimundo de Borgoña y Alfonso I de Aragón. Perspicaz y contestata­ria, defendió sus intereses, sin arredrarse nunca ante el poder de sus enemigos, fueran estos nobles, burgueses o hasta príncipes de su misma sangre.

Urraca la Temeraria era hija de Alfonso VI, el rey denostado en el Cantar de mio Cid. Vino al mundo en León hacia el año 1081. Su padre, que no parecía lograr un heredero varón, quiso que aprendiera a temprana edad las tareas del gobierno, aunque siempre bajo la tutela de un hombre. En parte por esa razón, Alfonso acordó su boda con Raimundo de Borgoña cuando Urraca aún era una niña, contentand­o con esa maniobra a los franceses, que por aquel entonces le ayudaban en su lucha contra los almorávide­s, además de conseguir para su hija un valedor masculino en el que apoyarse para un futuro reinado.

Sin embargo, aquellos movimiento­s regios quedaron en nada cuando nació Sancho, hijo de Alfonso VI y de la princesa musulmana Zaida. Con aquel alumbramie­nto, Urraca quedaba relegada a un segundo puesto. Pese a ello, no fue abandonada del todo. Recibió, junto con Raimundo, el condado de Galicia, que acabarían gobernando en común. Fue entonces cuando Urraca empezó a mostrar que no quería limitarse a ser una mera esposa complacien­te, como demuestran algunos documentos en los que firmaba como “reina” gallega, fren

te al “príncipe” que era entonces Raimundo. A su vez, en el fuero otorgado a los habitantes de Santiago de Compostela leemos que ese privilegio no solo se otorgó a los varones, sino también a las mujeres, un “indicio”, para la historiado­ra María del Carmen Pallares, “de contestaci­ón o incomodida­d por parte de Urraca”, quien instó a incluir el género femenino en dicha ley como protesta ante la mentalidad masculina de la época, que las relegaba a un segundo plano. Del matrimonio, aparte de una buena gestión de los territorio­s gallegos, nacieron dos hijos, Sancha y Alfonso, a los que Raimundo conocería durante poco tiempo, pues murió en 1107. Un año después, los almorávide­s, cuya furia andaba desatada en aquellos años, acabaron con la vida de Sancho, el hermano de

Alfonso VI decidió casar a su hija Urraca con Alfonso I de Aragón, el Batallador

Urraca, y esta volvió a ser la heredera de Alfonso VI. No obstante, al tiempo que esto ocurría, el rey ya planeaba una nueva boda para su hija, a quien no veía gobernando como mujer en solitario.

Maltratada por su esposo

Al rey Alfonso VI le quedaban pocos meses de vida, y decidió casar a Urraca con Alfonso I de Aragón, conocido como el Batallador. Para muchos de sus contemporá­neos, aquel rey guerrero era un fiel sucesor del Cid y quizá el único capaz de detener la horda almorávide. Para Urraca, sin embargo, Alfonso I era un pretendien­te desagradab­le, “cruento, fantástico y tirano”, según las Crónicas anónimas de Sahagún, que ponen en su boca que se unió a él para su “desgracia por medio de un matrimonio nefando y execrable”. Alfonso VI no parecía preocupado por las inclinacio­nes de su hija, y consiguió que el matrimonio se celebrase. Tras su muer

te, Urraca y el Batallador se convirtier­on en reyes, de hecho, de Aragón, Navarra, Castilla y León, con el acuerdo de que, si de su unión nacía un heredero varón, este gobernaría todos aquellos territorio­s. El trato generó malestar en un grupo de nobles, que se posicionó a favor del hijo de Urraca, Alfonso Raimúndez, quien vio cómo aquel casamiento destruía sus aspiracion­es dinásticas. Pero también encontró respuesta por parte del clero y del papa Pascual II, afín a los borgoñeses, de los que descendía por línea paterna Raimúndez, y, por tanto, deseoso de ver a un heredero de estos aglutinar el poder de buena parte de los reinos cristianos peninsular­es.

No iba a tener que esperar muchos años el papa para ver cumplido su deseo de anular el matrimonio. Las desavenenc­ias entre los esposos comenzaría­n, prácticame­nte, en la misma noche de bodas. Urraca quería gobernar, siendo heredera de Alfonso VI. El Batallador no se lo permitía, excusándos­e en que era inconcebib­le que una mujer pudiera equiparárs­ele. Al final, según recoge la Historia compostela­na, la cosa pasó a mayores. El Batallador “le puso las manos en el rostro y los pies en el cuerpo”, situación que aprovechó el clero castellano para rogar a Urraca que se separase del monarca. Alfonso de Aragón, temeroso de las consecuenc­ias políticas que podía traerle la reacción de Urraca, la encerró en la fortaleza de Castellar y desplegó a sus soldados en ciudades clave como Toledo, intentando dominar, así, la totalidad de los territorio­s pertenecie­ntes a la leonesa.

La reina no permaneció inactiva. Entró en contacto con los partidario­s de su hijo, que lo protegían en Galicia, y acordó nombrarlo rey si la ayudaban contra el Batallador. Pero en uno de esos giros que serían tan habituales en su vida, antes de poner en marcha el plan, Urraca se reconcilió con su esposo, provocando una guerra civil entre sus partidario­s y los de su hijo en Galicia.

Juego de tronos

Aquella especie de guerra civil a la gallega se convirtió, a partir de 1111, en un juego de tronos peninsular. Por un lado, tenemos a Alfonso el Batallador, aliado unas veces con Urraca y enfrentado a ella, otras, por el control de los territorio­s castellano­s. Por otro, encontramo­s a los gobernante­s de Portugal, que intentaban hacerse con parte de Galicia y León, mientras los gallegos, divididos entre los partidario­s del hijo de Urraca y los de esta,

La guerra estalló en Galicia entre sus partidario­s y los de su hijo

luchaban entre sí, contra todos y, a veces, junto a Urraca. Mientras, en la difusa frontera del Tajo, los almorávide­s acechaban nuevas conquistas. Fueron años de caos, en los que las plazas fuertes cambiaban de manos y el territorio de Urraca amenazaba con desvanecer­se.

Este desbarajus­te pareció llegar a su fin en 1114, cuando, tras la enésima reconcilia­ción con ese esposo con el que ya no vivía, Urraca fue repudiada por el Batallador, después de que este prestase oídos a los rumores según los cuales iba a ser envenenado por su mujer. El papa otorgó la nulidad matrimonia­l en el acto. Urraca, por fin, era libre para gobernar como había deseado. Pero no iban a dejarla.

Reina independie­nte

El Batallador proseguirí­a su lucha contra Urraca tras la disolución matrimo

nial, mientras Galicia se encontraba separada, de hecho, de la Corona, y Portugal amagaba con la independen­cia. Durante el resto de sus días, Urraca vivió poniéndose al frente de sus tropas en múltiples batallas y realizando maniobras políticas de todo tipo, con el objetivo de mantener lo que considerab­a su legítimo derecho a reinar.

En el campo de batalla no tendría mucha suerte, pero sus estratagem­as políticas y su capacidad de convicción surtieron efecto. Gracias a esta consiguió un pacto con los partidario­s de su hijo, dejando claro que gobernaría hasta su muerte y no hasta la mayoría de edad de Alfonso Raimúndez, como pretendían los seguidores del muchacho. Parece que en esos tratos anduvo involucrad­o el obispo gallego Gelmírez, a quien Urraca quiso recompensa­r por sus desvelos, entregándo­le Santiago de Compostela. Sin embargo, los burgueses de la ciudad se negaron a reconocer al señor obispo y se alzaron en armas, así que Urraca se vio obligada a someterlos por la espada. Los burgueses compostela­nos, aterrados ante el poder militar levantado contra ellos, se refugiaron en la catedral y, cuando los enviados de Gelmírez les instaron a rendirse, se resistiero­n, obligándol­es a huir. Pero en el proceso corrió el rumor de que la reina había violado el derecho de los burgueses de acogerse a sagrado en el templo compostela­no, y una turba enfurecida se lanzó contra Urraca y su gente, consiguien­do desnudar a la reina, arrojarla sobre el barro de la calle y apalearla hasta dejarla medio muerta. Tras ese terrible suceso, un grupo de burgueses, temiendo las consecuenc­ias de su acción, liberaron y protegiero­n a la reina, que, al volver junto a sus tropas, sitió la ciudad y la sometió en poco tiempo. Y aquí encontramo­s una muestra del carácter político de Urraca. Ella, que había sufrido la mayor de las humillacio­nes por parte de sus súbditos, limitó su venganza a desterrar a los líderes de la algarada para evitar crearse nuevos enemigos. Tenía de sobra.

Damnatio memoriae

En 1126, tras años de luchar contra todos sin tregua, Urraca murió mientras daba a luz a un hijo concebido con Pedro de Lara, de quien aún hoy dudamos si era su amante o un esposo, esta vez sí, libremente escogido. La reina fue enterrada en León, y la Historia compostela­na le dedicó un duro epitafio, acusándola de gobernar “tiránica y mujerilmen­te”. En paralelo a críticas póstumas de este calibre, Urraca sufrió, además, una especie de damnatio memoriae medieval. Así, fue condenada al olvido por sus sucesores, en particular por Alfonso VII, el primer responsabl­e de borrar el recuerdo de su madre, al eliminar su nombre de los documentos oficiales.

Tanto él como quienes, posteriorm­ente, escribiría­n sobre el reinado de Urraca contribuye­ron a que, durante varios siglos, aquella mujer fuera considerad­a un mero trámite de la historia. Una especie de regente, a lo sumo, que estuvo a punto de perder un reino entre los mandatos de Alfonso VI y Alfonso VII. Ella que, contra todo y contra todos, fue capaz de mantener en pie la heredad de ese hijo tan desagradec­ido. ●

 ??  ?? A la dcha.,
la reina Urraca, por Carlos Múgica y Pérez, en el Museo del Prado.
A la dcha., la reina Urraca, por Carlos Múgica y Pérez, en el Museo del Prado.
 ??  ??
 ??  ?? A la izqda., el Tajo a su paso por Toledo, con el puente de Alcántara y el Alcázar.
A la dcha., miniatura del Libro de la coronación de los reyes de Castilla, sobre la coronación de Alfonso VII, hijo de Urraca y Raimundo de Borgoña.
A la izqda., el Tajo a su paso por Toledo, con el puente de Alcántara y el Alcázar. A la dcha., miniatura del Libro de la coronación de los reyes de Castilla, sobre la coronación de Alfonso VII, hijo de Urraca y Raimundo de Borgoña.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain