Philip Roth, el amigo americano
El novelista estadounidense Philip Roth se movilizó en los años setenta y ochenta para que los intelectuales de la Primavera de Praga pudieran resistir el rodillo soviético.
El escritor estadounidense Philip Roth apoyó a los intelectuales de la Primavera de Praga ante la invasión soviética de 1968.
Como recuerda el escritor Ivan Klíma en sus memorias, poco después de la invasión rusa y del colapso de la Primavera de Praga, en 1968, las autoridades comunistas lanzaron una advertencia a los intelectuales que habían huido al extranjero. O se exiliaban definitivamente en sus países de acogida y se olvidaban de volver a ver a sus familias, o regresaban y afrontaban no solo la represión, sino también la probable retirada de los pasaportes. Los primeros no podrían entrar y los segundos no podrían salir... durante décadas. Sobra decir que Praga no era, precisamente, un spa para los disidentes a principios de los setenta. Es más, los soviéticos habían comenzado a mover las poleas de su gobierno títere para aplastarlos. Y eso significa que habían comenzado los despidos masivos en las universidades, periódicos, teatros, radios y editoriales. Los libros de los autores incómodos –casi todos, en realidad– se habían retirado cuidadosamente de las librerías, las películas habían desaparecido de las carteleras, y los interrogatorios, detenciones e investigaciones domiciliarias se habían convertido en una triste rutina para quienes no comulgaban con la doctrina oficial.
A pesar de eso, muchos intelectuales o volvieron o se quedaron. Lo cierto es que algunos no tenían adónde huir, otros creían que iban a vivir aún peor fuera de casa y otros más se negaban a dejar sus hogares y a sus familias (padres, hermanos, etcétera) porque se lo ordenase un títere de un ejército extranjero. También había autores, como el propio Klíma, que pensaban que renunciar a su tierra ponía en riesgo sus vínculos con el subsuelo que los nutría (la sociedad en la que habían nacido), con el público al que necesitaban dirigirse y con la única lengua en la que sentían que podían crear obras extraordinarias. Eligieron vivir en una cárcel para seguir siendo escritores.
Reciclaje por la fuerza
Pero ¿seguro que iban a poder seguir siendo escritores? ¿Desde cuándo viven de la literatura los autores prohibidos? Nadie los contrataba para ningún proyecto editorial, no podían percibir derechos por sus obras en Checoslovaquia (estaba prohibido venderlas), y solo una ínfima minoría podía mantenerse con los derechos de sus ediciones traducidas. Además, estos últimos se encontraron con un grave problema en 1972: el régimen comunista puso trabas a los cobros por sus ediciones internacionales y se inventó un impuesto especial que recortaba en un 90% lo que ganaban con ellas. Naturalmente, los editores y los agentes literarios, sobre todo suizos y alemanes, empezaron a pagarles en mano cada vez que los visitaban en Praga. Y el régimen respondió redoblando la vigilancia y amenazando a los autores con que, si se obstinaban en seguir sin trabajar “legalmente”, los sometería a una especie de ley de vagos y maleantes que permitía retirarles la futura pensión de jubilación. Podían elegir entre vivir en la miseria en ese momento o hacerlo más adelante. Los despidos masivos como represalia política, las presiones del gobierno a sus potenciales empleadores y la ausencia de una fuente de ingresos estable impusieron que, durante casi veinte años, los principales intelectuales checos tuvieran
RESISTENCIA ELIGIERON VIVIR EN UNA CÁRCEL PARA SEGUIR ESCRIBIENDO
que reciclarse como basureros, picapedreros, bedeles o vendedores de puros o cigarrillos. Más adelante, también los obligaron a malvivir en remolques de camiones en mitad de la nada o les invitaron a salir del país sin sus mujeres e hijos, para luego no dejarlos volver. Cada vez que sus colegas extranjeros visitaban Praga y querían conocerlos, se los encontraban así, trabajando en la calle. La desmoralización de los represaliados, que apenas podían escribir, investigar o crear nada, se volvía más insoportable cada día que pasaba, y como colofón, sus hijos eran rechazados a veces en las universidades para castigar a sus padres. El régimen favorecía así que la precariedad laboral, la humillación y el estigma se heredasen.
En defensa de la libertad
Este fue el contexto que empezó a conocer el joven novelista Philip Roth cuando viajó a Praga en 1972: un destino al que volvería todos los años hasta que, ya en 1977, la Policía no solo lo siguió, sino que hizo un amago de detenerlo, del que
Roth se zafó vociferando y saltando a un tranvía en marcha. Cuando por fin abandonó el país, las fuerzas de seguridad interrogaron y presionaron a las personas que se habían reunido con él, y su propio amigo, Ivan Klíma, le confesó que sus visitas estaban empezando a señalar peligrosamente
INYECCIÓN ECONÓMICA ROTH ABRIÓ UN FONDO PARA APADRINAR A LOS AUTORES CHECOS
a sus anfitriones. El régimen, como es lógico, no le volvió a dejar entrar en Checoslovaquia.
El novelista estadounidense había dado motivos a los comunistas para detestarlo casi desde el principio. Según la biografía de Roth de Blake Bailey, creó un fondo en 1973 donde cada autor o académico disidente checo, quince en total, sería “apadrinado” por un eminente colega americano de su misma profesión. El apadrinamiento consistía en donarle lo que hoy serían tres mil quinientos euros anuales. Como no todos los autores contaban con ese dinero, también podían apoyarlos de otras formas. Arthur Miller, Saul Bellow, Joyce Carol Oates y Gore Vidal fueron cuatro de los grandes intelectuales que participaron, y los recursos se canalizaron a través de una diminuta agencia de remesas y envío de regalos húngara que encontró el propio Roth en Manhattan.
Este arreglo no duró mucho, porque el novelista no tardó en delegar la gestión del fondo en la sección estadounidense de la asociación de escritores PEN. Según Bailey, su presidente, el autor Jerzy Kosinski, creía que había que priorizar la ayuda a los intelectuales represaliados por dictaduras de derechas, no comunistas. Muy probablemente, Kosinski no era el único de la asociación que pensaba así.
Necesitamos más dinero
El mecenazgo de los padrinos estadounidenses estaba condenado a quedarse cortísimo. La única forma que tenían los opositores de comercializar sus obras en su país era mediante la distribución clandestina (samizdat), y ahí los autores, co
mo apunta Klíma en sus memorias, no podían cobrar, porque ni había recursos para ello ni querían arriesgarse a cometer el delito de vender sus libros. Mientras tanto, para la inmensa mayoría, los ingresos por las ediciones internacionales seguían siendo magros o inexistentes. En parte por eso, Philip Roth le propuso a la editorial Penguin, en 1974, la publicación de una colección que diera prioridad a los libros de escritores disidentes en la Europa del Este, entre los que destacaban checos como Milan Kundera o Ludvík Vaculík, gran promotor de las ediciones samizdat, el titán húngaro George Konrád, el polaco Jerzy Andrzejewski y el serbio Danilo Kiš. El novelista también consiguió atraer el interés de los lectores estampando su nombre en cada portada, como coordinador de la colección, y asegurándose de que algunos autores célebres como Heinrich Böll, Carlos Fuentes o John Updike avalaran los títulos. Tantos focos y estrellas debían servir no solo para mejorar las ventas, sino también para que los escritores disidentes alcanzasen una fama que los volviera menos vulnerables a la represión. La libertad muere –dulce y silenciosamente– en la oscuridad. Además de esta colección de Penguin y del fondo de ayuda financiera, Roth aprovechó sus viajes a Praga durante cinco años consecutivos para llevar a los disidentes lo que necesitasen, preparó un boletín para los miembros de la asociación PEN, donde les informaba de los abusos que sufrían los intelectuales en el país, se convirtió en fuente confidencial de un reportaje del Washington Post donde se denunciaba la situación y, en 1985, publicó La orgía de Praga, una novela breve y divertidísima que refleja, con un aire socarrón y erótico festivo, parte de su experiencia en la capital checa. Cuando la sobrina de Kafka, Vera Saudková, fue despedida de su trabajo como editora, y la Policía comenzó a acosarla por su connivencia con los disidentes, Roth se ofreció a casarse con ella.
Por eso, no sorprende tanto que la primera novela estadounidense que se publicó tras el colapso del comunismo en Checoslovaquia fuera de Roth (El lamento de Portnoy), que le otorgaran el galardón literario nacional Karel Čapek, reservado en exclusiva para los checos, y que se convirtiera en el primer escritor en recibir el premio Franz Kafka. Según Ivan Klíma, “ningún otro autor [extranjero] ha escrito con tanta comprensión y honestidad sobre el destino opresivo de los escritores y la cultura checa”. Y no son pocos los que lo han intentado. ●