La madre de Churchill, contra el sufragismo
NACIDA EN ESTADOS UNIDOS, JEANETTE JEROME ALENTÓ LA CARRERA POLÍTICA DE SU HIJO
Tal vez, en cierto sentido, Winston Churchill estaba predestinado a entenderse con EE. UU., durante la Segunda Guerra Mundial, desde antes de nacer. Su madre, Jeanette “Jennie” Jerome (1854-1921), fallecida hace cien años, era una dama norteamericana, hija de un millonario. La conocían como “la bella” de las tres hermanas de la familia; las otras dos eran “la buena” y “la ingeniosa”. Acostumbrada por nacimiento a moverse en la alta sociedad, en 1873 conoció, durante un baile, al que sería su marido, lord Randolph Churchill, con quien se estableció en Gran Bretaña. Lord
Randolph era una gran promesa de las filas conservadoras, pero su carrera se desvaneció para siempre al ser derrotado en una pugna interna de su partido. La pareja tuvo dos hijos. El primero, Winston, vino al mundo menos de ocho meses después de la boda. Esta circunstancia daría pie a ciertos rumores acerca de si el niño era prematuro, o sobre si sus progenitores lo habían concebido antes de su enlace. Sobre el segundo hermano, John, también hubo especulaciones. Se dijo que su padre biológico no era la misma persona que su padre oficial, pero esta hipótesis quedó descartada por el parecido entre ambos. Como correspondía a su tiempo y a su clase social, Jennie no cuidó personalmente de ninguna de las dos criaturas. Las niñeras estaban para cumplir con esa función.
Tras la prematura muerte de su esposo, apoyó, sin dudar, la carrera política de Winston. En cierta ocasión, incluso, interrumpió la luna de miel con su segundo esposo, George Cornwallis-west, un militar al que llevaba veinte años, para hacer acto de presencia en una de sus intervenciones. Más adelante, para su tercer matrimonio, volvió a escoger a un candidato más joven. Al agraciado, Montagu P. Porch, funcionario colonial, le faltaban tres años para tener la edad de su primogénito. Su trayectoria sentimental, en conjunto, fue bastante agitada. Se le atribuyen numerosos amantes a lo largo de su vida, uno de ellos, el futuro Eduardo VII de Inglaterra.
Contra el feminismo
Su visión del mundo era nacionalista y conservadora. Por las sufragistas, que a sus ojos resultaban intolerables, sentía una profunda animadversión. “Son demasiado odiosas”, le escribió, en cierta ocasión, a su hermana. A su juicio, boicoteaban su propia causa con sus disturbios, y debían ser alimentadas a la fuerza con sentido común. Este comentario se refería, por supuesto, a las huelgas de hambre de las activistas.
Solo rectificó este punto de vista durante la Primera Guerra Mundial, cuando comprobó que las feministas británicas aparcaban sus reivindicaciones para contribuir al esfuerzo de guerra: “Al negarse a obstaculizar y avergonzar a su país mientras luchan por la vida con un poderoso enemigo extranjero, sin duda, han aprovechado una gran oportunidad para mostrar a la vez su patriotismo y su idoneidad para la responsabilidad política”. La propia Jennie contribuyó a la causa como enfermera y colaboró en la fundación de un hospital. La aportación femenina a la contienda se vería reconocida con su derecho al sufragio, aunque ni así podía hablarse todavía de igualdad. Solo votaban las mayores de treinta años, mientras que los hombres acudían a las urnas si habían cumplido los veintiuno.