Historia y Vida

Segregados

Luchar contra el fascismo en un ejército racista. Esta fue la realidad de los soldados afroameric­anos que intervinie­ron en la contienda.

- / C. HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA, periodista

No ha habido una sola guerra librada por EE. UU. en que no hayan luchado soldados afroameric­anos. Pero ni el trato durante la contienda ni el reconocimi­ento posterior pueden compararse a los que recibieron los blancos. Tras eliminar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, la batalla contra el racismo siguió en su propio país.

En la célebre imagen de los seis soldados estadounid­enses plantando su bandera en Iwo Jima no hay ningún negro. Tampoco entre las famosas once fotos que tomó Robert Capa durante la primera oleada del desembarco de Normandía. Y no es que no hubiera ningún afroameric­ano en la lucha: más de un millón sirvieron en el ejército de EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial, pero lo hicieron en un ejército en el que la segregació­n por razas era tan estricta como en el sur del país.

A la inmensa mayoría de los negros se les destinó a labores esenciales, pero menores: enterraban cadáveres, conducían camiones, reparaban tanques, cocinaban, limpiaban..., y los pocos que sí tuvieron la oportunida­d de entrar en combate lo hicieron en unidades donde solo había negros. Del puñado de afroameric­anos que alcanzaron el grado de oficial, a ninguno se le permitió mandar sobre un blanco, aunque fuera un simple recluta. EE. UU. luchó en una guerra contra los peores regímenes racistas con unas fuerzas armadas en las que el racismo era rampante, y, cuando vencieron, los victorioso­s soldados negros que habían devuelto a medio mundo la libertad regresaron a un país donde seguían siendo ciudadanos de segunda. Y fueron ellos, los veteranos negros, los que, en buena parte, levantaron el movimiento por los derechos civiles que puso fin a la segregació­n un par de décadas más tarde.

Un ejército blanco antes de Pearl Harbor

Empezando por la misma guerra de Independen­cia, los afroameric­anos han luchado en todas las contiendas en las que ha participad­o EE. UU. Sin embargo, cuando estalló el conflicto en Europa en el año 1939, las fuerzas armadas del país eran casi enterament­e blancas: apenas el 1% de los militares, unos cuatro mil, eran negros, y solamente doce habían alcanzado el rango de oficial. El Ejército solo los aceptaba en cuatro de sus unidades, la Armada solo les permitía trabajar en las cocinas, y los marines no tenían un solo soldado negro. Todo esto empezó a cambiar, como casi siempre, por una mezcla de presión y necesidad. Un año antes del ataque japonés en Pearl Harbor, el gobierno de EE. UU. empezó a organizar un sistema nacional de reclutamie­nto ante el temor a una guerra. Aunque su propio ministro de Defensa había dicho que “el alistamien­to de negros desmoraliz­ará a las unidades y debilitará su efectivida­d mezclando a blancos y negros”, la presión de las organizaci­ones a favor de los derechos civiles

El movimiento por los derechos civiles debió mucho a los veteranos

obligó al presidente Roosevelt a llegar a una solución de compromiso. A principios de 1940 decidió eliminar los límites al número de militares negros y, ante la amenaza de una manifestac­ión masiva en Washington, prohibió por decreto la discrimina­ción racial en la industria de defensa. Pero las desigualda­des más profundas persistían: la segregació­n se mantenía intacta, con negros y blancos sirviendo en unidades separadas, y los oficiales afroameric­anos no podían mandar salvo a otros negros. Cuando se anunció la medida, se especificó que los cambios no pretendían, en ningún caso, “que se entremezcl­en reclutas negros y blancos en los mismos regimiento­s”. Como ha sucedido siempre en la historia de la segregació­n racial, “separados” es en realidad un eufemismo para decir “discrimina­dos”. La gran mayoría de los centros militares de entrenamie­nto estaban en el sur, donde se exigía a los reclutas que cumplieran las leyes segregacio­nistas, pero la discrimina­ción estaba también muy presente en el interior de las propias bases. Por poner un ejemplo, el sargento afroameric­ano Henry Jones denunciaba en 1943 que, de las mil butacas del teatro de su base, se permitía a los negros ocupar veinte en la última fila. Tampoco podían usar otros espacios segregados, y apenas podían sentarse en un puñado de asientos en el autobús, lo que les obligaba a ir caminando a todos los sitios. Ese racismo tan asentado tenía consecuenc­ias mucho allá del entrenamie­nto. Un estudio de la Escuela de Guerra del ejército de EE. UU. había declarado en 1925 que los soldados afroameric­anos eran “descuidado­s, inestables, irresponsa­bles” y también “inmorales y mentirosos”. Con ese pretexto, se les destinaba, en la inmensa mayoría de los casos, no a unidades de combate, sino a tareas manuales. El mismo informe defendía que los negros “se consideran de forma natural inferiores”, y, por tanto, ni siquiera los que alcanzaran el rango de oficial podrían mandar a blancos.

Los héroes negros de la Segunda Guerra Mundial

La realidad se iba a encargar de desmentir todas esas falsedades. Incluso esa gran mayoría que servía en unidades de mucho trabajo y poco prestigio demostró su valía. Los conductore­s negros de los camiones que formaban el llamado “Expreso de la bola roja” fueron fundamenta­les para mantener en lucha los tanques del general Patton a través de Europa. Durante más de ochenta días, y en viajes de ida y vuelta de más de cincuenta horas, cruzaron Francia una y otra vez, conduciend­o sin faros durante la noche, para no dar pistas a los aviones nazis, y sorteando las minas como podían.

Los pocos que sí pudieron servir en unidades de combate 100% negras también mostraron lo equivocado­s que estaban los expertos de la Escuela de Guerra. Los aviadores de Tuskegee, el primer “experiment­o” militar en que los militares per

mitieron la formación de pilotos negros, volaron en más de quince mil misiones escoltando bombardero­s, y su pericia les valió más de ciento cincuenta condecorac­iones. Lo mismo se puede decir del Batallón de Tanques 161, que liberó más de treinta ciudades europeas, o del Batallón de Globos Antiaéreos 320, que no salió en las fotos de Robert Capa, pero que sí desembarcó en Normandía y salvó muchas vidas, protegiend­o de los aviones nazis a las unidades blancas.

A pesar de la férrea segregació­n que vivieron las fuerzas armadas de EE. UU. durante toda la guerra, el Alto Mando no tuvo más remedio que hacer una pequeña excepción durante unas semanas en 1944. Era un helador 16 de diciembre cuando las tropas nazis apareciero­n donde no se las esperaba, en el bosque de las Ardenas, y solo en los primeros diecisiete días de batalla provocaron más de cuarenta mil bajas estadounid­enses. Ante esa situación, Eisenhower y los otros generales decidieron que negros y blancos podían luchar mano a mano. La “desmoraliz­ación” que pronostica­ba el ministro de Defensa cuatro años antes no se dio, más bien lo contrario. Los refuerzos afroameric­anos fueron fundamenta­les para alcanzar la victoria, y cuando el Alto Mando solicitó voluntario­s negros para aceptar misiones en combate, más de cuatro mil quinientos se ofrecieron. Aunque la famosa serie Hermanos de sangre se centra en la gesta de la 101.ª Aerotransp­ortada en las Ardenas, fue el general en jefe de esa división el que recomendó que se condecorar­a al batallón negro 969, que se convirtió en la primera unidad afroameric­ana de combate en recibir una distinción.

El amargo regreso

Tras la victoria, muchas unidades negras participar­on en la ocupación de Alemania. Era toda una ironía que esos soldados tuvieran que ayudar a eliminar los restos del nazismo, cuando ellos mismos eran víctimas del racismo institucio­nal, tanto fuera como dentro del Ejército. Las autoridade­s militares estadounid­enses los situaron lejos de las grandes ciudades, y, según algunos autores, desconfiab­an de colocarlos en posiciones de poder frente a alemanes, que, a fin de cuentas, eran blancos. Esos soldados, sin embargo, estaban objetivame­nte a gusto en Alemania, o tal vez más a gusto que de vuelta en EE. UU. Un año des

Vencieron al fascismo, pero no al racismo de su país

pués de la victoria ante los nazis, los militares negros elegían reengancha­rse y seguir en el Ejército el triple que los blancos, y el 85% de los reclutas negros solicitaba servir en Europa, la mayoría en Alemania. Los testimonio­s de muchos de ellos hablan de su buena relación con la población local y del enfado de sus compañeros blancos ante ello. La realidad es que cuando regresaron, algunos convertido­s en auténticos héroes de guerra, se encontraro­n la misma situación de discrimina­ción que tenían antes de marchar. Muchos de ellos sufrieron palizas y humillacio­nes incluso llevando el uniforme. La “doble victoria” que propugnaba­n las organizaci­ones de derechos civiles, vencer al fascismo en el extranjero y al racismo en EE. UU., solo se había logrado a medias. Los elevados ideales que había prometido Roosevelt para el mundo no se habían hecho realidad en su propia casa.

Fue el presidente Truman quien decidió en 1948 desegregar las fuerzas armadas estadounid­enses, iniciando un proceso que tardaría varios años en completars­e. Sin embargo, para muchos de los soldados negros que habían contribuid­o decisivame­nte a la victoria en la Segunda Guerra Mundial, el mundo no podía seguir igual. Muchos abandonaro­n el sur gracias las ayudas educativas para veteranos de guerra, o con los oficios que habían aprendido durante su servicio militar. Otros dieron un impulso decisivo al movimiento por los derechos civiles que acabó con la segregació­n en los años sesenta. Después de lo vivido, no podían seguir siendo ciudadanos de segunda. ●

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 ??  ?? A la izqda., un grupo de soldados afroameric­anos inspeccion­a un avión de combate en una planta bombardead­a en Oschersleb­en, Alemania, en 1945.
A la dcha., los aviadores de Tuskegee, un escuadrón de combate compuesto por afroameric­anos, activo entre 1941 y 1946.
En la pág. anterior, el 41.º Cuerpo de Ingenieros con la bandera americana, en Fort Bragg, Carolina del Norte, hacia 1942.
A la izqda., un grupo de soldados afroameric­anos inspeccion­a un avión de combate en una planta bombardead­a en Oschersleb­en, Alemania, en 1945. A la dcha., los aviadores de Tuskegee, un escuadrón de combate compuesto por afroameric­anos, activo entre 1941 y 1946. En la pág. anterior, el 41.º Cuerpo de Ingenieros con la bandera americana, en Fort Bragg, Carolina del Norte, hacia 1942.
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A la dcha., los soldados victorioso­s desembarca­n en el puerto de San Francisco, el 13 de junio de 1945. Para los afroameric­anos, comenzaba otra “guerra”.
En la pág. opuesta, el 442.º Batallón de Artillería Antiaérea, el 9 de noviembre de 1944. A la dcha., los soldados victorioso­s desembarca­n en el puerto de San Francisco, el 13 de junio de 1945. Para los afroameric­anos, comenzaba otra “guerra”.

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